Halloween

Trabajos de los alumnos de 1º ESO para Halloween

El hombre del otoño


El hombre del otoño se prepara para una nueva etapa, sueña con viajes a la Polinesia, con pinturas de marineros que rescatan algún sireno, pasea en días llenos de sol, de azul, de tranquilidad y sosiego.
El hombre del otoño habla con la luna, pasea los domingos por el campo, responde a los pájaros en su vuelo fugaz, mira a las gaviotas enganchadas por sus picos de locas enamoradas.
El hombre del otoño sigue pensando en sus sueños.

Dibujando en la pared


Libertad


San Juan de Nicaragua o GREYTOWN.

Como de costumbre me levante temprano, fui al muelle a esperar la panga rápida para ir a San Juan de Nicaragua, ya en el caribe. Nuevamente toca esperar, mientras espero observo todo lo que hay alrededor.  Hay un abuelo dando  hachazos a unos troncos junto al muelle. Cuando llevaba un buen rato que el sudor corría por toda su espina dorsal, se acerco ligeramente un joven descamisado con un bonito torso aunque ya anunciaba una barriga que pareciera haber comido sin parar en hoteles de luna de miel. Rápidamente deshizo el tronco en mil astillas que volaban cerca de nuestras cabezas, hasta el río. El muchacho se fue para luego sentarse sobre el inacabado muro de cemento frente a su casa. El abuelo continuaba lento pero a su ritmo, sus hachazos contenían sabiduría, daba uno solo golpe pero era acertado, era exacto y profundo. Luego llegó un niño que debía de tener once años, al principio no controlaba el peso de su larga y pesada hacha, no apuntaba bien en la zona de la corteza, dibujaba lineas en el centro que no llegaban a acariciar la madera, iba recorriendo el muelle de un sitio para otro, no podía controlar, al final su tozudez logró que avanzara en ir astillando poco a poco, pero cuando llegó al corazón del tronco, ya estaba empapado, no tenia ni la fuerza ni la resistencia para continuar, se marchó con su poquita leña entre sus brazos como el trofeo de su gran esfuerzo, mientras el abuelito continuaba, terminó con los troncos que tenia preparados para hoy, barrió todo su alrededor sin dejar ni un palillo. Construyó dos pilares con el montón de leña.
Una vez en la panga pude disfrutar del cambio de vegetación con palmeras ya próximo al mar, el bote no iba tan lleno como otras veces, hizo una parada para ir al baño, todavía nos quedaría un par de horas. Antes de llegar a un nuevo lugar, nos lo imaginamos diferente a lo que luego encontramos, me sorprende por un lado porque idealizo los lugares y luego son diferentes a como son, pero la realidad también nos descubre lugares y espacios que nunca habíamos pensado, ni visto. Sobre todo cuando hablas con la gente del lugar, todo es mas cercano, en este caso con Fish, un indio Rama, que me agarró apenas comenzaba a descubrir el pueblo de San Juan de Nicaragua. Fue rápido para seducirme, atraparme, me gustaba su sonrisa eterna y perpetua, me dijo que era guía legal, no dudaba de su palabra. Me acompañó sigilosamente por el pueblo, yo tenia hambre, le dije que me acompañara al Lolito's, un local familiar de comidas. Esperó a que terminara para explicarme los tours y precios. Me dijo que a las 6:30 se pasaría por las cabañas de Edgar, donde me alojaba. Al mismo tiempo que yo entraba al pueblo, a lo lejos con su piel blanca y su rubia cabellera,  había otra turista, era Sara, danesa, que  junto a mi eramos los unicos turistas. Asi que mi guia y yo  tendriamos que contar con ella para que las excursiones nos salieran a un buen precio.
Fish llamó a mi puerta, ya era de noche, detrás de mi sombra cerré rápidamente para que no entrara ningún mosquito en la habitación. Se sentó en el suelo para hablarme de los tour, le dije que el precio era elevado, que todavía me quedaban lugares por visitar. Al final decidí una excursión, me preguntó si había venido Sara para hablar conmigo, le dije que no, mas tarde ella llegaría hasta mi puerta. Le dije que había entregado 60$ por una excursión, que había sido confiado, nunca habia pagado por adelantado, pero era mucha la gente que lo conocia mientras paseabamos por el pueblo, eso me tranquilizaba, que si quería unirse viniera al muelle a las 8 de la mañana, después de pasar un rato agradable con ella, me fui a la cama.

