Almendrón
La calle está desierta, vacía,
nadie se cruza ante la mirada inocente que arrastra mi vida, me encuentro con
un coche, parece anclado, agarrado al asfalto, le faltan las cuatro ruedas,
algunos cristales, las cicatrices le rodean, el óxido le invade, le atrapa,
muestra la belleza de su vida en movimiento, azotado por el viento, la lluvia,
el rastro del roce de otros autos como uñas recién pintadas, dibujan la expresión de su verdadero rostro. Parece subido como en
un podio, ocupando el primer lugar en la entrada de la calle, permanece en la
sombra, estancando pero nadie lo puede mover, sigue ahí, continúa un camino sin
ruedas, un camino que el tiempo lo irá modificando. Hombres apoyados
conversando al atardecer, algún niño jugará en sus entrañas, alguien le quitará
el polvo en una parada furtiva, refugio para los amigos de la calle, almas que
caminan sin rumbo por aceras cercanas, para los viajeros sin maletas en noches
de frío. Es como un señor, su presencia es solemne pero libre de cualquier
ostentación, tiene una apariencia sencilla,
te impone respeto, admiración, sosiego. Cuantas historias habrá vivido
en esos asientos traseros, cuantos besos, abrazos, te quiero, cuantas
pensamientos, llantos, sorpresas, nervios, alegrías, desesperanzas. Que lejos
está la velocidad que en una época acarició su carrocería, que bellos paseos
por el malecón donde el aire movía los cabellos de los amantes agarrados de la
mano, sin que el conductor se diera cuenta.
Miradas intermitentes tras el espejo delantero, muchos viajes soñados se
hicieron, cumplieron el deseo de sus ocupantes, la gente que abrió sus puertas,
manos que acariciaron sus curvas mientras despedías a un amigo, una espera, un
punto de referencia en la cena de anoche. Admiro sus ricos colores, miles de capas cubren su piel oxidada, me embriaga la
belleza de sus chapas, las formas redondas, adosadas, le dan un aire más
sensual, delicado, es una máquina, un carro, un Chevrolet del 53. Me gusta el
aire que circula entre ventana y ventana
abierto al mundo y a la nada.
Quisiera reparar los arañazos de
sus viejas chapas, quisiera colocar las cuatro ruedas y poner en marcha el
corazón de este país detenido en el tiempo. Coger velocidad, sentir nuevamente
el viento en mi cara, disfrutar desde sus ventanas el paisaje verde y llegar a
la orilla de mi playa.
Ahora tras el cristal de mi
ventana, encuadro su posición, encajo su dibujo sobre el lienzo, comienzo a
lanzar los primeros colores, reservo las zonas oxidadas utilizando el rojo
inglés, un color elegante y sutil. En unos minutos sin darme cuenta avanza la
composición por un camino de color, la trementina penetra entre los hilos, se
hunde, quema la tela, la destruye y la construye al mismo tiempo, tengo ante mí
el cuadro soñado.
Diario de un verano en la habana 8
Los muros de la calle aparecen
despojados, destintados, en algunos quedan las huellas de los chorros del agua
que corrieron por su fachada en tardes de primavera. Transparentes quedaron los diseños que en tiempos gloriosos brillaban como antorchas en
palacios celestiales en esta calle del
olvido. Sin color ni brío, casi
desnudas, como un niño sin consuelo, nadie la cuida, nadie la mira. Son como
grandes espejos que nos devuelven la esencia de sus vidas, de sus trazos, de
sus colores, de sus desconchones. Ahora
reinan algunos graffiti en un nuevo universo de grandes trazos, palabras que
salen de la pared, que te hablan al oído grabando en tu memoria frases que
nunca olvidas,” No vivas
mi vida vive la tuya”. Los
mensajes que aparecen son como perros sin dueño que te ladran, que te
acribillan, haciendo mucho ruido para que no los olvides.
Aparece de repente el frío, un
semáforo azul ha encendido nuestro camino, paramos en mitad de la calle, nos
deslumbra su fachada blanca, filtra en
nuestro interior todo su resplandor tostando los recuerdos del ayer.
A veces volvemos a ellas para
quitarnos el frío o resguardarnos de la lluvia, nos alimentamos de su calor
cuando apoyamos la palma de la mano, nos alivia su contacto, protege todo el
interior donde vivimos. Nos agarramos a ella en tarde de adiós y despedida. La lluvia
labra su fachada, la moldea dejando miles de refugios a las golondrinas que
siempre vuelven, que nunca olvidan su casa.
El viento no para de azotar su
débil estructura, la brisa va penetrando suavemente entre capa y capa de
pintura, oxida sus grandes ventanales, saca lo más viejo, hasta sus entrañas,
el tiempo las devora hasta llegar a la
soledad de su esqueleto que hay en mis ojos. Aún queda algún vestigio de lo que
fue, alguna mancha de color se resiste a huir. Pasamos a unos milímetros,
acariciamos con nuestros paseos el límite entre lo urbano y lo sagrado. Acceder
a ellas es entrar en el corazón de una familia, en el agujero de una tapia, en
el pozo sin retorno ni salida. A veces nos lleva por una escalera hacia la
azotea, para contemplar con los pies desnudos sobre el escombro el atardecer de
nuestros días.
Multitud de sombras y luces en
noches de fiesta se arrojan sobre ellas hasta que van desapareciendo para
permanecer en la penumbra algún tiempo.
Ventanas que no se abrirán en
décadas, puertas que se cerraron de la mano de sus dueños que ahora guardan la
llave por si la vuelta fuera inmediata, lejos de esta isla ajenos a los
relámpagos que iluminan estas ruinas.
Otros muros se romperán,
desaparecerán de la tierra, volverán al polvo, a la montaña donde salieron. Amantes
que miran sus sombras, que se dibujan, que se recuestan en un día que parece
infinito.
Diario de un verano en la habana 7
La calle está desierta, vacía,
nadie se cruza ante la mirada inocente que arrastra mi vida, me encuentro con
un coche, parece anclado, agarrado al asfalto, le faltan las cuatro ruedas,
algunos cristales, las cicatrices le rodean, el óxido le invade, le atrapa,
muestra la belleza de su vida en movimiento, azotado por el viento, la lluvia,
el rastro del roce de otros autos como uñas recién pintadas, dibujan la expresión de su verdadero rostro. Parece subido como en
un podio, ocupando el primer lugar en la entrada de la calle, permanece en la
sombra, estancando pero nadie lo puede mover, sigue ahí, continúa un camino sin
ruedas, un camino que el tiempo lo irá modificando. Hombres apoyados
conversando al atardecer, algún niño jugará en sus entrañas, alguien le quitará
el polvo en una parada furtiva, refugio para los amigos de la calle, almas que
caminan sin rumbo por aceras cercanas, para los viajeros sin maletas en noches
de frío. Es como un señor, su presencia es solemne pero libre de cualquier
ostentación, tiene una apariencia sencilla,
te impone respeto, admiración, sosiego. Cuantas historias habrá vivido
en esos asientos traseros, cuantos besos, abrazos, te quiero, cuantas
pensamientos, llantos, sorpresas, nervios, alegrías, desesperanzas. Que lejos
está la velocidad que en una época acarició su carrocería, que bellos paseos
por el malecón donde el aire movía los cabellos de los amantes agarrados de la
mano, sin que el conductor se diera cuenta.
Miradas intermitentes tras el espejo delantero, muchos viajes soñados se
hicieron, cumplieron el deseo de sus ocupantes, la gente que abrió sus puertas,
manos que acariciaron sus curvas mientras despedías a un amigo, una espera, un
punto de referencia en la cena de anoche. Admiro sus ricos colores, miles de capas cubren su piel oxidada, me embriaga la
belleza de sus chapas, las formas redondas, adosadas, le dan un aire más
sensual, delicado, es una máquina, un carro, un Chevrolet del 53. Me gusta el
aire que circula entre ventana y ventana
abierto al mundo y a la nada.
Quisiera reparar los arañazos de
sus viejas chapas, quisiera colocar las cuatro ruedas y poner en marcha el
corazón de este país detenido en el tiempo. Coger velocidad, sentir nuevamente
el viento en mi cara, disfrutar desde sus ventanas el paisaje verde y llegar a
la orilla de mi playa.
Ahora tras el cristal de mi
ventana, encuadro su posición, encajo su dibujo sobre el lienzo, comienzo a
lanzar los primeros colores, reservo las zonas oxidadas utilizando el rojo
inglés, un color elegante y sutil. En unos minutos sin darme cuenta avanza la
composición por un camino de color, la trementina penetra entre los hilos, se
hunde, quema la tela, la destruye y la construye al mismo tiempo, tengo ante mí
el cuadro soñado.
