Diario de un verano en la habana 6



Esta mañana nos fuimos sin desayunar, empezamos en una cola para pedir información sobre la prórroga del visado, tuvimos que ir a Desamparados entre Habana y Compostela, llegamos pero era demasiado tarde, además faltaban documentos que todavía no llevaba, aprovechamos para coger toda la información para venir al día siguiente.
Una chica mulata sale del Banco Metropolitano, pasa ante nosotros, su imagen es impecable, limpia, ilumina su cabello negro recogido atrás, va muy recta. Sale unos minutos para fumar un cigarrillo, se apoya en el pilar envejecido y desconchado mirando hacia la calle. Lleva una  camisa blanca, un pantalón azul, zapatos negros de fino tacón, en la otra mano lleva su celular, ahora escribe un mensaje  mientras su cinta atada al cuello se desplaza entre sus pechos de un lugar para otro, como la ropa tendida en los balcones de las casas vecinas. Observo la sensualidad de sus caladas, su mirada anclada ante la pequeña pantalla, de repente fuma rápidamente, su tiempo  se acaba, entre sus lazos de humo paso un carro, un bici-taxi, un ciclista, otro carro, apura la última calada de estos minutos de gloria y descanso.
Después de hacer la cola como dos horas, no había sellos y fuimos para otro banco que había en Prado. Una nueva cola, ese día cerraban más tarde, al final tuvimos suerte porque nos metieron a todos dentro y cerraron la puerta. El aire acondicionado no funcionaba, imagínate en un lugar cerrado, en pleno verano en La Habana, con tantas personas esperando su turno, aquello se iba pareciendo a un pequeño infierno, había ancianos esperando su paga mensual, ellos ocupaban los asientos libres mientras los demás permanecíamos inmóviles en una barrera humana infranqueable, quietos al paso de los minutos y las horas, nadie se movía, nadie quería perder su turno e irse pronto para seguir disfrutando fuera el resto del día. Dos empleadas empezaron a calentarse, hablaban sin parar, sin control y su conversación se fue elevando por momentos, al final  una de ellas dio por concluida su jornada laboral, recogió sus papeles, cerró como en  una pequeña caja fuerte todas las herramientas de su  buró,  lo introdujo en uno de sus cajones, recogió sus cosas personales metiéndolas en su bolso de piel canela,  con una leve sonrisa acabó por hoy. Compré los sellos, por lo menos algo hicimos en esta mañana de colas. Volvimos a casa para descansar, luego fuimos a “Los Nardos” para cenar o mejor dicho comer nuestra primera comida del día.
Esta vez madrugué un poco más, he cogido sin colas y sin espera el P4, muy pronto me encontraba en la oficina esperando para arreglar el visado. Al lado había un hombre con un brazo tatuado en el que había dibujado una gitana vestida de sevillana y sobre ella había un nombre en árabe, la mezcla de  España y Marruecos me recordó buenos momentos, ahora todos esos unidos al presente en tierras caribeñas, me hizo pensar en una armonía perfecta de culturas diferentes pero con muchas cosas en común. Terminé de arreglar mis papeles y cogí nuevamente la guagua, pasé a comprar dos yogurt naturales con azúcar, dos pastelitos de guayaba y cinco trencitas de azúcar. Cuando llegué a casa estaba mi chico esperándome tumbado desnudo sobre las blancas sábanas y pude apreciar nuevamente la grandeza y el tesoro de la persona que te ama y te espera.




miércoles, 19 de febrero de 2014

Diario de un verano en la habana 6



Esta mañana nos fuimos sin desayunar, empezamos en una cola para pedir información sobre la prórroga del visado, tuvimos que ir a Desamparados entre Habana y Compostela, llegamos pero era demasiado tarde, además faltaban documentos que todavía no llevaba, aprovechamos para coger toda la información para venir al día siguiente.
Una chica mulata sale del Banco Metropolitano, pasa ante nosotros, su imagen es impecable, limpia, ilumina su cabello negro recogido atrás, va muy recta. Sale unos minutos para fumar un cigarrillo, se apoya en el pilar envejecido y desconchado mirando hacia la calle. Lleva una  camisa blanca, un pantalón azul, zapatos negros de fino tacón, en la otra mano lleva su celular, ahora escribe un mensaje  mientras su cinta atada al cuello se desplaza entre sus pechos de un lugar para otro, como la ropa tendida en los balcones de las casas vecinas. Observo la sensualidad de sus caladas, su mirada anclada ante la pequeña pantalla, de repente fuma rápidamente, su tiempo  se acaba, entre sus lazos de humo paso un carro, un bici-taxi, un ciclista, otro carro, apura la última calada de estos minutos de gloria y descanso.
Después de hacer la cola como dos horas, no había sellos y fuimos para otro banco que había en Prado. Una nueva cola, ese día cerraban más tarde, al final tuvimos suerte porque nos metieron a todos dentro y cerraron la puerta. El aire acondicionado no funcionaba, imagínate en un lugar cerrado, en pleno verano en La Habana, con tantas personas esperando su turno, aquello se iba pareciendo a un pequeño infierno, había ancianos esperando su paga mensual, ellos ocupaban los asientos libres mientras los demás permanecíamos inmóviles en una barrera humana infranqueable, quietos al paso de los minutos y las horas, nadie se movía, nadie quería perder su turno e irse pronto para seguir disfrutando fuera el resto del día. Dos empleadas empezaron a calentarse, hablaban sin parar, sin control y su conversación se fue elevando por momentos, al final  una de ellas dio por concluida su jornada laboral, recogió sus papeles, cerró como en  una pequeña caja fuerte todas las herramientas de su  buró,  lo introdujo en uno de sus cajones, recogió sus cosas personales metiéndolas en su bolso de piel canela,  con una leve sonrisa acabó por hoy. Compré los sellos, por lo menos algo hicimos en esta mañana de colas. Volvimos a casa para descansar, luego fuimos a “Los Nardos” para cenar o mejor dicho comer nuestra primera comida del día.
Esta vez madrugué un poco más, he cogido sin colas y sin espera el P4, muy pronto me encontraba en la oficina esperando para arreglar el visado. Al lado había un hombre con un brazo tatuado en el que había dibujado una gitana vestida de sevillana y sobre ella había un nombre en árabe, la mezcla de  España y Marruecos me recordó buenos momentos, ahora todos esos unidos al presente en tierras caribeñas, me hizo pensar en una armonía perfecta de culturas diferentes pero con muchas cosas en común. Terminé de arreglar mis papeles y cogí nuevamente la guagua, pasé a comprar dos yogurt naturales con azúcar, dos pastelitos de guayaba y cinco trencitas de azúcar. Cuando llegué a casa estaba mi chico esperándome tumbado desnudo sobre las blancas sábanas y pude apreciar nuevamente la grandeza y el tesoro de la persona que te ama y te espera.