Un hombre de Corn Island.



Por el rio San Juan.

Ya estoy navegando en pleno río San Juan, en la orilla hay mucha gente pescando, aparecen apartados casi en la sombra del río, por su pose creo que se van a pasar todo el día con el hilo entre sus manos, curtidas, amarradas, subidos en su canoa de madera y esperando el primer pez, o ninguno, paciencia, tiempo, disfrutar del momento mientras nos miramos unos a otros, observando como pasamos en ese preciso instante de calma que con la ola producida por la panga rápida donde voy rompe la tranquilidad de los angeles del camino acuático. El agua aparece marrón pero no es así todo el tiempo, ahora las lluvias arrastran todo el barro, no dejan que disfrutemos de sus transparencias. Llegar hasta este rincón de centroamerica es asombroso, toneladas de naturaleza salvaje y tener grandes dosis de calma para esperar un bote y otra barca para llegar a otro destino, sigue la corriente, siguen pasando las horas eternas, llenas de agua, de verde. En estos largos trayectos miro el paisaje, el reflejo, una garza, una tortuga toma el sol encima de un palo, los monos congo se escuchan a lo lejos. Puedo seguir mi lectura, hacer algún dibujo, jugar con una niña pequeña que viaja en los brazos de su mama todo el trayecto.
Llegamos a El Castillo, un pueblito de casas de madera con vivos colores, todo esta limpio, no hay motores solo los de la barca, aquí te mueves a pie o en bicicleta. Busco el Hotel Victoria, me paseo por el pueblo, es agradable, todo el mundo te saluda. Subo al castillo, una fortaleza clave en la época colonial de los ataques de los enemigos extranjeros. Me asalta un chico joven para ofrecerme diferentes tour, no estoy convencido en un principio, al final termino contratando un paseo por el río La Juana. Voy junto a Almudena y Marcos, una pareja de Madrid y Galicia, compartimos la belleza y sobre todo el silencio del paseo que solamente se rompe con la pala al  chocar con el agua mientras avanzamos a un lugar cada vez mas salvaje.
De regreso al Hotel, me detuve en una ceremonia de la iglesia católica donde estaban ordenando a un sacerdote, se casaba con Dios. Estuve mirando unos minutos, escuchando la musica, llegue justo en el momento de darse la paz, debajo de enormes parasoles de colores me fueron dando la paz al mismo tiempo que el sudor corría por la frente y todas las espaldas de los que estábamos allí.
Después de quitarme el barro, mientras me duchaba, también lavaba la ropa, agarrando las costumbres del país. 



En el muelle de Gracia.