Diario de un verano en la habana 6
Esta mañana nos fuimos sin desayunar, empezamos en una cola para pedir
información sobre la prórroga del visado, tuvimos que ir a Desamparados entre
Habana y Compostela, llegamos pero era demasiado tarde, además faltaban
documentos que todavía no llevaba, aprovechamos para coger toda la información
para venir al día siguiente.
Una chica mulata sale del Banco Metropolitano, pasa ante nosotros, su
imagen es impecable, limpia, ilumina su cabello negro recogido atrás, va muy
recta. Sale unos minutos para fumar un cigarrillo, se apoya en el pilar
envejecido y desconchado mirando hacia la calle. Lleva una camisa blanca, un pantalón azul, zapatos negros
de fino tacón, en la otra mano lleva su celular, ahora escribe un mensaje mientras su cinta atada al cuello se desplaza
entre sus pechos de un lugar para otro, como la ropa tendida en los balcones de
las casas vecinas. Observo la sensualidad de sus caladas, su mirada anclada
ante la pequeña pantalla, de repente fuma rápidamente, su tiempo se acaba, entre sus lazos de humo paso un
carro, un bici-taxi, un ciclista, otro carro, apura la última calada de estos
minutos de gloria y descanso.
Después de hacer la cola como dos horas, no había sellos y fuimos para
otro banco que había en Prado. Una nueva cola, ese día cerraban más tarde, al
final tuvimos suerte porque nos metieron a todos dentro y cerraron la puerta. El
aire acondicionado no funcionaba, imagínate en un lugar cerrado, en pleno verano
en La Habana, con
tantas personas esperando su turno, aquello se iba pareciendo a un pequeño
infierno, había ancianos esperando su paga mensual, ellos ocupaban los asientos
libres mientras los demás permanecíamos inmóviles en una barrera humana
infranqueable, quietos al paso de los minutos y las horas, nadie se movía,
nadie quería perder su turno e irse pronto para seguir disfrutando fuera el
resto del día. Dos empleadas empezaron a calentarse, hablaban sin parar, sin
control y su conversación se fue elevando por momentos, al final una de ellas dio por concluida su jornada
laboral, recogió sus papeles, cerró como en
una pequeña caja fuerte todas las herramientas de su buró, lo introdujo en uno de sus cajones, recogió
sus cosas personales metiéndolas en su bolso de piel canela, con una leve sonrisa acabó por hoy. Compré los
sellos, por lo menos algo hicimos en esta mañana de colas. Volvimos a casa para
descansar, luego fuimos a “Los Nardos” para cenar o mejor dicho comer nuestra
primera comida del día.
Esta vez madrugué un poco más, he cogido sin colas y sin espera el P4,
muy pronto me encontraba en la oficina esperando para arreglar el visado. Al
lado había un hombre con un brazo tatuado en el que había dibujado una gitana
vestida de sevillana y sobre ella había un nombre en árabe, la mezcla de España y Marruecos me recordó buenos
momentos, ahora todos esos unidos al presente en tierras caribeñas, me hizo
pensar en una armonía perfecta de culturas diferentes pero con muchas cosas en
común. Terminé de arreglar mis papeles y cogí nuevamente la guagua, pasé a
comprar dos yogurt naturales con azúcar, dos pastelitos de guayaba y cinco
trencitas de azúcar. Cuando llegué a casa estaba mi chico esperándome tumbado
desnudo sobre las blancas sábanas y pude apreciar nuevamente la grandeza y el
tesoro de la persona que te ama y te espera.
Diario de un verano en la habana 5
Estoy sentado en el tren camino de Murcia,
este viaje tenía que hacerlo pero en el sentido contrario Murcia-Madrid para
coger un vuelo a La Habana
pero el destino ha querido que me reuniera ésta noche con mi familia. Llevo
varios años sin cenar con ellos en la Nochebuena, volveré a encender la chimenea como
antes había hecho, es un ritual que siempre se hacía cuando vivían mis padres, se
convirtió en una tradición que disfrutaba mucho, primero preparaba las ramas
finas y secas para prenderle fuego e ir echando los troncos cada vez más
grandes. El calor del hogar y la luz que nos hipnotizaba es lo que ahora
recuerdo. Reunidos entorno al fuego, el centro, el núcleo, la esencia de una
casa, lugar de reunión, de diálogo, de escuchar las historias, los sentimientos, las opiniones de
un hermano, de una hermana, sus sueños, sus lágrimas, sus alegrías a la luz de
la candela, miro ahora al fuego y me elevo en los recuerdos de las personas que
quiero.
Desde el lunes por la noche mi ilusión se
desinfló al ver en las noticias que la compañía con la que volaba echaba el
cierre definitivo. Por unos momentos pareciera que tus sueños se hundieran en
el océano. Miraba continuamente en Google todos los comentarios y noticias
sobre el tema, parecía que la situación empeoraba conforme pasaban los
segundos. Fui a la agencia y la única solución que vimos era ir a Madrid para
unirme a los que ya se quejaban en el aeropuerto sobre las primeras cancelaciones de los vuelos. Se
podían leer carteles improvisados sobre cartones donde decían: “CUBA EXISTE”,
“LOS CUBANOS QUEREMOS VOLAR”,”CUBANOS MARGINADOS”. Después de un día intenso
arrastrando la maleta bajo la lluvia y el frío de Madrid, recorro el metro,
escalera infinitas, subidas y bajadas, mi desasosiego se va calmando cuando escucho
palabras de ánimo y esperanza porque al final siempre las cosas van cambiando,
sin olvidar a los amigos y personas que te ayudan a que todo vaya mejorando.
Ahora acabo de ver un graffiti azul desde la ventana del tren que destaca del
día gris. Busca el color a los días, busca la felicidad que en nosotros está.
Está lloviendo en La Habana, sentado veo como
las gotas se escurren por la lona amarilla del café, el paisaje es diferente a
los otros viajes de invierno, espero a que me traigan algo para comer, es
mediodía y es el momento en que el hambre te sube por la garganta. Son días de
nubes, frío, vuelve una fina lluvia de manera intermitente. Aclara el día, un
poco de sol aprieta sobre nuestras cabezas sentados en el banco que hay ante la
“Tumba del amor”, estamos visitando el cementerio de Colón, hemos parado unos
minutos para descansar y leer el epitafio donde los difuntos te dan las gracias
desde lo eterno por dedicarle un pensamiento de amor y paz.
El espectáculo de las olas convirtiéndose en
espuma contra el muro del malecón, el mar se agarra al cemento viejo
destrozado, un incesante batallón de olas nos come la tarde. Las luces de los
carros sobre nuestras pupilas nos anuncian la noche que nuevamente anuncia fría
y húmeda.
Veo incesantemente postales de enamorados,
parejas que se arriman, caras que hablan de amor, miradas de complicidad, la
ternura que transmite uno de ellos mientras el otro habla, explica o describe,
mientras el otro mira, no se cansa de ese paisaje infinito de la persona amada.
La mirada, el brillo, la luminosidad y el resplandor de los que se aman.
Amantes disfrutando de la tarde, del mar, de las olas, de las horas. El mar es
testigo de sus palabras, sigue expectante en sus movimientos, en sus revuelos,
adorna con su aroma la tarde y es el testigo de sus deseos. Días sin sol, sin
cielos y sin playa. Días de amor, de comidas, de paseos por oscuros callejones
sin alma.
Diario de un verano en la habana 4
“El jardín de Minerva”
Todas las mañanas nos levantamos tarde, la
voz de Minerva abre la puerta, una ducha, un desayuno rico en frutas, mango,
guayaba, piña, papaya, plátano, jugo de naranja, pan, queso, café y té. Todo
sobre un mantel de cuadros de colores en
una mesa metálica, pintada varias veces de blanco y muy pesada. Mirando hacia
el jardín compartimos este ritual cada día. Le preside un enorme árbol de
aguacate que ya empiezan a asomar sus brillantes frutos ovalados pero hasta
septiembre no maduran. Habitan en su viejo tronco hueco un ejército de abejas
que planean por todo el jardín. La planta ha sido ya azotada por más de un
huracán, la última vez fue el verano pasado con el Gustav, cortó su copa y
algunas ramas, fui testigo de su mutilación, todavía recuerdo el sonido de su
desgarro, no paraba de agitarse y estremecerse abatido por el viento, una fortísima lluvia lo balanceaba a un lado y otro del
jardín. Es una planta muy vieja pero sigue luchando por ser el jefe del jardín,
quiere seguir acompañando durante muchos veranos. Al fondo unas figuras
delgadas que representan a unos flamencos rosados, parecen agazapadas tras unas matas verdes. En mitad del jardín un camino de cemento
comienza y acaba, parece un paseo sin sentido, sin rumbo, sólo sirve para
pasear entre las flores que lo aguardan. Las plantas se encuentran por todos
los rincones, con sus flores blancas, rosas, rojas. Hay colgadas desde el
árbol, otras enterradas en terracota, ocupan cada rincón, se van apoderando del
espacio que lo va convirtiendo en un
enorme jardín de gran belleza, no sigue un orden, ni una regla, ni el diseño de
un jardín francés, tiene un estilo propio, salvaje, espontáneo, que va cambiando
con el paso del tiempo. Los muros están cubiertos de unas enormes enredaderas
con flores rojas, formando un manto
verde que van cubriendo las estructuras viejas y oxidadas del vecino. Las
cuerdas desnudas donde Berta tiende la ropa, dibuja ligeros trazos negros sobre
el fondo verde del suelo.
