Esta mañana nos fuimos sin desayunar, empezamos en una cola para pedir
información sobre la prórroga del visado, tuvimos que ir a Desamparados entre
Habana y Compostela, llegamos pero era demasiado tarde, además faltaban
documentos que todavía no llevaba, aprovechamos para coger toda la información
para venir al día siguiente.
Una chica mulata sale del Banco Metropolitano, pasa ante nosotros, su
imagen es impecable, limpia, ilumina su cabello negro recogido atrás, va muy
recta. Sale unos minutos para fumar un cigarrillo, se apoya en el pilar
envejecido y desconchado mirando hacia la calle. Lleva una camisa blanca, un pantalón azul, zapatos negros
de fino tacón, en la otra mano lleva su celular, ahora escribe un mensaje mientras su cinta atada al cuello se desplaza
entre sus pechos de un lugar para otro, como la ropa tendida en los balcones de
las casas vecinas. Observo la sensualidad de sus caladas, su mirada anclada
ante la pequeña pantalla, de repente fuma rápidamente, su tiempo se acaba, entre sus lazos de humo paso un
carro, un bici-taxi, un ciclista, otro carro, apura la última calada de estos
minutos de gloria y descanso.
Después de hacer la cola como dos horas, no había sellos y fuimos para
otro banco que había en Prado. Una nueva cola, ese día cerraban más tarde, al
final tuvimos suerte porque nos metieron a todos dentro y cerraron la puerta. El
aire acondicionado no funcionaba, imagínate en un lugar cerrado, en pleno verano
en La Habana, con
tantas personas esperando su turno, aquello se iba pareciendo a un pequeño
infierno, había ancianos esperando su paga mensual, ellos ocupaban los asientos
libres mientras los demás permanecíamos inmóviles en una barrera humana
infranqueable, quietos al paso de los minutos y las horas, nadie se movía,
nadie quería perder su turno e irse pronto para seguir disfrutando fuera el
resto del día. Dos empleadas empezaron a calentarse, hablaban sin parar, sin
control y su conversación se fue elevando por momentos, al final una de ellas dio por concluida su jornada
laboral, recogió sus papeles, cerró como en
una pequeña caja fuerte todas las herramientas de su buró, lo introdujo en uno de sus cajones, recogió
sus cosas personales metiéndolas en su bolso de piel canela, con una leve sonrisa acabó por hoy. Compré los
sellos, por lo menos algo hicimos en esta mañana de colas. Volvimos a casa para
descansar, luego fuimos a “Los Nardos” para cenar o mejor dicho comer nuestra
primera comida del día.
Esta vez madrugué un poco más, he cogido sin colas y sin espera el P4,
muy pronto me encontraba en la oficina esperando para arreglar el visado. Al
lado había un hombre con un brazo tatuado en el que había dibujado una gitana
vestida de sevillana y sobre ella había un nombre en árabe, la mezcla de España y Marruecos me recordó buenos
momentos, ahora todos esos unidos al presente en tierras caribeñas, me hizo
pensar en una armonía perfecta de culturas diferentes pero con muchas cosas en
común. Terminé de arreglar mis papeles y cogí nuevamente la guagua, pasé a
comprar dos yogurt naturales con azúcar, dos pastelitos de guayaba y cinco
trencitas de azúcar. Cuando llegué a casa estaba mi chico esperándome tumbado
desnudo sobre las blancas sábanas y pude apreciar nuevamente la grandeza y el
tesoro de la persona que te ama y te espera.