Diario de un verano en la habana 4



“El jardín de Minerva”
Todas las mañanas nos levantamos tarde, la voz de Minerva abre la puerta, una ducha, un desayuno rico en frutas, mango, guayaba, piña, papaya, plátano, jugo de naranja, pan, queso, café y té. Todo sobre  un mantel de cuadros de colores en una mesa metálica, pintada varias veces de blanco y muy pesada. Mirando hacia el jardín compartimos este ritual cada día. Le preside un enorme árbol de aguacate que ya empiezan a asomar sus brillantes frutos ovalados pero hasta septiembre no maduran. Habitan en su viejo tronco hueco un ejército de abejas que planean por todo el jardín. La planta ha sido ya azotada por más de un huracán, la última vez fue el verano pasado con el Gustav, cortó su copa y algunas ramas, fui testigo de su mutilación, todavía recuerdo el sonido de su desgarro, no paraba de agitarse y estremecerse abatido por el viento, una fortísima  lluvia lo balanceaba a un lado y otro del jardín. Es una planta muy vieja pero sigue luchando por ser el jefe del jardín, quiere seguir acompañando durante muchos veranos. Al fondo unas figuras delgadas que representan a unos flamencos rosados, parecen agazapadas  tras unas matas verdes. En  mitad del jardín un camino de cemento comienza y acaba, parece un paseo sin sentido, sin rumbo, sólo sirve para pasear entre las flores que lo aguardan. Las plantas se encuentran por todos los rincones, con sus flores blancas, rosas, rojas. Hay colgadas desde el árbol, otras enterradas en terracota, ocupan cada rincón, se van apoderando del  espacio que lo va convirtiendo en un enorme jardín de gran belleza, no sigue un orden, ni una regla, ni el diseño de un jardín francés, tiene un estilo propio, salvaje, espontáneo, que va cambiando con el paso del tiempo. Los muros están cubiertos de unas enormes enredaderas con flores rojas, formando  un manto verde que van cubriendo las estructuras viejas y oxidadas del vecino. Las cuerdas desnudas donde Berta tiende la ropa, dibuja ligeros trazos negros sobre el fondo verde del suelo.
A lo lejos, en la plaza de la revolución, vuelan centenares de auras alrededor del monumento a José Martí, como si de un obelisco se tratara, el alzado de una enorme estrella en mármol, perpetuo en el horizonte que ni las abundantes nubes de estos días intentan camuflar.
Lagartijas que se entrelazan haciendo el amor por la columna de madera de la repisa, juguetean, en continuos movimientos donde no paran de buscarse y amarse. El macho aparece pasivo mientras la hembra se remueve, en una danza como si de una odalisca se tratara, como una presa que no puede huir de ese momento, atrapada entre las patas del dominante.
Terminamos el desayuno y nos sentamos en los sillones rojos junto a los dos loros enjaulados, ahí pasan su tiempo, su vida, muy mimados por Minerva. Aparece Yanko en nuestros pies, es cariñoso, tiene un elegante estilo y cruza las patas cuando se tumba en el suelo adquiriendo un aire muy burgués.
Terminamos el día con un paseo, comprando frutas en el mercado de Tulipán, comimos un poco de pan recién hecho, visitamos a Brian y vuelta a casa. Ha sido un día sencillo pero feliz, de esos en que todo es armonía, que nada nos inquieta ni nada rompe el suave ritmo de las horas.







miércoles, 19 de febrero de 2014

Diario de un verano en la habana 4



“El jardín de Minerva”
Todas las mañanas nos levantamos tarde, la voz de Minerva abre la puerta, una ducha, un desayuno rico en frutas, mango, guayaba, piña, papaya, plátano, jugo de naranja, pan, queso, café y té. Todo sobre  un mantel de cuadros de colores en una mesa metálica, pintada varias veces de blanco y muy pesada. Mirando hacia el jardín compartimos este ritual cada día. Le preside un enorme árbol de aguacate que ya empiezan a asomar sus brillantes frutos ovalados pero hasta septiembre no maduran. Habitan en su viejo tronco hueco un ejército de abejas que planean por todo el jardín. La planta ha sido ya azotada por más de un huracán, la última vez fue el verano pasado con el Gustav, cortó su copa y algunas ramas, fui testigo de su mutilación, todavía recuerdo el sonido de su desgarro, no paraba de agitarse y estremecerse abatido por el viento, una fortísima  lluvia lo balanceaba a un lado y otro del jardín. Es una planta muy vieja pero sigue luchando por ser el jefe del jardín, quiere seguir acompañando durante muchos veranos. Al fondo unas figuras delgadas que representan a unos flamencos rosados, parecen agazapadas  tras unas matas verdes. En  mitad del jardín un camino de cemento comienza y acaba, parece un paseo sin sentido, sin rumbo, sólo sirve para pasear entre las flores que lo aguardan. Las plantas se encuentran por todos los rincones, con sus flores blancas, rosas, rojas. Hay colgadas desde el árbol, otras enterradas en terracota, ocupan cada rincón, se van apoderando del  espacio que lo va convirtiendo en un enorme jardín de gran belleza, no sigue un orden, ni una regla, ni el diseño de un jardín francés, tiene un estilo propio, salvaje, espontáneo, que va cambiando con el paso del tiempo. Los muros están cubiertos de unas enormes enredaderas con flores rojas, formando  un manto verde que van cubriendo las estructuras viejas y oxidadas del vecino. Las cuerdas desnudas donde Berta tiende la ropa, dibuja ligeros trazos negros sobre el fondo verde del suelo.
A lo lejos, en la plaza de la revolución, vuelan centenares de auras alrededor del monumento a José Martí, como si de un obelisco se tratara, el alzado de una enorme estrella en mármol, perpetuo en el horizonte que ni las abundantes nubes de estos días intentan camuflar.
Lagartijas que se entrelazan haciendo el amor por la columna de madera de la repisa, juguetean, en continuos movimientos donde no paran de buscarse y amarse. El macho aparece pasivo mientras la hembra se remueve, en una danza como si de una odalisca se tratara, como una presa que no puede huir de ese momento, atrapada entre las patas del dominante.
Terminamos el desayuno y nos sentamos en los sillones rojos junto a los dos loros enjaulados, ahí pasan su tiempo, su vida, muy mimados por Minerva. Aparece Yanko en nuestros pies, es cariñoso, tiene un elegante estilo y cruza las patas cuando se tumba en el suelo adquiriendo un aire muy burgués.
Terminamos el día con un paseo, comprando frutas en el mercado de Tulipán, comimos un poco de pan recién hecho, visitamos a Brian y vuelta a casa. Ha sido un día sencillo pero feliz, de esos en que todo es armonía, que nada nos inquieta ni nada rompe el suave ritmo de las horas.