Diario de un verano en la habana 2



31 de Julio de 2009
Estuvimos todo el día en casa, Yuri frente al ordenador viendo “Roma” y yo dibujando en el bloc. Esperando a Yurileisis para comer se hicieron la seis de la tarde. Por la noche, salimos con David para ver el carnaval o lo que queda del carnaval de la Habana. Bajamos por 23, por el camino tomamos un refresco, David uno de cola en peso cubano y nosotros en cuc porque no encontramos el refresco de limón en peso cubano. Llegamos al malecón, pero antes, en la esquina del cine Yara, vimos a chicos muy jóvenes con sus pelos recién peinados, sus camisetas ajustadas marcando cada rincón de su anatomía prieta, morena, bronceada y linda.
A lo lejos se escuchaba la música pero no demasiado animada ni alta. Observamos tres comparsas muy dispersas entre si. Nos acercamos a las vallas custodiadas por una hilera de policías que jamás yo haya visto. No se podía poner una mano encima de esa cárcel efímera de hierro oxidado. Me llamó la atención las miradas del policía hacia un grupo de gente que estaban mirando a una mujer que desfilaba, eran sus amigos que le gritaban, dándole todo el apoyo y el ánimo para seguir bailando, pero el policía no paraba de fijarse en sus admiradores, sus gestos eran de no aguantar ni un segundo más los movimientos de esa mujer que gritaba y mucho menos de las  voces de la otra gente. El policía manifestaba  en su mirada un odio a la humanidad, a las personas, parecíamos escoria para él, por su trato, su mirada de asesino. Seguimos andando entre la gente para encontrar un baile más encantador o un ritmo diferente al anterior, alguna sorpresa, pero nada, aquello que veía,  representaba la decadencia de un sistema que se iba al carajo, que se iba desmenuzando poco a poco pero que iba destruyendo cada adorno de aquellos que intentaban llevar el alma del carnaval. Qué triste ver un desfile que en otras décadas era todo una obra de arte, qué triste la mirada asesina del policía. Bordeamos todo el cerco o la frontera metálica hasta llegar al filo del malecón. Sentados de espaldas al mar, pudimos seguir el desfile  pero ya alejados del tumulto de gente que se agolpaba a la valla. Después de comprar unos canutillos de maní, a una de las mujeres  que arrastran cada noche enormes sacos de plástico hasta el amanecer, esas mujeres que adornan sus manos con un abanico blanco de chicharritas. David miró hacia la izquierda, a lo lejos, en la oscuridad del carnaval se observaba  como una nube de lluvia se desplazaba hacia aquí, veíamos gente corriendo en estampida. De repente unas pequeñas gotas sobre el cartucho vacío de maní, una avalancha de gente, la lluvia comienza a ser más fuerte, las vallas impiden el acceso al otro lado de la calle, el policía impide el paso pero la enorme masa de gente tumba las vallas, la gente se abarrota en los soportales que hay frente al malecón, la lluvia sigue cada vez más fuerte y de costado, aunque estamos a cubierto, nos empapamos, niños, madres con sus bebés en el pecho, jóvenes, parejas...Todos nos agolpamos unidos bajo el mismo techo. La lluvia nos refresca, alguna persona pasa frío, pero poco a poco la lluvia afloja, parece ya una danza de bello terciopelo suelto. Volvemos sobre el asfalto mojado, las vallas por el suelo.
 Cómo la naturaleza puede cambiarlo todo en unos instantes. Ahora todos mojados, andamos por donde desfilaban antes los enmascarados, las vallas en el suelo y todos los policías empapados. La lluvia les ha cambiado la expresión, les ha devuelto una leve sonrisa. Una nube cambió, nos transformó, del espectador al espectáculo, de estar fuera a estar desfilando, de ver a un policía serio, idiota, a verlo mojado, con todo su uniforme azul empapado. ¿Un hombre disfrazado de policía?, un policía mojado, un triste desfile y acabó el espectáculo.

