Ésta mañana madrugamos para coger
el tren para Alquízar, fuimos en guagua hasta la parada de Ciénaga, sentados en
el suelo junto a la vías, esperamos el tren, entre moscas, humedad, hierba. Desayunamos
unos palitroques de pan tostado con un zumo de fruta tropical. El tren en que
viajamos tenía dos hileras de asientos a ambos lados y de espaldas a las
ventanas acristaladas. Un espacio grande, ruidoso, con tuberías que servían de
agarradera, nuestro vagón pertenecía a un antiguo tren de azúcar. Nuestros esqueletos
no paraban de agitarse con la marcha del tren, un baile continuo acompañado de
un paisaje engalanado en el horizonte con palmeras reales. Disfrutar del viaje
como hace tiempo que no sentía, movimientos continuos, los sonidos metálicos,
la velocidad, el sosiego de un viaje, respirar el tiempo y el paisaje que pasa
antes nuestros ojos ya despiertos. Llegamos a Alquízar, al bajar del tren, pude sentir que entraba en un escenario,
parecía un personaje que se movía en un entorno que pertenece al pasado, mirar
a un lado y ver las letras “FERROCARRILES DE CUBA”, con su colores desconchados,
las paredes derruidas de la vieja estación, la gente, su ropa, sus caras… Ahora
recordaba el tren casi nuevo y limpio de Murcia. Fuimos en bicitaxi, el hombre
llevaba desde las cinco de la madrugada dándole vida a la catalina. Llegamos a
casa de la hermana de Yuri, pasamos la tarde arreglando los problemas del
ordenador. Desde la ventana miro el aguacate que sólo cuelga en lo alto del
jardín del vecino, parece que sus horas están contadas, a que pase cualquier
niño y lo alcance en un suspiro.
Nos levantamos muy temprano, es
un placer caminar por las calles de Vedado porque no hay calor, sólo una suave
brisa de la mañana. Cogemos la primera guagua hasta Santiago, la estación de
ómnibus, buscamos un carro hasta San Antonio de los Baños. Se escapan de mis
manos algunas fotografías que podría haber hecho si llevara la cámara. Ha
llovido y la calle en la que esperan los taxis está llena de efímeros espejos
en los que aparecen los carros reflejados. Subimos en un viejo carro azul,
cinco asientos a la derecha y otros cinco a la izquierda. El camino está lleno
de baches y carreteras mal asfaltadas, van subiendo y bajando algunos
pasajeros. Llegamos a San Antonio, un lindo cartel anuncia la Bienal de Cómic, el pueblo
parece llamativo por su arquitectura, algunas esculturas repartidas por su
plazas y calles, abundan intensos colores en las fachadas de las casas. Cogemos
rápidamente otro carro para Alquízar y pronto llegamos. Un bicitaxi aparece justo
al lado del carro que nos dejó, lo cogemos cruzando un laberinto de charcos de
barro, de tierra roja por doquier, mis pantalones ya tienen ese color, parece
que de ésta manera formas parte de la identidad de la zona, porque todo es rojo
a mi alrededor. Después de estar en casa de Yurileisis arreglando la
computadora, volvimos para la Habana. Encontramos pronto un carro para San
Antonio, con nosotros venían dos
travestis, una morena con vestido corto rojo, pelo repeinado y unas enormes
gafas de sol rojizas. La otra iba de blanco, rubia, muy seria, la expresión de
la cara manifestaba preocupación o quizás dolor. Me gusta éste carro verde.
Estoy con un brazo apoyado en la ventanilla. Me da el aire en la cara, me
siento cómodo, veo una hilera de palmeras en el horizonte, el suave olor de la
hierba recién cortada, el suave frescor de la tarde. Me siento bien contemplando
ese paisaje verde lleno de palmeras infinitas. Disfruto del trayecto como si
fuera un niño que sólo tiene en ese momento el oxígeno para vivir el presente,
con la mirada se disfruta, la carretera está en mejor estado que las
anteriores, soy feliz por unos momentos y Yuri a mi lado. Llegamos a San
Antonio, por suerte llega un camello, la primera vez que monto en él, vamos en
los últimos asientos, el viaje se hace incómodo porque tu cuerpo bota sobre el
asiento constantemente. Llegamos a casa, una ducha y una cena frente al
cementerio de Colón.