Antes de mi marcha de la Hacienda de Mérida donde me alojaba,  pude compartir mon petit dejeuné con Valerie y Justine. Después de esperar una hora, llego mi desayuno, no si antes avisar a la recepción que llevaba tiempo esperando y tenia que irme pronto. Apenas pude hacer las mochilas porque el carro salia en diez minutos para dejarme en el cruce del Quino. El conductor y dueño del hotel era todo un personaje con su uniforme de explorador de la época colonial. La gente de aquí me decía que pertenecía  a Somoza, familia que  tuvo mucho poder, grandes fortunas, derrotada en la revolución sandinista. Me parecía un tipo ridículo, daba grandes zancadas  como un militar, tenia su negocio muy organizado, con mucha propaganda desde USA, con una fuerte e importante publicidad en los mapas de la isla de Ometepe que te repartian en el muelle de San Jorge dos jóvenes formados en inglés en Estados Unidos. Montamos las mochilas en la parte alta del súper jeep, en una especie de estructura metálica donde luego iríamos dentro de pie como monos araña enjaulados. Me dejaron en la parada, un chico se ofreció a ayudarme. 
Con el sol en todo el corazón del día, me puse a caminar, en cuarenta y cinco minutos llegaba al pueblo de Altagracia. Entre en el Hotel Central, reconocía su fachada porque era uno de los candidatos cuando estaba preparando el viaje, así muchos son los hoteles que antes de conocerlos en directo ya los había visto en booking, es curioso pero al mirarlo resultaba familiar. Le dije al señor si podía guardarme la mochila grande por unas cuantas horas que me cobrara por el servicio pero el me dijo que nada, así que para agradecérselo me tome un refresco. Visite el museo donde mostraban algunos petroglifos, maquetas, dibujos y cuadros de la isla con sus dos volcanes, el Maderas y el Concepción.
Me senté en el parque central alrededor de una mesa de piedra y adornos con azulejos azules con los asientos  formando tramos de  arcos rodeando el círculo. Había dos abuelitas hablando de religión, con la mirada complice de una de ellas fui entrando en la conversación, comencé a dar mi opinión respecto a la fe. La mujer que mas hablaba no paraba de mencionar a Jesús cuarenta veces por minuto. Contaba que un día un hombre estaba haciendo un pozo y que nunca sacaba agua hasta que menciono  su nombre, al día siguiente había agua en el pozo después de mencionar a Jesús. También me decía que las hojas que se movían sobre nuestras cabezas también las movía Jesús. Su nombre esta escrito en todos los lados, dentro y fuera de los carros, en carteles grandes en las entradas de algunos pueblos, en muros, incluso hay una emisora que se llama la voz de Jesucristo. Al poco llego una chica joven muy guapa vendiendo enchiladas, le compre una que estaba muy rica, con carne, arroz y vegetales. Ella se incorporó al grupo estuvo un rato hablando aunque parecía muy tímida, sabia que haría yo mas tarde, alomejor traería comida para que almorzara pero no me comprometia. Cansado de estar en el parque me marche a por la mochila donde conectado a la WiFi me puse al corriente de las novedades en mis redes, quedaba mucho tiempo para la noche y que el barco llegara.
Me fui andando al muelle de Gracia pero en el camino me perdí, creo que no comprobé bien el camino correcto y me lanzaba a la aventura. Pasaba un carro, le propuse que me llevara, me dijo que tendría que esperar porque acababa de pinchar la rueda y tenia que dejarla en el mecánico. En el camino se paro con un amigo para hacer un negocio a medias, consistía en comprar animales y descuartizarlos para vender carne  una vez por semana de madrugada al comienzo del pueblo. Cuando llegábamos al muelle mi sorpresa fue que la chica que vendía las empanadillas estaba allí esperandome, yo tan ingenuo en un principio pensando en serio que me había traído la comida pero la cosa iba mas allá. Entre en una sala de espera de pasajeros donde había una pareja de Malta, muy agradables, él era profesor en la universidad, me entregó su tarjeta, también había vivido en Almería en Roquetas de Mar. La joven vendedora entro a la sala, enseguidas me pregunto si estaba casado y si tenía hijos, me hizo de su vida un drama, la pareja en seguidas sabia de sus intenciones. Cada vez se acercaba a mi, me sentia incómodo, se aproximaba físicamente y con su batallón de preguntas sin respuesta. Me decía una y otra vez que iba a traerme la comida pero nunca la trajo, mentiras y mas mentiras, incluso me decía si quería dar una vuelta creyendo la lista que iba a dejar mi equipaje a su lado. Le dije que me estaba molestando que por favor se fuera que hasta ahora tenia un buen sabor de su país y no quería que ella estropeara este viaje que estaba siendo lindo para mi. Se marcho, me quede tranquilo, pienso que quería robarme, ella también sera una víctima de su entorno, de su ritmo de vida, pero quería alejar de mi la mentira, al ladrón y la mala energía.
Una vez en el muelle, me tumbe en el suelo para contemplar la luna, se veía perfectamente el volcán Concepción, una estampa maravillosa y romántica. Llegó el ferry, a las diez de la noche comenzamos a navegar por el lago Nicaragua, desde mi perezosa pude contemplar las estrellas, una fugaz, abrigado frente a un aparente mar me fui entregando al sueño y llegar a San Carlos en paz.

