Estoy sentado con los pies descalzos en el muelle de Hacienda Mérida, donde me alojo. Acabo de contemplar la puesta de sol a través del horizonte del lago. A mi lado unos jóvenes americanos comparten unas cuantas Toñas y mas tarde spray contra mosquitos. A las diez de la mañana comencé una caminata a la cascada San Ramón. Al principio era una ruta tranquila junto al lago, pasaba por las casas de la gente del campo que lavaban la ropa al mismo tiempo que se bañaban, parte de sus vidas esta en el agua. Veía las puertas de las casas abiertas de par en par, los cerdos caminaban por el patio de la escuela comiendo mangos y otras basuras. Gente en su hamaca durmiendo, descansando, otros con el móvil en las manos esperando cualquier respuesta de uno de sus amigos. Llegue a la entrada de la subida de la cascada, pague tres dolares y comencé una ruta que iría ampliando su inclinación, al principio recorría grandes caminos con arbolado y luego iba estrechándose hasta llegar a un hilo de tierra entre la gran masa de múltiples verdes. Cantaban los pájaros, las mariposas negra y roja siempre me acompañaba en el camino y algún mono cantaba.
Después del esfuerzo, de las gotas de sudor corriendo por todo mi cuerpo, llegue a la cascada que se alzaba mas allá de cuarenta metros. Pareciera como si una gran refresco explotara a mi llegada y se abriera brindandome con todas sus burbujas. Una chica me hizo la primera foto del viaje. Disfrute del lugar reponiendo fuerzas con unas galletas que había guardado en el vuelo de Panamá. Sabia que las necesitaría en momentos como estos que la glucosa esta por los suelos. Bebia bastante agua y chupe cada migaja sobre la parte plateada del envoltorio. Baje suavemente disfrutando cada recorrido, cada sombra, no quería perder los detalles de las formas y del dibujo de las hojas, sus tonos, la luz sobre ellas.
Antes de llegar a mi hotel, pare en Caballito de Mar, un lugar que me había recomendado el taxista que me trajo. Pedí un pollo a la brasa, buenisimo, chupe cada rincón de esa pobre ave. Mientras tanto a mi derecha había un perro esperando con los ojos desorbitados y la lengua fuera, a que le enviara un boomerang en forma de alita de pollo. Estuve hablando con uno de los trabajadores o guías del lugar, sobre las excursiones que podría hacer a la mañana siguiente. Ya se me va la luz, llega la noche en este hermoso muelle desconocido, perdido, pero con mucho encanto. Mis pies desaparecen en la oscuridad del lago, apenas veo ya lo que escribí, creo que va siendo hora de cerrar este cuaderno, buenas noches.
jueves, 31 de julio de 2014
En el muelle perdido de Mérida.
Estoy sentado con los pies descalzos en el muelle de Hacienda Mérida, donde me alojo. Acabo de contemplar la puesta de sol a través del horizonte del lago. A mi lado unos jóvenes americanos comparten unas cuantas Toñas y mas tarde spray contra mosquitos. A las diez de la mañana comencé una caminata a la cascada San Ramón. Al principio era una ruta tranquila junto al lago, pasaba por las casas de la gente del campo que lavaban la ropa al mismo tiempo que se bañaban, parte de sus vidas esta en el agua. Veía las puertas de las casas abiertas de par en par, los cerdos caminaban por el patio de la escuela comiendo mangos y otras basuras. Gente en su hamaca durmiendo, descansando, otros con el móvil en las manos esperando cualquier respuesta de uno de sus amigos. Llegue a la entrada de la subida de la cascada, pague tres dolares y comencé una ruta que iría ampliando su inclinación, al principio recorría grandes caminos con arbolado y luego iba estrechándose hasta llegar a un hilo de tierra entre la gran masa de múltiples verdes. Cantaban los pájaros, las mariposas negra y roja siempre me acompañaba en el camino y algún mono cantaba.
Después del esfuerzo, de las gotas de sudor corriendo por todo mi cuerpo, llegue a la cascada que se alzaba mas allá de cuarenta metros. Pareciera como si una gran refresco explotara a mi llegada y se abriera brindandome con todas sus burbujas. Una chica me hizo la primera foto del viaje. Disfrute del lugar reponiendo fuerzas con unas galletas que había guardado en el vuelo de Panamá. Sabia que las necesitaría en momentos como estos que la glucosa esta por los suelos. Bebia bastante agua y chupe cada migaja sobre la parte plateada del envoltorio. Baje suavemente disfrutando cada recorrido, cada sombra, no quería perder los detalles de las formas y del dibujo de las hojas, sus tonos, la luz sobre ellas.
Antes de llegar a mi hotel, pare en Caballito de Mar, un lugar que me había recomendado el taxista que me trajo. Pedí un pollo a la brasa, buenisimo, chupe cada rincón de esa pobre ave. Mientras tanto a mi derecha había un perro esperando con los ojos desorbitados y la lengua fuera, a que le enviara un boomerang en forma de alita de pollo. Estuve hablando con uno de los trabajadores o guías del lugar, sobre las excursiones que podría hacer a la mañana siguiente. Ya se me va la luz, llega la noche en este hermoso muelle desconocido, perdido, pero con mucho encanto. Mis pies desaparecen en la oscuridad del lago, apenas veo ya lo que escribí, creo que va siendo hora de cerrar este cuaderno, buenas noches.
Después del esfuerzo, de las gotas de sudor corriendo por todo mi cuerpo, llegue a la cascada que se alzaba mas allá de cuarenta metros. Pareciera como si una gran refresco explotara a mi llegada y se abriera brindandome con todas sus burbujas. Una chica me hizo la primera foto del viaje. Disfrute del lugar reponiendo fuerzas con unas galletas que había guardado en el vuelo de Panamá. Sabia que las necesitaría en momentos como estos que la glucosa esta por los suelos. Bebia bastante agua y chupe cada migaja sobre la parte plateada del envoltorio. Baje suavemente disfrutando cada recorrido, cada sombra, no quería perder los detalles de las formas y del dibujo de las hojas, sus tonos, la luz sobre ellas.
Antes de llegar a mi hotel, pare en Caballito de Mar, un lugar que me había recomendado el taxista que me trajo. Pedí un pollo a la brasa, buenisimo, chupe cada rincón de esa pobre ave. Mientras tanto a mi derecha había un perro esperando con los ojos desorbitados y la lengua fuera, a que le enviara un boomerang en forma de alita de pollo. Estuve hablando con uno de los trabajadores o guías del lugar, sobre las excursiones que podría hacer a la mañana siguiente. Ya se me va la luz, llega la noche en este hermoso muelle desconocido, perdido, pero con mucho encanto. Mis pies desaparecen en la oscuridad del lago, apenas veo ya lo que escribí, creo que va siendo hora de cerrar este cuaderno, buenas noches.