Escribo desde la isla de Ometepe, dentro del lago Nicaragua. Ha sido un dia lleno de coger diferentes transportes. Comenzaba a las 8 de la mañana saliendo de Granada en un bus camino de Rivas. Cuando llevaba un rato, me di cuenta que era el mismo de ayer, a veces, cuando estamos de viaje y con cambio de horario te quedas off, despistado, no caes en algunos detalles, me daba cuenta, que tonto, que eran los mismos chofer de ayer. Uno de ellos conducía, vi su rostro familiar en el enorme espejo rectangular del retrovisor lo rodeaba una infinidad de estampas religiosas y el nombre de Jesús por todos los lados, dentro y fuera del bus, en las casas, en la ropa, en los manteles y en la radio. Pienso que si el régimen de los Castro nos comía la cabeza con los carteles revolucionarios contra el capitalismo, creo que estos letreros de hermosas letras y frases bien hechas, a veces, endulzan demasiado a los creyentes que no aprecian ningun horizonte diferente y los ciega con un solo volcán.
En este viaje volvían a subir y bajar vendedores como los de ayer, pero esta vez caí en la tentación. Estaba el bus parado, mi ventana daba justo a una cocina que se resume en un puñado de leña, una plancha de metal y un par de tortitas cocinando a fuego lento, la señora en seguidas le daba la vuelta a las caras doradas, lo hacia como algo mas de lo cotidiano en sus tareas, encima de ella un gran rotulo marcaba el nombre de un taller. Cuando luego mire al interior del bus, ya había una chica morena, joven, con un gran recipiente metálico lleno de tortitas, que luego repartía junto a una bolita de queso metiendo todo en bolsitas de plástico tan transparente y fino como la piel. Cuando llego a mi lado, le compre dos tortitas que fueron el sustento de la sesión maratoniana de buses. Llegue a Rivas después de dos horas, al bajar todo el mundo te ofrecía su carro para llevarte al paraíso que tu quisieras, siempre pensé en elegir al chofer mas tranquilo y así fue. Con 10 córdobas me llevo hasta el muelle de San Jorge donde en apenas diez minutos saldríamos rumbo a Ometepe. El ferry esta lleno de turistas nacionales y extranjeros, disfrutamos de una bella mañana soleada pero con un fuerte viento que hacia agitar la embarcación y mi pelo. Sobre el lago se dibujaban dos enormes pirámides que pertenecían al volcán Concepción y Maderas.
lunes, 28 de julio de 2014
Ometepe, algo mas que una isla y dos volcanes.
Escribo desde la isla de Ometepe, dentro del lago Nicaragua. Ha sido un dia lleno de coger diferentes transportes. Comenzaba a las 8 de la mañana saliendo de Granada en un bus camino de Rivas. Cuando llevaba un rato, me di cuenta que era el mismo de ayer, a veces, cuando estamos de viaje y con cambio de horario te quedas off, despistado, no caes en algunos detalles, me daba cuenta, que tonto, que eran los mismos chofer de ayer. Uno de ellos conducía, vi su rostro familiar en el enorme espejo rectangular del retrovisor lo rodeaba una infinidad de estampas religiosas y el nombre de Jesús por todos los lados, dentro y fuera del bus, en las casas, en la ropa, en los manteles y en la radio. Pienso que si el régimen de los Castro nos comía la cabeza con los carteles revolucionarios contra el capitalismo, creo que estos letreros de hermosas letras y frases bien hechas, a veces, endulzan demasiado a los creyentes que no aprecian ningun horizonte diferente y los ciega con un solo volcán.
En este viaje volvían a subir y bajar vendedores como los de ayer, pero esta vez caí en la tentación. Estaba el bus parado, mi ventana daba justo a una cocina que se resume en un puñado de leña, una plancha de metal y un par de tortitas cocinando a fuego lento, la señora en seguidas le daba la vuelta a las caras doradas, lo hacia como algo mas de lo cotidiano en sus tareas, encima de ella un gran rotulo marcaba el nombre de un taller. Cuando luego mire al interior del bus, ya había una chica morena, joven, con un gran recipiente metálico lleno de tortitas, que luego repartía junto a una bolita de queso metiendo todo en bolsitas de plástico tan transparente y fino como la piel. Cuando llego a mi lado, le compre dos tortitas que fueron el sustento de la sesión maratoniana de buses. Llegue a Rivas después de dos horas, al bajar todo el mundo te ofrecía su carro para llevarte al paraíso que tu quisieras, siempre pensé en elegir al chofer mas tranquilo y así fue. Con 10 córdobas me llevo hasta el muelle de San Jorge donde en apenas diez minutos saldríamos rumbo a Ometepe. El ferry esta lleno de turistas nacionales y extranjeros, disfrutamos de una bella mañana soleada pero con un fuerte viento que hacia agitar la embarcación y mi pelo. Sobre el lago se dibujaban dos enormes pirámides que pertenecían al volcán Concepción y Maderas.
En este viaje volvían a subir y bajar vendedores como los de ayer, pero esta vez caí en la tentación. Estaba el bus parado, mi ventana daba justo a una cocina que se resume en un puñado de leña, una plancha de metal y un par de tortitas cocinando a fuego lento, la señora en seguidas le daba la vuelta a las caras doradas, lo hacia como algo mas de lo cotidiano en sus tareas, encima de ella un gran rotulo marcaba el nombre de un taller. Cuando luego mire al interior del bus, ya había una chica morena, joven, con un gran recipiente metálico lleno de tortitas, que luego repartía junto a una bolita de queso metiendo todo en bolsitas de plástico tan transparente y fino como la piel. Cuando llego a mi lado, le compre dos tortitas que fueron el sustento de la sesión maratoniana de buses. Llegue a Rivas después de dos horas, al bajar todo el mundo te ofrecía su carro para llevarte al paraíso que tu quisieras, siempre pensé en elegir al chofer mas tranquilo y así fue. Con 10 córdobas me llevo hasta el muelle de San Jorge donde en apenas diez minutos saldríamos rumbo a Ometepe. El ferry esta lleno de turistas nacionales y extranjeros, disfrutamos de una bella mañana soleada pero con un fuerte viento que hacia agitar la embarcación y mi pelo. Sobre el lago se dibujaban dos enormes pirámides que pertenecían al volcán Concepción y Maderas.