Hacienda Mérida

Me desperté varias veces de madrugada bajo la mosquitera, recibía un aire fresco, parecía increíble pero comenzaba a darme frío. Obligue a mis ojos a seguir cerrados porque todavía era demasiado temprano. Continúe en la cama insinuando que estaba durmiendo. Al rato me levante, toque la ropa que estaba tendida dentro de la habitación pero todavía le faltaba por secarse. Me tumbe en la enorme hamaca que  estaba delante de la puerta para leer un poco antes del desayuno. En esa hora con la primera luz con un libro en las manos es una buena sensación para seguir surfeando el día. Aunque me despertara temprano el día iba a ser tranquilo y relajado. Tome un café, fruta y dos pancake con miel, tenia que ser rápido porque las abejas venían en seguidas. Fui a caballito de mar para hacer un tour en kayac. Le di a la pala por un par de horas, tomando el sol por toda mi piel, con vistas al volcán Concepción. La ruta no estuvo mal pero el río que íbamos a visitar no tenía agua, la gente no paraba de decir que apenas había llovido este año, e incluso que el plátano apenas sacaría su flor para entregarnos ese platanito tan rico de Ometepe. El paseo fue una decepción, era lo que tocaba, no siempre los paseos son tan maravillosos, pero ya vendrán las inundaciones y entonces nos lamentaremos por las desgracias ajenas.
Mi guía era un estudiante de turismo en su tercer año de carrera. Fue muy amable explicando cada planta, cada palo como llaman aqui a los arboles, con su historia y para que se utilizan.
Rente una bici para hacer un recorrido por la isla, aunque el sol apretaba sobre mi cabeza y las piedras del camino se ponían pesadas, seguí adelante recorriendo cada camino, senderos por donde caminaban vacas, cerdos, pollitos con su mama, algún perro sin collar sin dueño. Visite algunos petroglifos con dibujos, formas femeninas, animales y diferentes trazos geométricos como líneas de cuerdas grabadas para la eternidad sobre la anciana y volcánica piedra.
De regreso a la Hacienda pude compartir una velada preciosa tomando unas cervezas con Valerie y Justine, hablamos en francés todo el rato, de nuestras vidas y nuestros sueños.

Caballito de mar

Se detiene el tiempo, mirando el lago con una Toña en mi mano. Suena la musica del cine clásico americano, un perro se acerca, unas botellas caen al suelo, rompiéndose alguna sobre el cemento apagado. Se respira un buen aire, cálido, sabroso, armonía, paz, sosiego, tranquilidad, felicidad que en muchos momentos en este viaje obtengo. La vida me esta regalando postales que nunca podre enviar, postales para el alma, sin sello, sin dirección, sin destino. Capto la buena energía del lugar, el dueño es Fernando, de Barcelona, con buena onda, lleva unos cuantos años aquí, me pasa información del río san Juan que sera mi proxima parada. Pasa una mujer con tres pescados frescos en una palangana de plástico rosa. Fernando le pide que le cocine uno de esos y me animo, apenas me cobra dos euros por un gran plato de comida y un refresco. Son muchos los momentos en los que me dejo llevar por la intuición, la improvisación y al final resulta ser una buena elección. Ahora suena la musica de Michael Bolton, la escuchaba sobre todo cuando estudiaba en la universidad. Los momentos como el de ahora, te hace viajar ligero, mas suelto, no puedo pedir nada mas. La calma llega a tu corazón y con unos grados de alcohol te vuelves mas vulnerable, frágil, sensible, receptivo a todo lo que vuela a tu alrededor.

En el muelle perdido de Mérida.

Estoy sentado con los pies descalzos en el muelle de Hacienda Mérida, donde me alojo. Acabo de contemplar la puesta de sol a través del horizonte del lago. A mi lado unos jóvenes americanos comparten unas cuantas Toñas y mas tarde spray contra mosquitos. A las diez de la mañana comencé una caminata a la cascada San Ramón. Al principio era una ruta tranquila junto al lago, pasaba por las casas de la gente del campo que lavaban la ropa al mismo tiempo que se bañaban, parte de sus vidas esta en el agua. Veía las puertas de las casas abiertas de par en par, los cerdos caminaban por el patio de la escuela comiendo mangos y otras basuras. Gente en su hamaca durmiendo, descansando, otros con el móvil en las manos esperando cualquier respuesta de uno de sus amigos. Llegue a la entrada de la subida de la cascada, pague tres dolares y comencé una ruta que iría ampliando su inclinación, al principio recorría grandes caminos con arbolado y luego iba estrechándose hasta llegar a un hilo de tierra entre la gran masa de múltiples verdes. Cantaban los pájaros, las mariposas negra y roja siempre me acompañaba en el camino y algún mono cantaba.
 Después del esfuerzo, de las gotas de sudor corriendo por todo mi cuerpo, llegue a la cascada que se alzaba mas allá de cuarenta metros. Pareciera como si una gran refresco explotara a mi llegada y se abriera brindandome con todas sus burbujas. Una chica me hizo la primera foto del viaje. Disfrute del lugar reponiendo fuerzas con unas galletas que había guardado en el vuelo de Panamá. Sabia que las necesitaría en momentos como estos que la glucosa esta por los suelos. Bebia bastante agua y chupe cada migaja sobre la parte plateada del envoltorio. Baje suavemente disfrutando cada recorrido, cada sombra, no quería perder los detalles de las formas y del dibujo de las hojas, sus tonos, la luz sobre ellas.
Antes de llegar a mi hotel, pare en Caballito de Mar, un lugar que me había recomendado el taxista que me trajo. Pedí un pollo a la brasa, buenisimo, chupe cada rincón de esa pobre ave. Mientras tanto a mi derecha había un perro esperando con los ojos desorbitados y la lengua fuera, a que le enviara un boomerang en forma de alita de pollo. Estuve hablando con uno de los trabajadores o guías del lugar, sobre las excursiones que podría hacer a la mañana siguiente. Ya se me va la luz, llega la noche en este hermoso muelle desconocido, perdido, pero con mucho encanto. Mis pies desaparecen en la oscuridad del lago, apenas veo ya lo que escribí, creo que va siendo hora de cerrar este cuaderno, buenas noches.