A lo lejos, en la plaza de la revolución, vuelan
centenares de auras alrededor del monumento a José Martí, como si de un
obelisco se tratara, el alzado de una enorme estrella en mármol, perpetuo en el
horizonte que ni las abundantes nubes de estos días intentan camuflar.
Lagartijas que se entrelazan haciendo el amor
por la columna de madera de la repisa, juguetean, en continuos movimientos
donde no paran de buscarse y amarse. El macho aparece pasivo mientras la hembra
se remueve, en una danza como si de una odalisca se tratara, como una presa que
no puede huir de ese momento, atrapada entre las patas del dominante.
Terminamos el desayuno y nos sentamos en los
sillones rojos junto a los dos loros enjaulados, ahí pasan su tiempo, su vida,
muy mimados por Minerva. Aparece Yanko en nuestros pies, es cariñoso, tiene un
elegante estilo y cruza las patas cuando se tumba en el suelo adquiriendo un
aire muy burgués.
Terminamos el día con un paseo, comprando
frutas en el mercado de Tulipán, comimos un poco de pan recién hecho, visitamos
a Brian y vuelta a casa. Ha sido un día sencillo pero feliz, de esos en que
todo es armonía, que nada nos inquieta ni nada rompe el suave ritmo de las
horas.
Diario de un verano en la habana 3
Ésta mañana madrugamos para coger
el tren para Alquízar, fuimos en guagua hasta la parada de Ciénaga, sentados en
el suelo junto a la vías, esperamos el tren, entre moscas, humedad, hierba. Desayunamos
unos palitroques de pan tostado con un zumo de fruta tropical. El tren en que
viajamos tenía dos hileras de asientos a ambos lados y de espaldas a las
ventanas acristaladas. Un espacio grande, ruidoso, con tuberías que servían de
agarradera, nuestro vagón pertenecía a un antiguo tren de azúcar. Nuestros esqueletos
no paraban de agitarse con la marcha del tren, un baile continuo acompañado de
un paisaje engalanado en el horizonte con palmeras reales. Disfrutar del viaje
como hace tiempo que no sentía, movimientos continuos, los sonidos metálicos,
la velocidad, el sosiego de un viaje, respirar el tiempo y el paisaje que pasa
antes nuestros ojos ya despiertos. Llegamos a Alquízar, al bajar del tren, pude sentir que entraba en un escenario,
parecía un personaje que se movía en un entorno que pertenece al pasado, mirar
a un lado y ver las letras “FERROCARRILES DE CUBA”, con su colores desconchados,
las paredes derruidas de la vieja estación, la gente, su ropa, sus caras… Ahora
recordaba el tren casi nuevo y limpio de Murcia. Fuimos en bicitaxi, el hombre
llevaba desde las cinco de la madrugada dándole vida a la catalina. Llegamos a
casa de la hermana de Yuri, pasamos la tarde arreglando los problemas del
ordenador. Desde la ventana miro el aguacate que sólo cuelga en lo alto del
jardín del vecino, parece que sus horas están contadas, a que pase cualquier
niño y lo alcance en un suspiro.
Nos levantamos muy temprano, es
un placer caminar por las calles de Vedado porque no hay calor, sólo una suave
brisa de la mañana. Cogemos la primera guagua hasta Santiago, la estación de
ómnibus, buscamos un carro hasta San Antonio de los Baños. Se escapan de mis
manos algunas fotografías que podría haber hecho si llevara la cámara. Ha
llovido y la calle en la que esperan los taxis está llena de efímeros espejos
en los que aparecen los carros reflejados. Subimos en un viejo carro azul,
cinco asientos a la derecha y otros cinco a la izquierda. El camino está lleno
de baches y carreteras mal asfaltadas, van subiendo y bajando algunos
pasajeros. Llegamos a San Antonio, un lindo cartel anuncia la Bienal de Cómic, el pueblo
parece llamativo por su arquitectura, algunas esculturas repartidas por su
plazas y calles, abundan intensos colores en las fachadas de las casas. Cogemos
rápidamente otro carro para Alquízar y pronto llegamos. Un bicitaxi aparece justo
al lado del carro que nos dejó, lo cogemos cruzando un laberinto de charcos de
barro, de tierra roja por doquier, mis pantalones ya tienen ese color, parece
que de ésta manera formas parte de la identidad de la zona, porque todo es rojo
a mi alrededor. Después de estar en casa de Yurileisis arreglando la
computadora, volvimos para la Habana. Encontramos pronto un carro para San
Antonio, con nosotros venían dos
travestis, una morena con vestido corto rojo, pelo repeinado y unas enormes
gafas de sol rojizas. La otra iba de blanco, rubia, muy seria, la expresión de
la cara manifestaba preocupación o quizás dolor. Me gusta éste carro verde.
Estoy con un brazo apoyado en la ventanilla. Me da el aire en la cara, me
siento cómodo, veo una hilera de palmeras en el horizonte, el suave olor de la
hierba recién cortada, el suave frescor de la tarde. Me siento bien contemplando
ese paisaje verde lleno de palmeras infinitas. Disfruto del trayecto como si
fuera un niño que sólo tiene en ese momento el oxígeno para vivir el presente,
con la mirada se disfruta, la carretera está en mejor estado que las
anteriores, soy feliz por unos momentos y Yuri a mi lado. Llegamos a San
Antonio, por suerte llega un camello, la primera vez que monto en él, vamos en
los últimos asientos, el viaje se hace incómodo porque tu cuerpo bota sobre el
asiento constantemente. Llegamos a casa, una ducha y una cena frente al
cementerio de Colón.
Diario de un verano en la habana 2
31 de Julio de 2009
Estuvimos todo el día en casa, Yuri frente al ordenador viendo “Roma” y yo dibujando en el bloc. Esperando a Yurileisis para comer se hicieron la seis de la tarde. Por la noche, salimos con David para ver el carnaval o lo que queda del carnaval de la Habana. Bajamos por 23, por el camino tomamos un refresco, David uno de cola en peso cubano y nosotros en cuc porque no encontramos el refresco de limón en peso cubano. Llegamos al malecón, pero antes, en la esquina del cine Yara, vimos a chicos muy jóvenes con sus pelos recién peinados, sus camisetas ajustadas marcando cada rincón de su anatomía prieta, morena, bronceada y linda.
A lo lejos se escuchaba la música pero no demasiado animada ni alta. Observamos tres comparsas muy dispersas entre si. Nos acercamos a las vallas custodiadas por una hilera de policías que jamás yo haya visto. No se podía poner una mano encima de esa cárcel efímera de hierro oxidado. Me llamó la atención las miradas del policía hacia un grupo de gente que estaban mirando a una mujer que desfilaba, eran sus amigos que le gritaban, dándole todo el apoyo y el ánimo para seguir bailando, pero el policía no paraba de fijarse en sus admiradores, sus gestos eran de no aguantar ni un segundo más los movimientos de esa mujer que gritaba y mucho menos de las voces de la otra gente. El policía manifestaba en su mirada un odio a la humanidad, a las personas, parecíamos escoria para él, por su trato, su mirada de asesino. Seguimos andando entre la gente para encontrar un baile más encantador o un ritmo diferente al anterior, alguna sorpresa, pero nada, aquello que veía, representaba la decadencia de un sistema que se iba al carajo, que se iba desmenuzando poco a poco pero que iba destruyendo cada adorno de aquellos que intentaban llevar el alma del carnaval. Qué triste ver un desfile que en otras décadas era todo una obra de arte, qué triste la mirada asesina del policía. Bordeamos todo el cerco o la frontera metálica hasta llegar al filo del malecón. Sentados de espaldas al mar, pudimos seguir el desfile pero ya alejados del tumulto de gente que se agolpaba a la valla. Después de comprar unos canutillos de maní, a una de las mujeres que arrastran cada noche enormes sacos de plástico hasta el amanecer, esas mujeres que adornan sus manos con un abanico blanco de chicharritas. David miró hacia la izquierda, a lo lejos, en la oscuridad del carnaval se observaba como una nube de lluvia se desplazaba hacia aquí, veíamos gente corriendo en estampida. De repente unas pequeñas gotas sobre el cartucho vacío de maní, una avalancha de gente, la lluvia comienza a ser más fuerte, las vallas impiden el acceso al otro lado de la calle, el policía impide el paso pero la enorme masa de gente tumba las vallas, la gente se abarrota en los soportales que hay frente al malecón, la lluvia sigue cada vez más fuerte y de costado, aunque estamos a cubierto, nos empapamos, niños, madres con sus bebés en el pecho, jóvenes, parejas...Todos nos agolpamos unidos bajo el mismo techo. La lluvia nos refresca, alguna persona pasa frío, pero poco a poco la lluvia afloja, parece ya una danza de bello terciopelo suelto. Volvemos sobre el asfalto mojado, las vallas por el suelo.
