Diario de un verano en la habana 5



Estoy sentado en el tren camino de Murcia, este viaje tenía que hacerlo pero en el sentido contrario Murcia-Madrid para coger un vuelo a La Habana pero el destino ha querido que me reuniera ésta noche con mi familia. Llevo varios años sin cenar con ellos en la Nochebuena, volveré a encender la chimenea como antes había hecho, es un ritual que siempre se hacía cuando vivían mis padres, se convirtió en una tradición que disfrutaba mucho, primero preparaba las ramas finas y secas para prenderle fuego e ir echando los troncos cada vez más grandes. El calor del hogar y la luz que nos hipnotizaba es lo que ahora recuerdo. Reunidos entorno al fuego, el centro, el núcleo, la esencia de una casa, lugar de reunión, de diálogo, de escuchar las  historias, los sentimientos, las opiniones de un hermano, de una hermana, sus sueños, sus lágrimas, sus alegrías a la luz de la candela, miro ahora al fuego y me elevo en los recuerdos de las personas que quiero.
Desde el lunes por la noche mi ilusión se desinfló al ver en las noticias que la compañía con la que volaba echaba el cierre definitivo. Por unos momentos pareciera que tus sueños se hundieran en el océano. Miraba continuamente en Google todos los comentarios y noticias sobre el tema, parecía que la situación empeoraba conforme pasaban los segundos. Fui a la agencia y la única solución que vimos era ir a Madrid para unirme a los que ya se quejaban en el aeropuerto sobre  las primeras cancelaciones de los vuelos. Se podían leer carteles improvisados sobre cartones donde decían: “CUBA EXISTE”, “LOS CUBANOS QUEREMOS VOLAR”,”CUBANOS MARGINADOS”. Después de un día intenso arrastrando la maleta bajo la lluvia y el frío de Madrid, recorro el metro, escalera infinitas, subidas y bajadas, mi desasosiego se va calmando cuando escucho palabras de ánimo y esperanza porque al final siempre las cosas van cambiando, sin olvidar a los amigos y personas que te ayudan a que todo vaya mejorando. Ahora acabo de ver un graffiti azul desde la ventana del tren que destaca del día gris. Busca el color a los días, busca la felicidad que en nosotros está.
Está lloviendo en La Habana, sentado veo como las gotas se escurren por la lona amarilla del café, el paisaje es diferente a los otros viajes de invierno, espero a que me traigan algo para comer, es mediodía y es el momento en que el hambre te sube por la garganta. Son días de nubes, frío, vuelve una fina lluvia de manera intermitente. Aclara el día, un poco de sol aprieta sobre nuestras cabezas sentados en el banco que hay ante la “Tumba del amor”, estamos visitando el cementerio de Colón, hemos parado unos minutos para descansar y leer el epitafio donde los difuntos te dan las gracias desde lo eterno por dedicarle un pensamiento de amor y paz.
El espectáculo de las olas convirtiéndose en espuma contra el muro del malecón, el mar se agarra al cemento viejo destrozado, un incesante batallón de olas nos come la tarde. Las luces de los carros sobre nuestras pupilas nos anuncian la noche que nuevamente anuncia fría y húmeda.
Veo incesantemente postales de enamorados, parejas que se arriman, caras que hablan de amor, miradas de complicidad, la ternura que transmite uno de ellos mientras el otro habla, explica o describe, mientras el otro mira, no se cansa de ese paisaje infinito de la persona amada. La mirada, el brillo, la luminosidad y el resplandor de los que se aman. Amantes disfrutando de la tarde, del mar, de las olas, de las horas. El mar es testigo de sus palabras, sigue expectante en sus movimientos, en sus revuelos, adorna con su aroma la tarde y es el testigo de sus deseos. Días sin sol, sin cielos y sin playa. Días de amor, de comidas, de paseos por oscuros callejones sin alma.


miércoles, 19 de febrero de 2014

Diario de un verano en la habana 5



Estoy sentado en el tren camino de Murcia, este viaje tenía que hacerlo pero en el sentido contrario Murcia-Madrid para coger un vuelo a La Habana pero el destino ha querido que me reuniera ésta noche con mi familia. Llevo varios años sin cenar con ellos en la Nochebuena, volveré a encender la chimenea como antes había hecho, es un ritual que siempre se hacía cuando vivían mis padres, se convirtió en una tradición que disfrutaba mucho, primero preparaba las ramas finas y secas para prenderle fuego e ir echando los troncos cada vez más grandes. El calor del hogar y la luz que nos hipnotizaba es lo que ahora recuerdo. Reunidos entorno al fuego, el centro, el núcleo, la esencia de una casa, lugar de reunión, de diálogo, de escuchar las  historias, los sentimientos, las opiniones de un hermano, de una hermana, sus sueños, sus lágrimas, sus alegrías a la luz de la candela, miro ahora al fuego y me elevo en los recuerdos de las personas que quiero.
Desde el lunes por la noche mi ilusión se desinfló al ver en las noticias que la compañía con la que volaba echaba el cierre definitivo. Por unos momentos pareciera que tus sueños se hundieran en el océano. Miraba continuamente en Google todos los comentarios y noticias sobre el tema, parecía que la situación empeoraba conforme pasaban los segundos. Fui a la agencia y la única solución que vimos era ir a Madrid para unirme a los que ya se quejaban en el aeropuerto sobre  las primeras cancelaciones de los vuelos. Se podían leer carteles improvisados sobre cartones donde decían: “CUBA EXISTE”, “LOS CUBANOS QUEREMOS VOLAR”,”CUBANOS MARGINADOS”. Después de un día intenso arrastrando la maleta bajo la lluvia y el frío de Madrid, recorro el metro, escalera infinitas, subidas y bajadas, mi desasosiego se va calmando cuando escucho palabras de ánimo y esperanza porque al final siempre las cosas van cambiando, sin olvidar a los amigos y personas que te ayudan a que todo vaya mejorando. Ahora acabo de ver un graffiti azul desde la ventana del tren que destaca del día gris. Busca el color a los días, busca la felicidad que en nosotros está.
Está lloviendo en La Habana, sentado veo como las gotas se escurren por la lona amarilla del café, el paisaje es diferente a los otros viajes de invierno, espero a que me traigan algo para comer, es mediodía y es el momento en que el hambre te sube por la garganta. Son días de nubes, frío, vuelve una fina lluvia de manera intermitente. Aclara el día, un poco de sol aprieta sobre nuestras cabezas sentados en el banco que hay ante la “Tumba del amor”, estamos visitando el cementerio de Colón, hemos parado unos minutos para descansar y leer el epitafio donde los difuntos te dan las gracias desde lo eterno por dedicarle un pensamiento de amor y paz.
El espectáculo de las olas convirtiéndose en espuma contra el muro del malecón, el mar se agarra al cemento viejo destrozado, un incesante batallón de olas nos come la tarde. Las luces de los carros sobre nuestras pupilas nos anuncian la noche que nuevamente anuncia fría y húmeda.
Veo incesantemente postales de enamorados, parejas que se arriman, caras que hablan de amor, miradas de complicidad, la ternura que transmite uno de ellos mientras el otro habla, explica o describe, mientras el otro mira, no se cansa de ese paisaje infinito de la persona amada. La mirada, el brillo, la luminosidad y el resplandor de los que se aman. Amantes disfrutando de la tarde, del mar, de las olas, de las horas. El mar es testigo de sus palabras, sigue expectante en sus movimientos, en sus revuelos, adorna con su aroma la tarde y es el testigo de sus deseos. Días sin sol, sin cielos y sin playa. Días de amor, de comidas, de paseos por oscuros callejones sin alma.