Ometepe, algo mas que una isla y dos volcanes.

Escribo desde la isla de Ometepe, dentro del lago Nicaragua. Ha sido un dia lleno de coger diferentes transportes. Comenzaba a las 8 de la mañana saliendo de Granada en un bus camino de Rivas. Cuando llevaba un rato, me di cuenta que era el mismo de ayer, a veces, cuando estamos de viaje y con cambio de horario te quedas off, despistado, no caes en algunos detalles, me daba cuenta, que tonto, que eran los mismos chofer de ayer. Uno de ellos conducía, vi su rostro familiar en el enorme espejo rectangular del retrovisor  lo rodeaba una infinidad de estampas religiosas y el nombre de Jesús por todos los lados, dentro y fuera del bus, en las casas, en la ropa, en los manteles y en la radio. Pienso que si el régimen de los Castro nos comía la cabeza con los carteles revolucionarios contra el capitalismo, creo que estos letreros de hermosas letras y frases bien hechas, a veces, endulzan demasiado a los creyentes que no aprecian ningun horizonte diferente y los ciega con un solo volcán.
En este viaje volvían a subir y bajar vendedores como los de ayer, pero esta vez caí en la tentación. Estaba el bus parado, mi ventana daba justo a una cocina que se resume en un puñado de leña, una plancha de metal y un par de tortitas cocinando  a fuego lento, la señora en seguidas le daba la vuelta a las caras doradas, lo hacia como algo mas de lo cotidiano en sus tareas, encima de ella un gran rotulo marcaba el nombre de un taller. Cuando luego mire al interior del bus, ya había una chica morena, joven, con un gran recipiente metálico lleno de tortitas, que luego repartía junto a una bolita de queso metiendo todo en bolsitas de plástico tan transparente y fino como la piel. Cuando llego a mi lado, le compre dos tortitas que fueron el sustento de la sesión maratoniana de buses. Llegue a Rivas después de dos horas, al bajar todo el mundo te ofrecía su carro para llevarte al paraíso que tu quisieras, siempre pensé en elegir al chofer mas tranquilo y así fue. Con 10 córdobas me llevo hasta el muelle de San Jorge donde en apenas diez minutos saldríamos rumbo a Ometepe. El ferry esta lleno de turistas nacionales y extranjeros, disfrutamos de una bella mañana soleada pero con un fuerte viento que hacia agitar la embarcación y mi pelo. Sobre el lago se dibujaban dos enormes pirámides que pertenecían al volcán Concepción y Maderas.