Estuvimos todo el día en casa, Yuri frente al ordenador viendo “Roma” y yo dibujando en el bloc. Esperando a Yurileisis para comer se hicieron la seis de la tarde. Por la noche, salimos con David para ver el carnaval o lo que queda del carnaval de la Habana. Bajamos por 23, por el camino tomamos un refresco, David uno de cola en peso cubano y nosotros en cuc porque no encontramos el refresco de limón en peso cubano. Llegamos al malecón, pero antes, en la esquina del cine Yara, vimos a chicos muy jóvenes con sus pelos recién peinados, sus camisetas ajustadas marcando cada rincón de su anatomía prieta, morena, bronceada y linda.
A lo lejos se escuchaba la música pero no demasiado animada ni alta. Observamos tres comparsas muy dispersas entre si. Nos acercamos a las vallas custodiadas por una hilera de policías que jamás yo haya visto. No se podía poner una mano encima de esa cárcel efímera de hierro oxidado. Me llamó la atención las miradas del policía hacia un grupo de gente que estaban mirando a una mujer que desfilaba, eran sus amigos que le gritaban, dándole todo el apoyo y el ánimo para seguir bailando, pero el policía no paraba de fijarse en sus admiradores, sus gestos eran de no aguantar ni un segundo más los movimientos de esa mujer que gritaba y mucho menos de las voces de la otra gente. El policía manifestaba en su mirada un odio a la humanidad, a las personas, parecíamos escoria para él, por su trato, su mirada de asesino. Seguimos andando entre la gente para encontrar un baile más encantador o un ritmo diferente al anterior, alguna sorpresa, pero nada, aquello que veía, representaba la decadencia de un sistema que se iba al carajo, que se iba desmenuzando poco a poco pero que iba destruyendo cada adorno de aquellos que intentaban llevar el alma del carnaval. Qué triste ver un desfile que en otras décadas era todo una obra de arte, qué triste la mirada asesina del policía. Bordeamos todo el cerco o la frontera metálica hasta llegar al filo del malecón. Sentados de espaldas al mar, pudimos seguir el desfile pero ya alejados del tumulto de gente que se agolpaba a la valla. Después de comprar unos canutillos de maní, a una de las mujeres que arrastran cada noche enormes sacos de plástico hasta el amanecer, esas mujeres que adornan sus manos con un abanico blanco de chicharritas. David miró hacia la izquierda, a lo lejos, en la oscuridad del carnaval se observaba como una nube de lluvia se desplazaba hacia aquí, veíamos gente corriendo en estampida. De repente unas pequeñas gotas sobre el cartucho vacío de maní, una avalancha de gente, la lluvia comienza a ser más fuerte, las vallas impiden el acceso al otro lado de la calle, el policía impide el paso pero la enorme masa de gente tumba las vallas, la gente se abarrota en los soportales que hay frente al malecón, la lluvia sigue cada vez más fuerte y de costado, aunque estamos a cubierto, nos empapamos, niños, madres con sus bebés en el pecho, jóvenes, parejas...Todos nos agolpamos unidos bajo el mismo techo. La lluvia nos refresca, alguna persona pasa frío, pero poco a poco la lluvia afloja, parece ya una danza de bello terciopelo suelto. Volvemos sobre el asfalto mojado, las vallas por el suelo.
Cómo la naturaleza puede
cambiarlo todo en unos instantes. Ahora todos mojados, andamos por donde
desfilaban antes los enmascarados, las vallas en el suelo y todos los policías
empapados. La lluvia les ha cambiado la expresión, les ha devuelto una leve
sonrisa. Una nube cambió, nos transformó, del espectador al espectáculo, de
estar fuera a estar desfilando, de ver a un policía serio, idiota, a verlo
mojado, con todo su uniforme azul empapado. ¿Un hombre disfrazado de policía?,
un policía mojado, un triste desfile y acabó el espectáculo.
Diario de un verano en la habana 1
Salgo de mi casa, ahora la casa
de mi hermana, destino La
Habana. Es mi octavo viaje a la isla, todo por un amor, por
tenerle más tiempo a mi lado, para saborear la vida que me ha tocado vivir
junto a él. Anoche hubiera dado la vida por todo lo que sentí, la esencia de
estar vivo, las emociones que nacieron en nuestro lecho. Los impulsos agitados,
emocionados que se entrelazaron en cada paso que acariciamos cuando iba
llegando la madrugada. Caricias de ternura se repartían por su piel oscura,
brillos de la noche iluminada, luces de pantalla sobre su cuerpo.
Nos reciben en el aeropuerto con
sus bocas blancas disfrazadas, atravesando el túnel metálico hacia la entrada.
Tras el cristal gente que espera su regreso, su primer vuelo, su partida
definitiva, quizás una ida sin retorno, una huida a medianoche, una escapada de
una realidad adormecida, amada, muchas veces rechazada y odiada. No puedo
olvidar a la bloguera cubana Yoanis Sánchez como describe la sociedad y el paisaje habanero de estos precisos instantes. Nadie
puede contra sus letras, nadie puede parar el ritmo de sus dedos sobre el
teclado que cada día cuida como a su mascota. La blogosfera, un mundo virtual
pero conectado a los sentimientos, a las reflexiones diarias, a nuestras
miradas por el paso de los días y de las calles sin habla, calles sin dueño,
calles abandonadas.
De nuevo en La Habana, ese sonido que nos
acompaña, que nos acaricia en el bello paseo de la mañana. Un lindo paseo en
este segundo día de mis vacaciones. A mi lado se sientan tres hombres de
camisa, pantalón vaquero y zapatos cerrados. Uno de ellos habla mientras que
los otros permanecen pegados a sus palabras. Apenas escuchas el sonido de sus
letras, tú sabes, aquí apenas expresan
en voz alta sus opiniones. Siguen sus voces en un susurro, en una suave caricia
que atraviesa nuestras mesas. Un billete sobre el metal, unas gafas de sol lo
sujetan para que no vuele, unos personajes ilustres saludan a sus compañeros.
El billete se ha convertido en unas ruedas sobre plástico chino. Monedas que no
se quedan que se van por un agujero, por manos a pantalón vaquero. El ritmo de
las personas te marca las horas, ahora que miro, que acaban el almuerzo de los
señores con vaqueros, me doy cuenta que es mediodía. Los señores se separan,
cada uno toma su rumbo de vuelta al trabajo.
Amor me siento muy cerca de ti en
estos momentos, siento que no puedo vivir sin ti, sin verte ni olerte. Amor te
quiero a mi lado al despertar, amor quiero caminar contigo todos los desiertos.
Amor te quiero. Vuelvo a construirte una coraza con mis besos para que te
proteja y te cuiden en mi ausencia. Amor ten paciencia que algún día estaremos
juntos. Amor estoy pasando un verano
inolvidable a tu lado, tardes bellas de teatro, risas en la orilla de la playa,
nuestras manos atadas en noches de cine. He sentido el sabor de tu lejanía, eres
como una cometa que vuela siempre anclada
en la misma orilla. Tu paciencia adorna mi vida, tus miradas, tus brillos y tus sonrisas hacen que la espera
sea más cómoda, más fácil y alegre. Espérame amor al otro lado del río, entre
paredes pintadas, coches olvidados, puertas oxidadas.Por las sombras de la
calle A pasean dos amados, un pequeño recorrido que sube hasta la casa y
tu mirada.
Nina
El origen de este blog fue a partir de una serie de fotografías de mis paseos por la habana durante cuatro veranos. Intentaba captar todo lo que estaba a mi alrededor, encerrado en mi universo, en mi paraiso de color, sueños y amor. Atrás quedaron esos paseos, esos días, pero la esencia permanece cuando miro de nuevo estos retales de mi vida.
