Ya estoy navegando en pleno río San Juan, en la orilla hay mucha gente pescando, aparecen apartados casi en la sombra del río, por su pose creo que se van a pasar todo el día con el hilo entre sus manos, curtidas, amarradas, subidos en su canoa de madera y esperando el primer pez, o ninguno, paciencia, tiempo, disfrutar del momento mientras nos miramos unos a otros, observando como pasamos en ese preciso instante de calma que con la ola producida por la panga rápida donde voy rompe la tranquilidad de los angeles del camino acuático. El agua aparece marrón pero no es así todo el tiempo, ahora las lluvias arrastran todo el barro, no dejan que disfrutemos de sus transparencias. Llegar hasta este rincón de centroamerica es asombroso, toneladas de naturaleza salvaje y tener grandes dosis de calma para esperar un bote y otra barca para llegar a otro destino, sigue la corriente, siguen pasando las horas eternas, llenas de agua, de verde. En estos largos trayectos miro el paisaje, el reflejo, una garza, una tortuga toma el sol encima de un palo, los monos congo se escuchan a lo lejos. Puedo seguir mi lectura, hacer algún dibujo, jugar con una niña pequeña que viaja en los brazos de su mama todo el trayecto.
Llegamos a El Castillo, un pueblito de casas de madera con vivos colores, todo esta limpio, no hay motores solo los de la barca, aquí te mueves a pie o en bicicleta. Busco el Hotel Victoria, me paseo por el pueblo, es agradable, todo el mundo te saluda. Subo al castillo, una fortaleza clave en la época colonial de los ataques de los enemigos extranjeros. Me asalta un chico joven para ofrecerme diferentes tour, no estoy convencido en un principio, al final termino contratando un paseo por el río La Juana. Voy junto a Almudena y Marcos, una pareja de Madrid y Galicia, compartimos la belleza y sobre todo el silencio del paseo que solamente se rompe con la pala al chocar con el agua mientras avanzamos a un lugar cada vez mas salvaje.
De regreso al Hotel, me detuve en una ceremonia de la iglesia católica donde estaban ordenando a un sacerdote, se casaba con Dios. Estuve mirando unos minutos, escuchando la musica, llegue justo en el momento de darse la paz, debajo de enormes parasoles de colores me fueron dando la paz al mismo tiempo que el sudor corría por la frente y todas las espaldas de los que estábamos allí.
Después de quitarme el barro, mientras me duchaba, también lavaba la ropa, agarrando las costumbres del país.