Subida al volcán Mombacho

Desayune muy temprano, deje unos minutos para no ser tan puntual en la apertura del buffet, pensaba que era el primero pero ya había un señor que apenas me devolvía el saludo. Plato de fruta, gallo pinto y café con leche. Cogí la mochila pequeña, baje por Consulado a toda prisa entre calles de fachadas de colores. Antes que llegara a la estación, un hombre bien hermoso con un polo blanco gritaba ¡MOMBACHO, el blanco! Tenia que subir en el blanco, los otros dos eran amarillos con otros destinos. Estaba casi al completo, me senté al lado de otro joven hermoso que apoyaba una Biblia sobre su rodilla derecha. Al otro lado, a mi izquierda un señor, mostraba a un niño frondoso, las cabezas de dos patos que asomaban desde un saco de rafia carmín. El niño era discreto, no se acercaba demasiado pero con apenas unos sonidos le pedía que se los enseñara una y otra vez. El bus se fue llenando hasta en el pasillo. A parte de pasajeros, subió una mujer con un canasto en la cabeza vendiendo comida, antes de bajarse alguien le reclamó un par de bolsitas. Luego subió otro señor que vendía pastillas para problemas digestivos relacionados con la solitaria y otros parásitos. También ofrecía una crema para los dolores musculares y otros síntomas. La gente compraba y se interesaba por todo. Estos pasajeros sin viaje parecían salidos de una atracción circense, porque tal era su voz, su figura, su carisma que captaba la atención de toda la gente como si fuera el capitulo final de una telenovela. Cuando íbamos rumbo a la carretera principal, un señor iba por los asientos recogiendo el dinero según la distancia o el destino. Pague mis 8 córdobas y ya me avisaría cual era mi parada. Allí estaba esperando la moto taxi para apenas subir kilometro y medio, pero bueno hay que contribuir a que esta gente siga adelante. Me dejo en la recepción del Parque Natural del Volcán Mombache, después de pagar 16 $ para visitar la reserva natural, subimos a un enorme camión cargado de turistas y algunos guías que iban con su uniforme de pantalón marrón y polo blanco. Hice la ruta del cráter solo, sin guía, porque parecia muy sencillo el recorrido. Entraba en una masa enorme de vegetación, en un bosque lluvioso, me encantaba ese frescor que te abría los pulmones como dos alas de mariposa, la fina lluvia apenas te mojaba y la niebla no dejaba ver el paisaje,ni Granada, ni las isletas, ni el lago, ni el crater, solamente las fumerolas. Cuando termine mi circuito quise bajar andando hasta abajo pero me resbale por la lluvia sobre los adoquines, mi móvil se lleno de barro y en apenas un segundo estaba en el suelo como una hoja mas. Así que espere al camión que rápido bajo.

Las isletas del Lago Cocibolca. Granada. Nicaragua.

Esta mañana no sabia a donde viajaria, tenia escrito un lugar pero no sabia si podria hacerlo. Estuve en una primera agencia TIERRATOURS pero no me ofrecían la ruta deseada, así que me fui a la competencia LEOTOURSCOMUNITARIOS. Allí había una salida en menos de una hora hacia las isletas, este seria mi destino. No lo pensé demasiado y el plan me gustaba, espere a que llegaran dos personas más, eran Valery y Justin, una pareja de Quebec. Comenzamos la ruta en bici con nuestro guía nica Gino, era muy agradable aunque se notaba el desgaste de hacer, hablar y repetir las mismas excursiones todas las semanas, pero fue muy simpático, nos alargo la estancia e hizo que nos sintieramos cómodos en todo momento. ``Lo que te da la tierra echalo a la tierra`` una frase que me gustó.  Llegamos a un embarcadero donde nos esperaba un bote para pasear por el lago en la parte mas calmada donde se encontraban las islas, aunque sea un lago hay olas impresionantes en el resto. Navegamos a veces parando el motor, sintiendo la naturaleza, la calma, las formas de las aves reflejadas entre infinidad de nenufares y otras plantas acuáticas. Observamos cada pájaro, cada flor o monos en sus ramas descansando. Llegamos a nuestra primera isla donde nos ofrecieron un plato rico en variedad de fruta, sobre todo, el rico platanito dulce típico del país. Tomamos también agua de coco con un chorrito de ron de caña, algo ligera fue mi copa para no caer en los brazos del sueño anticipado. Hablaba en francés con mis compañeros de viaje, en español con el guía y Eduardo un niño que nos ofrecía caramelos, mangos pequeños muy sabrosos y toda la clase de bellezas en flor. Visitamos otra isla donde habia una fortaleza de defensa con sus cañones largos y oscuros aplomados contra el suelo, cansados de combatir contra tanto pirata. Un pequeño y obligado descanso porque no funcionaba el arranque del motor de nuestra lancha. No nos importaba porque estabamos en un paraiso, donde no habia reloj, ni espera, solamente la luz de las miradas, de los que aman y respiran. Volvimos a coger las bicicletas de regreso a la calzada.

Granada. Nicaragua.