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miércoles, 19 de febrero de 2014
Almendrón
La calle está desierta, vacía,
nadie se cruza ante la mirada inocente que arrastra mi vida, me encuentro con
un coche, parece anclado, agarrado al asfalto, le faltan las cuatro ruedas,
algunos cristales, las cicatrices le rodean, el óxido le invade, le atrapa,
muestra la belleza de su vida en movimiento, azotado por el viento, la lluvia,
el rastro del roce de otros autos como uñas recién pintadas, dibujan la expresión de su verdadero rostro. Parece subido como en
un podio, ocupando el primer lugar en la entrada de la calle, permanece en la
sombra, estancando pero nadie lo puede mover, sigue ahí, continúa un camino sin
ruedas, un camino que el tiempo lo irá modificando. Hombres apoyados
conversando al atardecer, algún niño jugará en sus entrañas, alguien le quitará
el polvo en una parada furtiva, refugio para los amigos de la calle, almas que
caminan sin rumbo por aceras cercanas, para los viajeros sin maletas en noches
de frío. Es como un señor, su presencia es solemne pero libre de cualquier
ostentación, tiene una apariencia sencilla,
te impone respeto, admiración, sosiego. Cuantas historias habrá vivido
en esos asientos traseros, cuantos besos, abrazos, te quiero, cuantas
pensamientos, llantos, sorpresas, nervios, alegrías, desesperanzas. Que lejos
está la velocidad que en una época acarició su carrocería, que bellos paseos
por el malecón donde el aire movía los cabellos de los amantes agarrados de la
mano, sin que el conductor se diera cuenta.
Miradas intermitentes tras el espejo delantero, muchos viajes soñados se
hicieron, cumplieron el deseo de sus ocupantes, la gente que abrió sus puertas,
manos que acariciaron sus curvas mientras despedías a un amigo, una espera, un
punto de referencia en la cena de anoche. Admiro sus ricos colores, miles de capas cubren su piel oxidada, me embriaga la
belleza de sus chapas, las formas redondas, adosadas, le dan un aire más
sensual, delicado, es una máquina, un carro, un Chevrolet del 53. Me gusta el
aire que circula entre ventana y ventana
abierto al mundo y a la nada.
Quisiera reparar los arañazos de
sus viejas chapas, quisiera colocar las cuatro ruedas y poner en marcha el
corazón de este país detenido en el tiempo. Coger velocidad, sentir nuevamente
el viento en mi cara, disfrutar desde sus ventanas el paisaje verde y llegar a
la orilla de mi playa.
Ahora tras el cristal de mi
ventana, encuadro su posición, encajo su dibujo sobre el lienzo, comienzo a
lanzar los primeros colores, reservo las zonas oxidadas utilizando el rojo
inglés, un color elegante y sutil. En unos minutos sin darme cuenta avanza la
composición por un camino de color, la trementina penetra entre los hilos, se
hunde, quema la tela, la destruye y la construye al mismo tiempo, tengo ante mí
el cuadro soñado.
Diario de un verano en la habana 8
Los muros de la calle aparecen
despojados, destintados, en algunos quedan las huellas de los chorros del agua
que corrieron por su fachada en tardes de primavera. Transparentes quedaron los diseños que en tiempos gloriosos brillaban como antorchas en
palacios celestiales en esta calle del
olvido. Sin color ni brío, casi
desnudas, como un niño sin consuelo, nadie la cuida, nadie la mira. Son como
grandes espejos que nos devuelven la esencia de sus vidas, de sus trazos, de
sus colores, de sus desconchones. Ahora
reinan algunos graffiti en un nuevo universo de grandes trazos, palabras que
salen de la pared, que te hablan al oído grabando en tu memoria frases que
nunca olvidas,” No vivas
mi vida vive la tuya”. Los
mensajes que aparecen son como perros sin dueño que te ladran, que te
acribillan, haciendo mucho ruido para que no los olvides.
Aparece de repente el frío, un
semáforo azul ha encendido nuestro camino, paramos en mitad de la calle, nos
deslumbra su fachada blanca, filtra en
nuestro interior todo su resplandor tostando los recuerdos del ayer.
A veces volvemos a ellas para
quitarnos el frío o resguardarnos de la lluvia, nos alimentamos de su calor
cuando apoyamos la palma de la mano, nos alivia su contacto, protege todo el
interior donde vivimos. Nos agarramos a ella en tarde de adiós y despedida. La lluvia
labra su fachada, la moldea dejando miles de refugios a las golondrinas que
siempre vuelven, que nunca olvidan su casa.
El viento no para de azotar su
débil estructura, la brisa va penetrando suavemente entre capa y capa de
pintura, oxida sus grandes ventanales, saca lo más viejo, hasta sus entrañas,
el tiempo las devora hasta llegar a la
soledad de su esqueleto que hay en mis ojos. Aún queda algún vestigio de lo que
fue, alguna mancha de color se resiste a huir. Pasamos a unos milímetros,
acariciamos con nuestros paseos el límite entre lo urbano y lo sagrado. Acceder
a ellas es entrar en el corazón de una familia, en el agujero de una tapia, en
el pozo sin retorno ni salida. A veces nos lleva por una escalera hacia la
azotea, para contemplar con los pies desnudos sobre el escombro el atardecer de
nuestros días.
Multitud de sombras y luces en
noches de fiesta se arrojan sobre ellas hasta que van desapareciendo para
permanecer en la penumbra algún tiempo.
Ventanas que no se abrirán en
décadas, puertas que se cerraron de la mano de sus dueños que ahora guardan la
llave por si la vuelta fuera inmediata, lejos de esta isla ajenos a los
relámpagos que iluminan estas ruinas.
Otros muros se romperán,
desaparecerán de la tierra, volverán al polvo, a la montaña donde salieron. Amantes
que miran sus sombras, que se dibujan, que se recuestan en un día que parece
infinito.
Diario de un verano en la habana 7
La calle está desierta, vacía,
nadie se cruza ante la mirada inocente que arrastra mi vida, me encuentro con
un coche, parece anclado, agarrado al asfalto, le faltan las cuatro ruedas,
algunos cristales, las cicatrices le rodean, el óxido le invade, le atrapa,
muestra la belleza de su vida en movimiento, azotado por el viento, la lluvia,
el rastro del roce de otros autos como uñas recién pintadas, dibujan la expresión de su verdadero rostro. Parece subido como en
un podio, ocupando el primer lugar en la entrada de la calle, permanece en la
sombra, estancando pero nadie lo puede mover, sigue ahí, continúa un camino sin
ruedas, un camino que el tiempo lo irá modificando. Hombres apoyados
conversando al atardecer, algún niño jugará en sus entrañas, alguien le quitará
el polvo en una parada furtiva, refugio para los amigos de la calle, almas que
caminan sin rumbo por aceras cercanas, para los viajeros sin maletas en noches
de frío. Es como un señor, su presencia es solemne pero libre de cualquier
ostentación, tiene una apariencia sencilla,
te impone respeto, admiración, sosiego. Cuantas historias habrá vivido
en esos asientos traseros, cuantos besos, abrazos, te quiero, cuantas
pensamientos, llantos, sorpresas, nervios, alegrías, desesperanzas. Que lejos
está la velocidad que en una época acarició su carrocería, que bellos paseos
por el malecón donde el aire movía los cabellos de los amantes agarrados de la
mano, sin que el conductor se diera cuenta.
Miradas intermitentes tras el espejo delantero, muchos viajes soñados se
hicieron, cumplieron el deseo de sus ocupantes, la gente que abrió sus puertas,
manos que acariciaron sus curvas mientras despedías a un amigo, una espera, un
punto de referencia en la cena de anoche. Admiro sus ricos colores, miles de capas cubren su piel oxidada, me embriaga la
belleza de sus chapas, las formas redondas, adosadas, le dan un aire más
sensual, delicado, es una máquina, un carro, un Chevrolet del 53. Me gusta el
aire que circula entre ventana y ventana
abierto al mundo y a la nada.
Quisiera reparar los arañazos de
sus viejas chapas, quisiera colocar las cuatro ruedas y poner en marcha el
corazón de este país detenido en el tiempo. Coger velocidad, sentir nuevamente
el viento en mi cara, disfrutar desde sus ventanas el paisaje verde y llegar a
la orilla de mi playa.
Ahora tras el cristal de mi
ventana, encuadro su posición, encajo su dibujo sobre el lienzo, comienzo a
lanzar los primeros colores, reservo las zonas oxidadas utilizando el rojo
inglés, un color elegante y sutil. En unos minutos sin darme cuenta avanza la
composición por un camino de color, la trementina penetra entre los hilos, se
hunde, quema la tela, la destruye y la construye al mismo tiempo, tengo ante mí
el cuadro soñado.
