Estoy sentado en el tren camino de Murcia,
este viaje tenía que hacerlo pero en el sentido contrario Murcia-Madrid para
coger un vuelo a La Habana
pero el destino ha querido que me reuniera ésta noche con mi familia. Llevo
varios años sin cenar con ellos en la Nochebuena, volveré a encender la chimenea como
antes había hecho, es un ritual que siempre se hacía cuando vivían mis padres, se
convirtió en una tradición que disfrutaba mucho, primero preparaba las ramas
finas y secas para prenderle fuego e ir echando los troncos cada vez más
grandes. El calor del hogar y la luz que nos hipnotizaba es lo que ahora
recuerdo. Reunidos entorno al fuego, el centro, el núcleo, la esencia de una
casa, lugar de reunión, de diálogo, de escuchar las historias, los sentimientos, las opiniones de
un hermano, de una hermana, sus sueños, sus lágrimas, sus alegrías a la luz de
la candela, miro ahora al fuego y me elevo en los recuerdos de las personas que
quiero.
Desde el lunes por la noche mi ilusión se
desinfló al ver en las noticias que la compañía con la que volaba echaba el
cierre definitivo. Por unos momentos pareciera que tus sueños se hundieran en
el océano. Miraba continuamente en Google todos los comentarios y noticias
sobre el tema, parecía que la situación empeoraba conforme pasaban los
segundos. Fui a la agencia y la única solución que vimos era ir a Madrid para
unirme a los que ya se quejaban en el aeropuerto sobre las primeras cancelaciones de los vuelos. Se
podían leer carteles improvisados sobre cartones donde decían: “CUBA EXISTE”,
“LOS CUBANOS QUEREMOS VOLAR”,”CUBANOS MARGINADOS”. Después de un día intenso
arrastrando la maleta bajo la lluvia y el frío de Madrid, recorro el metro,
escalera infinitas, subidas y bajadas, mi desasosiego se va calmando cuando escucho
palabras de ánimo y esperanza porque al final siempre las cosas van cambiando,
sin olvidar a los amigos y personas que te ayudan a que todo vaya mejorando.
Ahora acabo de ver un graffiti azul desde la ventana del tren que destaca del
día gris. Busca el color a los días, busca la felicidad que en nosotros está.
Está lloviendo en La Habana, sentado veo como
las gotas se escurren por la lona amarilla del café, el paisaje es diferente a
los otros viajes de invierno, espero a que me traigan algo para comer, es
mediodía y es el momento en que el hambre te sube por la garganta. Son días de
nubes, frío, vuelve una fina lluvia de manera intermitente. Aclara el día, un
poco de sol aprieta sobre nuestras cabezas sentados en el banco que hay ante la
“Tumba del amor”, estamos visitando el cementerio de Colón, hemos parado unos
minutos para descansar y leer el epitafio donde los difuntos te dan las gracias
desde lo eterno por dedicarle un pensamiento de amor y paz.
El espectáculo de las olas convirtiéndose en
espuma contra el muro del malecón, el mar se agarra al cemento viejo
destrozado, un incesante batallón de olas nos come la tarde. Las luces de los
carros sobre nuestras pupilas nos anuncian la noche que nuevamente anuncia fría
y húmeda.
Veo incesantemente postales de enamorados,
parejas que se arriman, caras que hablan de amor, miradas de complicidad, la
ternura que transmite uno de ellos mientras el otro habla, explica o describe,
mientras el otro mira, no se cansa de ese paisaje infinito de la persona amada.
La mirada, el brillo, la luminosidad y el resplandor de los que se aman.
Amantes disfrutando de la tarde, del mar, de las olas, de las horas. El mar es
testigo de sus palabras, sigue expectante en sus movimientos, en sus revuelos,
adorna con su aroma la tarde y es el testigo de sus deseos. Días sin sol, sin
cielos y sin playa. Días de amor, de comidas, de paseos por oscuros callejones
sin alma.