Ya amaneció, llevaba mas de catorce horas en la cama, se unieron la hora de la siesta con la hora del sueño, el cambio horario y el cansancio acumulado por los vuelos. Ahora soy un hombre nuevo, a las primeras luces de la mañana le siguió el canto de un pájaro que aun desconozco, en este momento sigue amenizando la mañana. Me di una ducha, lave la ropa del día anterior, cuando vuelvo a la habitación una lagartija recorre las sabanas blancas, en  un principio quería rechazar al invitado pero no hace daño no molesta soy yo quien esta en mitad de esta jungla coronada por un cocotero sobre mi cabeza. Queda poco para desayunar, los empleados del hotel pasan por el jardín delante de mi ventana para montar el escenario necesario para alimentarse. Ayer fui mi primera visita a la ciudad. Caminaba por calles con fachadas pintadas de color pistacho, violeta, amarillo limón, azul claro. Bajo un sol que te regalaba una cascada de  sudor, como si te cubriera de  terciopelo, es un calor al que me acostumbro y llevo ese traje de la mejor manera. Hoy esta por descubrir, dejare que el día se vaya haciendo despacio, sin prisa, disfrutando y observando todo lo nuevo de este horizonte salvaje, natural y humano.

Dibuja sueños




El beso secreto de Elena,
Maria en un concierto,
la playa de Yolanda y 
el baile de Maria.

100 latas de amor para San Valentín

Los alumnos de 1º de ESO diseñaron sus latas con alguna frase para el dia de los enamorados.

Ad2H


Almendrón

La calle está desierta, vacía, nadie se cruza ante la mirada inocente que arrastra mi vida, me encuentro con un coche, parece anclado, agarrado al asfalto, le faltan las cuatro ruedas, algunos cristales, las cicatrices le rodean, el óxido le invade, le atrapa, muestra la belleza de su vida en movimiento, azotado por el viento, la lluvia, el rastro del roce de otros autos como uñas recién pintadas,  dibujan la expresión  de su verdadero rostro. Parece subido como en un podio, ocupando el primer lugar en la entrada de la calle, permanece en la sombra, estancando pero nadie lo puede mover, sigue ahí, continúa un camino sin ruedas, un camino que el tiempo lo irá modificando. Hombres apoyados conversando al atardecer, algún niño jugará en sus entrañas, alguien le quitará el polvo en una parada furtiva, refugio para los amigos de la calle, almas que caminan sin rumbo por aceras cercanas, para los viajeros sin maletas en noches de frío. Es como un señor, su presencia es solemne pero libre de cualquier ostentación, tiene una apariencia sencilla,  te impone respeto, admiración, sosiego. Cuantas historias habrá vivido en esos asientos traseros, cuantos besos, abrazos, te quiero, cuantas pensamientos, llantos, sorpresas, nervios, alegrías, desesperanzas. Que lejos está la velocidad que en una época acarició su carrocería, que bellos paseos por el malecón donde el aire movía los cabellos de los amantes agarrados de la mano, sin que el conductor se diera cuenta.  Miradas intermitentes tras el espejo delantero, muchos viajes soñados se hicieron, cumplieron el deseo de sus ocupantes, la gente que abrió sus puertas, manos que acariciaron sus curvas mientras despedías a un amigo, una espera, un punto de referencia en la cena de anoche. Admiro sus ricos colores,  miles de capas  cubren su piel oxidada, me embriaga la belleza de sus chapas, las formas redondas, adosadas, le dan un aire más sensual, delicado, es una máquina, un carro, un Chevrolet del 53. Me gusta el aire que circula entre ventana y ventana  abierto al mundo y a la nada.
Quisiera reparar los arañazos de sus viejas chapas, quisiera colocar las cuatro ruedas y poner en marcha el corazón de este país detenido en el tiempo. Coger velocidad, sentir nuevamente el viento en mi cara, disfrutar desde sus ventanas el paisaje verde y llegar a la orilla de mi playa.
Ahora tras el cristal de mi ventana, encuadro su posición, encajo su dibujo sobre el lienzo, comienzo a lanzar los primeros colores, reservo las zonas oxidadas utilizando el rojo inglés, un color elegante y sutil. En unos minutos sin darme cuenta avanza la composición por un camino de color, la trementina penetra entre los hilos, se hunde, quema la tela, la destruye y la construye al mismo tiempo, tengo ante mí el cuadro soñado.