Diario de un verano en la habana 6
Esta mañana nos fuimos sin desayunar, empezamos en una cola para pedir
información sobre la prórroga del visado, tuvimos que ir a Desamparados entre
Habana y Compostela, llegamos pero era demasiado tarde, además faltaban
documentos que todavía no llevaba, aprovechamos para coger toda la información
para venir al día siguiente.
Una chica mulata sale del Banco Metropolitano, pasa ante nosotros, su
imagen es impecable, limpia, ilumina su cabello negro recogido atrás, va muy
recta. Sale unos minutos para fumar un cigarrillo, se apoya en el pilar
envejecido y desconchado mirando hacia la calle. Lleva una camisa blanca, un pantalón azul, zapatos negros
de fino tacón, en la otra mano lleva su celular, ahora escribe un mensaje mientras su cinta atada al cuello se desplaza
entre sus pechos de un lugar para otro, como la ropa tendida en los balcones de
las casas vecinas. Observo la sensualidad de sus caladas, su mirada anclada
ante la pequeña pantalla, de repente fuma rápidamente, su tiempo se acaba, entre sus lazos de humo paso un
carro, un bici-taxi, un ciclista, otro carro, apura la última calada de estos
minutos de gloria y descanso.
Después de hacer la cola como dos horas, no había sellos y fuimos para
otro banco que había en Prado. Una nueva cola, ese día cerraban más tarde, al
final tuvimos suerte porque nos metieron a todos dentro y cerraron la puerta. El
aire acondicionado no funcionaba, imagínate en un lugar cerrado, en pleno verano
en La Habana, con
tantas personas esperando su turno, aquello se iba pareciendo a un pequeño
infierno, había ancianos esperando su paga mensual, ellos ocupaban los asientos
libres mientras los demás permanecíamos inmóviles en una barrera humana
infranqueable, quietos al paso de los minutos y las horas, nadie se movía,
nadie quería perder su turno e irse pronto para seguir disfrutando fuera el
resto del día. Dos empleadas empezaron a calentarse, hablaban sin parar, sin
control y su conversación se fue elevando por momentos, al final una de ellas dio por concluida su jornada
laboral, recogió sus papeles, cerró como en
una pequeña caja fuerte todas las herramientas de su buró, lo introdujo en uno de sus cajones, recogió
sus cosas personales metiéndolas en su bolso de piel canela, con una leve sonrisa acabó por hoy. Compré los
sellos, por lo menos algo hicimos en esta mañana de colas. Volvimos a casa para
descansar, luego fuimos a “Los Nardos” para cenar o mejor dicho comer nuestra
primera comida del día.
Esta vez madrugué un poco más, he cogido sin colas y sin espera el P4,
muy pronto me encontraba en la oficina esperando para arreglar el visado. Al
lado había un hombre con un brazo tatuado en el que había dibujado una gitana
vestida de sevillana y sobre ella había un nombre en árabe, la mezcla de España y Marruecos me recordó buenos
momentos, ahora todos esos unidos al presente en tierras caribeñas, me hizo
pensar en una armonía perfecta de culturas diferentes pero con muchas cosas en
común. Terminé de arreglar mis papeles y cogí nuevamente la guagua, pasé a
comprar dos yogurt naturales con azúcar, dos pastelitos de guayaba y cinco
trencitas de azúcar. Cuando llegué a casa estaba mi chico esperándome tumbado
desnudo sobre las blancas sábanas y pude apreciar nuevamente la grandeza y el
tesoro de la persona que te ama y te espera.
Diario de un verano en la habana 5
Estoy sentado en el tren camino de Murcia,
este viaje tenía que hacerlo pero en el sentido contrario Murcia-Madrid para
coger un vuelo a La Habana
pero el destino ha querido que me reuniera ésta noche con mi familia. Llevo
varios años sin cenar con ellos en la Nochebuena, volveré a encender la chimenea como
antes había hecho, es un ritual que siempre se hacía cuando vivían mis padres, se
convirtió en una tradición que disfrutaba mucho, primero preparaba las ramas
finas y secas para prenderle fuego e ir echando los troncos cada vez más
grandes. El calor del hogar y la luz que nos hipnotizaba es lo que ahora
recuerdo. Reunidos entorno al fuego, el centro, el núcleo, la esencia de una
casa, lugar de reunión, de diálogo, de escuchar las historias, los sentimientos, las opiniones de
un hermano, de una hermana, sus sueños, sus lágrimas, sus alegrías a la luz de
la candela, miro ahora al fuego y me elevo en los recuerdos de las personas que
quiero.
Desde el lunes por la noche mi ilusión se
desinfló al ver en las noticias que la compañía con la que volaba echaba el
cierre definitivo. Por unos momentos pareciera que tus sueños se hundieran en
el océano. Miraba continuamente en Google todos los comentarios y noticias
sobre el tema, parecía que la situación empeoraba conforme pasaban los
segundos. Fui a la agencia y la única solución que vimos era ir a Madrid para
unirme a los que ya se quejaban en el aeropuerto sobre las primeras cancelaciones de los vuelos. Se
podían leer carteles improvisados sobre cartones donde decían: “CUBA EXISTE”,
“LOS CUBANOS QUEREMOS VOLAR”,”CUBANOS MARGINADOS”. Después de un día intenso
arrastrando la maleta bajo la lluvia y el frío de Madrid, recorro el metro,
escalera infinitas, subidas y bajadas, mi desasosiego se va calmando cuando escucho
palabras de ánimo y esperanza porque al final siempre las cosas van cambiando,
sin olvidar a los amigos y personas que te ayudan a que todo vaya mejorando.
Ahora acabo de ver un graffiti azul desde la ventana del tren que destaca del
día gris. Busca el color a los días, busca la felicidad que en nosotros está.
Está lloviendo en La Habana, sentado veo como
las gotas se escurren por la lona amarilla del café, el paisaje es diferente a
los otros viajes de invierno, espero a que me traigan algo para comer, es
mediodía y es el momento en que el hambre te sube por la garganta. Son días de
nubes, frío, vuelve una fina lluvia de manera intermitente. Aclara el día, un
poco de sol aprieta sobre nuestras cabezas sentados en el banco que hay ante la
“Tumba del amor”, estamos visitando el cementerio de Colón, hemos parado unos
minutos para descansar y leer el epitafio donde los difuntos te dan las gracias
desde lo eterno por dedicarle un pensamiento de amor y paz.
El espectáculo de las olas convirtiéndose en
espuma contra el muro del malecón, el mar se agarra al cemento viejo
destrozado, un incesante batallón de olas nos come la tarde. Las luces de los
carros sobre nuestras pupilas nos anuncian la noche que nuevamente anuncia fría
y húmeda.
Veo incesantemente postales de enamorados,
parejas que se arriman, caras que hablan de amor, miradas de complicidad, la
ternura que transmite uno de ellos mientras el otro habla, explica o describe,
mientras el otro mira, no se cansa de ese paisaje infinito de la persona amada.
La mirada, el brillo, la luminosidad y el resplandor de los que se aman.
Amantes disfrutando de la tarde, del mar, de las olas, de las horas. El mar es
testigo de sus palabras, sigue expectante en sus movimientos, en sus revuelos,
adorna con su aroma la tarde y es el testigo de sus deseos. Días sin sol, sin
cielos y sin playa. Días de amor, de comidas, de paseos por oscuros callejones
sin alma.
Diario de un verano en la habana 4
“El jardín de Minerva”
Todas las mañanas nos levantamos tarde, la
voz de Minerva abre la puerta, una ducha, un desayuno rico en frutas, mango,
guayaba, piña, papaya, plátano, jugo de naranja, pan, queso, café y té. Todo
sobre un mantel de cuadros de colores en
una mesa metálica, pintada varias veces de blanco y muy pesada. Mirando hacia
el jardín compartimos este ritual cada día. Le preside un enorme árbol de
aguacate que ya empiezan a asomar sus brillantes frutos ovalados pero hasta
septiembre no maduran. Habitan en su viejo tronco hueco un ejército de abejas
que planean por todo el jardín. La planta ha sido ya azotada por más de un
huracán, la última vez fue el verano pasado con el Gustav, cortó su copa y
algunas ramas, fui testigo de su mutilación, todavía recuerdo el sonido de su
desgarro, no paraba de agitarse y estremecerse abatido por el viento, una fortísima lluvia lo balanceaba a un lado y otro del
jardín. Es una planta muy vieja pero sigue luchando por ser el jefe del jardín,
quiere seguir acompañando durante muchos veranos. Al fondo unas figuras
delgadas que representan a unos flamencos rosados, parecen agazapadas tras unas matas verdes. En mitad del jardín un camino de cemento
comienza y acaba, parece un paseo sin sentido, sin rumbo, sólo sirve para
pasear entre las flores que lo aguardan. Las plantas se encuentran por todos
los rincones, con sus flores blancas, rosas, rojas. Hay colgadas desde el
árbol, otras enterradas en terracota, ocupan cada rincón, se van apoderando del
espacio que lo va convirtiendo en un
enorme jardín de gran belleza, no sigue un orden, ni una regla, ni el diseño de
un jardín francés, tiene un estilo propio, salvaje, espontáneo, que va cambiando
con el paso del tiempo. Los muros están cubiertos de unas enormes enredaderas
con flores rojas, formando un manto
verde que van cubriendo las estructuras viejas y oxidadas del vecino. Las
cuerdas desnudas donde Berta tiende la ropa, dibuja ligeros trazos negros sobre
el fondo verde del suelo.