miércoles, 19 de febrero de 2014

Diario de un verano en la habana 2



31 de Julio de 2009
Estuvimos todo el día en casa, Yuri frente al ordenador viendo “Roma” y yo dibujando en el bloc. Esperando a Yurileisis para comer se hicieron la seis de la tarde. Por la noche, salimos con David para ver el carnaval o lo que queda del carnaval de la Habana. Bajamos por 23, por el camino tomamos un refresco, David uno de cola en peso cubano y nosotros en cuc porque no encontramos el refresco de limón en peso cubano. Llegamos al malecón, pero antes, en la esquina del cine Yara, vimos a chicos muy jóvenes con sus pelos recién peinados, sus camisetas ajustadas marcando cada rincón de su anatomía prieta, morena, bronceada y linda.
A lo lejos se escuchaba la música pero no demasiado animada ni alta. Observamos tres comparsas muy dispersas entre si. Nos acercamos a las vallas custodiadas por una hilera de policías que jamás yo haya visto. No se podía poner una mano encima de esa cárcel efímera de hierro oxidado. Me llamó la atención las miradas del policía hacia un grupo de gente que estaban mirando a una mujer que desfilaba, eran sus amigos que le gritaban, dándole todo el apoyo y el ánimo para seguir bailando, pero el policía no paraba de fijarse en sus admiradores, sus gestos eran de no aguantar ni un segundo más los movimientos de esa mujer que gritaba y mucho menos de las  voces de la otra gente. El policía manifestaba  en su mirada un odio a la humanidad, a las personas, parecíamos escoria para él, por su trato, su mirada de asesino. Seguimos andando entre la gente para encontrar un baile más encantador o un ritmo diferente al anterior, alguna sorpresa, pero nada, aquello que veía,  representaba la decadencia de un sistema que se iba al carajo, que se iba desmenuzando poco a poco pero que iba destruyendo cada adorno de aquellos que intentaban llevar el alma del carnaval. Qué triste ver un desfile que en otras décadas era todo una obra de arte, qué triste la mirada asesina del policía. Bordeamos todo el cerco o la frontera metálica hasta llegar al filo del malecón. Sentados de espaldas al mar, pudimos seguir el desfile  pero ya alejados del tumulto de gente que se agolpaba a la valla. Después de comprar unos canutillos de maní, a una de las mujeres  que arrastran cada noche enormes sacos de plástico hasta el amanecer, esas mujeres que adornan sus manos con un abanico blanco de chicharritas. David miró hacia la izquierda, a lo lejos, en la oscuridad del carnaval se observaba  como una nube de lluvia se desplazaba hacia aquí, veíamos gente corriendo en estampida. De repente unas pequeñas gotas sobre el cartucho vacío de maní, una avalancha de gente, la lluvia comienza a ser más fuerte, las vallas impiden el acceso al otro lado de la calle, el policía impide el paso pero la enorme masa de gente tumba las vallas, la gente se abarrota en los soportales que hay frente al malecón, la lluvia sigue cada vez más fuerte y de costado, aunque estamos a cubierto, nos empapamos, niños, madres con sus bebés en el pecho, jóvenes, parejas...Todos nos agolpamos unidos bajo el mismo techo. La lluvia nos refresca, alguna persona pasa frío, pero poco a poco la lluvia afloja, parece ya una danza de bello terciopelo suelto. Volvemos sobre el asfalto mojado, las vallas por el suelo.
 Cómo la naturaleza puede cambiarlo todo en unos instantes. Ahora todos mojados, andamos por donde desfilaban antes los enmascarados, las vallas en el suelo y todos los policías empapados. La lluvia les ha cambiado la expresión, les ha devuelto una leve sonrisa. Una nube cambió, nos transformó, del espectador al espectáculo, de estar fuera a estar desfilando, de ver a un policía serio, idiota, a verlo mojado, con todo su uniforme azul empapado. ¿Un hombre disfrazado de policía?, un policía mojado, un triste desfile y acabó el espectáculo.