A lo lejos, en la plaza de la revolución, vuelan
centenares de auras alrededor del monumento a José Martí, como si de un
obelisco se tratara, el alzado de una enorme estrella en mármol, perpetuo en el
horizonte que ni las abundantes nubes de estos días intentan camuflar.
Lagartijas que se entrelazan haciendo el amor
por la columna de madera de la repisa, juguetean, en continuos movimientos
donde no paran de buscarse y amarse. El macho aparece pasivo mientras la hembra
se remueve, en una danza como si de una odalisca se tratara, como una presa que
no puede huir de ese momento, atrapada entre las patas del dominante.
Terminamos el desayuno y nos sentamos en los
sillones rojos junto a los dos loros enjaulados, ahí pasan su tiempo, su vida,
muy mimados por Minerva. Aparece Yanko en nuestros pies, es cariñoso, tiene un
elegante estilo y cruza las patas cuando se tumba en el suelo adquiriendo un
aire muy burgués.
Terminamos el día con un paseo, comprando
frutas en el mercado de Tulipán, comimos un poco de pan recién hecho, visitamos
a Brian y vuelta a casa. Ha sido un día sencillo pero feliz, de esos en que
todo es armonía, que nada nos inquieta ni nada rompe el suave ritmo de las
horas.
Diario de un verano en la habana 3
Ésta mañana madrugamos para coger
el tren para Alquízar, fuimos en guagua hasta la parada de Ciénaga, sentados en
el suelo junto a la vías, esperamos el tren, entre moscas, humedad, hierba. Desayunamos
unos palitroques de pan tostado con un zumo de fruta tropical. El tren en que
viajamos tenía dos hileras de asientos a ambos lados y de espaldas a las
ventanas acristaladas. Un espacio grande, ruidoso, con tuberías que servían de
agarradera, nuestro vagón pertenecía a un antiguo tren de azúcar. Nuestros esqueletos
no paraban de agitarse con la marcha del tren, un baile continuo acompañado de
un paisaje engalanado en el horizonte con palmeras reales. Disfrutar del viaje
como hace tiempo que no sentía, movimientos continuos, los sonidos metálicos,
la velocidad, el sosiego de un viaje, respirar el tiempo y el paisaje que pasa
antes nuestros ojos ya despiertos. Llegamos a Alquízar, al bajar del tren, pude sentir que entraba en un escenario,
parecía un personaje que se movía en un entorno que pertenece al pasado, mirar
a un lado y ver las letras “FERROCARRILES DE CUBA”, con su colores desconchados,
las paredes derruidas de la vieja estación, la gente, su ropa, sus caras… Ahora
recordaba el tren casi nuevo y limpio de Murcia. Fuimos en bicitaxi, el hombre
llevaba desde las cinco de la madrugada dándole vida a la catalina. Llegamos a
casa de la hermana de Yuri, pasamos la tarde arreglando los problemas del
ordenador. Desde la ventana miro el aguacate que sólo cuelga en lo alto del
jardín del vecino, parece que sus horas están contadas, a que pase cualquier
niño y lo alcance en un suspiro.
Nos levantamos muy temprano, es
un placer caminar por las calles de Vedado porque no hay calor, sólo una suave
brisa de la mañana. Cogemos la primera guagua hasta Santiago, la estación de
ómnibus, buscamos un carro hasta San Antonio de los Baños. Se escapan de mis
manos algunas fotografías que podría haber hecho si llevara la cámara. Ha
llovido y la calle en la que esperan los taxis está llena de efímeros espejos
en los que aparecen los carros reflejados. Subimos en un viejo carro azul,
cinco asientos a la derecha y otros cinco a la izquierda. El camino está lleno
de baches y carreteras mal asfaltadas, van subiendo y bajando algunos
pasajeros. Llegamos a San Antonio, un lindo cartel anuncia la Bienal de Cómic, el pueblo
parece llamativo por su arquitectura, algunas esculturas repartidas por su
plazas y calles, abundan intensos colores en las fachadas de las casas. Cogemos
rápidamente otro carro para Alquízar y pronto llegamos. Un bicitaxi aparece justo
al lado del carro que nos dejó, lo cogemos cruzando un laberinto de charcos de
barro, de tierra roja por doquier, mis pantalones ya tienen ese color, parece
que de ésta manera formas parte de la identidad de la zona, porque todo es rojo
a mi alrededor. Después de estar en casa de Yurileisis arreglando la
computadora, volvimos para la Habana. Encontramos pronto un carro para San
Antonio, con nosotros venían dos
travestis, una morena con vestido corto rojo, pelo repeinado y unas enormes
gafas de sol rojizas. La otra iba de blanco, rubia, muy seria, la expresión de
la cara manifestaba preocupación o quizás dolor. Me gusta éste carro verde.
Estoy con un brazo apoyado en la ventanilla. Me da el aire en la cara, me
siento cómodo, veo una hilera de palmeras en el horizonte, el suave olor de la
hierba recién cortada, el suave frescor de la tarde. Me siento bien contemplando
ese paisaje verde lleno de palmeras infinitas. Disfruto del trayecto como si
fuera un niño que sólo tiene en ese momento el oxígeno para vivir el presente,
con la mirada se disfruta, la carretera está en mejor estado que las
anteriores, soy feliz por unos momentos y Yuri a mi lado. Llegamos a San
Antonio, por suerte llega un camello, la primera vez que monto en él, vamos en
los últimos asientos, el viaje se hace incómodo porque tu cuerpo bota sobre el
asiento constantemente. Llegamos a casa, una ducha y una cena frente al
cementerio de Colón.
Diario de un verano en la habana 2
31 de Julio de 2009
Estuvimos todo el día en casa, Yuri frente al ordenador viendo “Roma” y yo dibujando en el bloc. Esperando a Yurileisis para comer se hicieron la seis de la tarde. Por la noche, salimos con David para ver el carnaval o lo que queda del carnaval de la Habana. Bajamos por 23, por el camino tomamos un refresco, David uno de cola en peso cubano y nosotros en cuc porque no encontramos el refresco de limón en peso cubano. Llegamos al malecón, pero antes, en la esquina del cine Yara, vimos a chicos muy jóvenes con sus pelos recién peinados, sus camisetas ajustadas marcando cada rincón de su anatomía prieta, morena, bronceada y linda.
A lo lejos se escuchaba la música pero no demasiado animada ni alta. Observamos tres comparsas muy dispersas entre si. Nos acercamos a las vallas custodiadas por una hilera de policías que jamás yo haya visto. No se podía poner una mano encima de esa cárcel efímera de hierro oxidado. Me llamó la atención las miradas del policía hacia un grupo de gente que estaban mirando a una mujer que desfilaba, eran sus amigos que le gritaban, dándole todo el apoyo y el ánimo para seguir bailando, pero el policía no paraba de fijarse en sus admiradores, sus gestos eran de no aguantar ni un segundo más los movimientos de esa mujer que gritaba y mucho menos de las voces de la otra gente. El policía manifestaba en su mirada un odio a la humanidad, a las personas, parecíamos escoria para él, por su trato, su mirada de asesino. Seguimos andando entre la gente para encontrar un baile más encantador o un ritmo diferente al anterior, alguna sorpresa, pero nada, aquello que veía, representaba la decadencia de un sistema que se iba al carajo, que se iba desmenuzando poco a poco pero que iba destruyendo cada adorno de aquellos que intentaban llevar el alma del carnaval. Qué triste ver un desfile que en otras décadas era todo una obra de arte, qué triste la mirada asesina del policía. Bordeamos todo el cerco o la frontera metálica hasta llegar al filo del malecón. Sentados de espaldas al mar, pudimos seguir el desfile pero ya alejados del tumulto de gente que se agolpaba a la valla. Después de comprar unos canutillos de maní, a una de las mujeres que arrastran cada noche enormes sacos de plástico hasta el amanecer, esas mujeres que adornan sus manos con un abanico blanco de chicharritas. David miró hacia la izquierda, a lo lejos, en la oscuridad del carnaval se observaba como una nube de lluvia se desplazaba hacia aquí, veíamos gente corriendo en estampida. De repente unas pequeñas gotas sobre el cartucho vacío de maní, una avalancha de gente, la lluvia comienza a ser más fuerte, las vallas impiden el acceso al otro lado de la calle, el policía impide el paso pero la enorme masa de gente tumba las vallas, la gente se abarrota en los soportales que hay frente al malecón, la lluvia sigue cada vez más fuerte y de costado, aunque estamos a cubierto, nos empapamos, niños, madres con sus bebés en el pecho, jóvenes, parejas...Todos nos agolpamos unidos bajo el mismo techo. La lluvia nos refresca, alguna persona pasa frío, pero poco a poco la lluvia afloja, parece ya una danza de bello terciopelo suelto. Volvemos sobre el asfalto mojado, las vallas por el suelo.
Estuvimos todo el día en casa, Yuri frente al ordenador viendo “Roma” y yo dibujando en el bloc. Esperando a Yurileisis para comer se hicieron la seis de la tarde. Por la noche, salimos con David para ver el carnaval o lo que queda del carnaval de la Habana. Bajamos por 23, por el camino tomamos un refresco, David uno de cola en peso cubano y nosotros en cuc porque no encontramos el refresco de limón en peso cubano. Llegamos al malecón, pero antes, en la esquina del cine Yara, vimos a chicos muy jóvenes con sus pelos recién peinados, sus camisetas ajustadas marcando cada rincón de su anatomía prieta, morena, bronceada y linda.
A lo lejos se escuchaba la música pero no demasiado animada ni alta. Observamos tres comparsas muy dispersas entre si. Nos acercamos a las vallas custodiadas por una hilera de policías que jamás yo haya visto. No se podía poner una mano encima de esa cárcel efímera de hierro oxidado. Me llamó la atención las miradas del policía hacia un grupo de gente que estaban mirando a una mujer que desfilaba, eran sus amigos que le gritaban, dándole todo el apoyo y el ánimo para seguir bailando, pero el policía no paraba de fijarse en sus admiradores, sus gestos eran de no aguantar ni un segundo más los movimientos de esa mujer que gritaba y mucho menos de las voces de la otra gente. El policía manifestaba en su mirada un odio a la humanidad, a las personas, parecíamos escoria para él, por su trato, su mirada de asesino. Seguimos andando entre la gente para encontrar un baile más encantador o un ritmo diferente al anterior, alguna sorpresa, pero nada, aquello que veía, representaba la decadencia de un sistema que se iba al carajo, que se iba desmenuzando poco a poco pero que iba destruyendo cada adorno de aquellos que intentaban llevar el alma del carnaval. Qué triste ver un desfile que en otras décadas era todo una obra de arte, qué triste la mirada asesina del policía. Bordeamos todo el cerco o la frontera metálica hasta llegar al filo del malecón. Sentados de espaldas al mar, pudimos seguir el desfile pero ya alejados del tumulto de gente que se agolpaba a la valla. Después de comprar unos canutillos de maní, a una de las mujeres que arrastran cada noche enormes sacos de plástico hasta el amanecer, esas mujeres que adornan sus manos con un abanico blanco de chicharritas. David miró hacia la izquierda, a lo lejos, en la oscuridad del carnaval se observaba como una nube de lluvia se desplazaba hacia aquí, veíamos gente corriendo en estampida. De repente unas pequeñas gotas sobre el cartucho vacío de maní, una avalancha de gente, la lluvia comienza a ser más fuerte, las vallas impiden el acceso al otro lado de la calle, el policía impide el paso pero la enorme masa de gente tumba las vallas, la gente se abarrota en los soportales que hay frente al malecón, la lluvia sigue cada vez más fuerte y de costado, aunque estamos a cubierto, nos empapamos, niños, madres con sus bebés en el pecho, jóvenes, parejas...Todos nos agolpamos unidos bajo el mismo techo. La lluvia nos refresca, alguna persona pasa frío, pero poco a poco la lluvia afloja, parece ya una danza de bello terciopelo suelto. Volvemos sobre el asfalto mojado, las vallas por el suelo.
Cómo la naturaleza puede
cambiarlo todo en unos instantes. Ahora todos mojados, andamos por donde
desfilaban antes los enmascarados, las vallas en el suelo y todos los policías
empapados. La lluvia les ha cambiado la expresión, les ha devuelto una leve
sonrisa. Una nube cambió, nos transformó, del espectador al espectáculo, de
estar fuera a estar desfilando, de ver a un policía serio, idiota, a verlo
mojado, con todo su uniforme azul empapado. ¿Un hombre disfrazado de policía?,
un policía mojado, un triste desfile y acabó el espectáculo.
Diario de un verano en la habana 1
Salgo de mi casa, ahora la casa
de mi hermana, destino La
Habana. Es mi octavo viaje a la isla, todo por un amor, por
tenerle más tiempo a mi lado, para saborear la vida que me ha tocado vivir
junto a él. Anoche hubiera dado la vida por todo lo que sentí, la esencia de
estar vivo, las emociones que nacieron en nuestro lecho. Los impulsos agitados,
emocionados que se entrelazaron en cada paso que acariciamos cuando iba
llegando la madrugada. Caricias de ternura se repartían por su piel oscura,
brillos de la noche iluminada, luces de pantalla sobre su cuerpo.
Nos reciben en el aeropuerto con
sus bocas blancas disfrazadas, atravesando el túnel metálico hacia la entrada.
Tras el cristal gente que espera su regreso, su primer vuelo, su partida
definitiva, quizás una ida sin retorno, una huida a medianoche, una escapada de
una realidad adormecida, amada, muchas veces rechazada y odiada. No puedo
olvidar a la bloguera cubana Yoanis Sánchez como describe la sociedad y el paisaje habanero de estos precisos instantes. Nadie
puede contra sus letras, nadie puede parar el ritmo de sus dedos sobre el
teclado que cada día cuida como a su mascota. La blogosfera, un mundo virtual
pero conectado a los sentimientos, a las reflexiones diarias, a nuestras
miradas por el paso de los días y de las calles sin habla, calles sin dueño,
calles abandonadas.
De nuevo en La Habana, ese sonido que nos
acompaña, que nos acaricia en el bello paseo de la mañana. Un lindo paseo en
este segundo día de mis vacaciones. A mi lado se sientan tres hombres de
camisa, pantalón vaquero y zapatos cerrados. Uno de ellos habla mientras que
los otros permanecen pegados a sus palabras. Apenas escuchas el sonido de sus
letras, tú sabes, aquí apenas expresan
en voz alta sus opiniones. Siguen sus voces en un susurro, en una suave caricia
que atraviesa nuestras mesas. Un billete sobre el metal, unas gafas de sol lo
sujetan para que no vuele, unos personajes ilustres saludan a sus compañeros.
El billete se ha convertido en unas ruedas sobre plástico chino. Monedas que no
se quedan que se van por un agujero, por manos a pantalón vaquero. El ritmo de
las personas te marca las horas, ahora que miro, que acaban el almuerzo de los
señores con vaqueros, me doy cuenta que es mediodía. Los señores se separan,
cada uno toma su rumbo de vuelta al trabajo.
Amor me siento muy cerca de ti en
estos momentos, siento que no puedo vivir sin ti, sin verte ni olerte. Amor te
quiero a mi lado al despertar, amor quiero caminar contigo todos los desiertos.
Amor te quiero. Vuelvo a construirte una coraza con mis besos para que te
proteja y te cuiden en mi ausencia. Amor ten paciencia que algún día estaremos
juntos. Amor estoy pasando un verano
inolvidable a tu lado, tardes bellas de teatro, risas en la orilla de la playa,
nuestras manos atadas en noches de cine. He sentido el sabor de tu lejanía, eres
como una cometa que vuela siempre anclada
en la misma orilla. Tu paciencia adorna mi vida, tus miradas, tus brillos y tus sonrisas hacen que la espera
sea más cómoda, más fácil y alegre. Espérame amor al otro lado del río, entre
paredes pintadas, coches olvidados, puertas oxidadas.Por las sombras de la
calle A pasean dos amados, un pequeño recorrido que sube hasta la casa y
tu mirada.
Nina
El origen de este blog fue a partir de una serie de fotografías de mis paseos por la habana durante cuatro veranos. Intentaba captar todo lo que estaba a mi alrededor, encerrado en mi universo, en mi paraiso de color, sueños y amor. Atrás quedaron esos paseos, esos días, pero la esencia permanece cuando miro de nuevo estos retales de mi vida.
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