Graffiti de Pigüo para el 25 aniversario del Bosco


Diario de un verano en la habana 8



Los muros de la calle aparecen despojados, destintados, en algunos quedan las huellas de los chorros del agua que corrieron por su fachada en tardes de primavera.  Transparentes quedaron los diseños que en  tiempos gloriosos brillaban como antorchas en  palacios celestiales en esta calle del olvido.  Sin color ni brío, casi desnudas, como un niño sin consuelo, nadie la cuida, nadie la mira. Son como grandes espejos que nos devuelven la esencia de sus vidas, de sus trazos, de sus colores, de sus desconchones.  Ahora reinan algunos graffiti en un nuevo universo de grandes trazos, palabras que salen de la pared, que te hablan al oído grabando en tu memoria frases que nunca olvidas, No vivas mi vida vive la tuya”.    Los mensajes que aparecen son como perros sin dueño que te ladran, que te acribillan, haciendo mucho ruido para que no los olvides.                                         
Aparece de repente el frío, un semáforo azul ha encendido nuestro camino, paramos en mitad de la calle, nos deslumbra su fachada blanca,  filtra en nuestro interior todo su resplandor tostando los recuerdos del ayer.
A veces volvemos a ellas para quitarnos el frío o resguardarnos de la lluvia, nos alimentamos de su calor cuando apoyamos la palma de la mano, nos alivia su contacto, protege todo el interior donde vivimos. Nos agarramos a ella en tarde de adiós y despedida. La lluvia labra su fachada, la moldea dejando miles de refugios a las golondrinas que siempre vuelven, que nunca olvidan su casa.
El viento no para de azotar su débil estructura, la brisa va penetrando suavemente entre capa y capa de pintura, oxida sus grandes ventanales, saca lo más viejo, hasta sus entrañas, el tiempo  las devora hasta llegar a la soledad de su esqueleto que hay en mis ojos. Aún queda algún vestigio de lo que fue, alguna mancha de color se resiste a huir. Pasamos a unos milímetros, acariciamos con nuestros paseos el límite entre lo urbano y lo sagrado. Acceder a ellas es entrar en el corazón de una familia, en el agujero de una tapia, en el pozo sin retorno ni salida. A veces nos lleva por una escalera hacia la azotea, para contemplar con los pies desnudos sobre el escombro el atardecer de nuestros días.
Multitud de sombras y luces en noches de fiesta se arrojan sobre ellas hasta que van desapareciendo para permanecer en la penumbra algún tiempo.
Ventanas que no se abrirán en décadas, puertas que se cerraron de la mano de sus dueños que ahora guardan la llave por si la vuelta fuera inmediata, lejos de esta isla ajenos a los relámpagos que iluminan estas ruinas.
Otros muros se romperán, desaparecerán de la tierra, volverán al polvo, a la montaña donde salieron. Amantes que miran sus sombras, que se dibujan, que se recuestan en un día que parece infinito.

Diario de un verano en la habana 7



La calle está desierta, vacía, nadie se cruza ante la mirada inocente que arrastra mi vida, me encuentro con un coche, parece anclado, agarrado al asfalto, le faltan las cuatro ruedas, algunos cristales, las cicatrices le rodean, el óxido le invade, le atrapa, muestra la belleza de su vida en movimiento, azotado por el viento, la lluvia, el rastro del roce de otros autos como uñas recién pintadas,  dibujan la expresión  de su verdadero rostro. Parece subido como en un podio, ocupando el primer lugar en la entrada de la calle, permanece en la sombra, estancando pero nadie lo puede mover, sigue ahí, continúa un camino sin ruedas, un camino que el tiempo lo irá modificando. Hombres apoyados conversando al atardecer, algún niño jugará en sus entrañas, alguien le quitará el polvo en una parada furtiva, refugio para los amigos de la calle, almas que caminan sin rumbo por aceras cercanas, para los viajeros sin maletas en noches de frío. Es como un señor, su presencia es solemne pero libre de cualquier ostentación, tiene una apariencia sencilla,  te impone respeto, admiración, sosiego. Cuantas historias habrá vivido en esos asientos traseros, cuantos besos, abrazos, te quiero, cuantas pensamientos, llantos, sorpresas, nervios, alegrías, desesperanzas. Que lejos está la velocidad que en una época acarició su carrocería, que bellos paseos por el malecón donde el aire movía los cabellos de los amantes agarrados de la mano, sin que el conductor se diera cuenta.  Miradas intermitentes tras el espejo delantero, muchos viajes soñados se hicieron, cumplieron el deseo de sus ocupantes, la gente que abrió sus puertas, manos que acariciaron sus curvas mientras despedías a un amigo, una espera, un punto de referencia en la cena de anoche. Admiro sus ricos colores,  miles de capas  cubren su piel oxidada, me embriaga la belleza de sus chapas, las formas redondas, adosadas, le dan un aire más sensual, delicado, es una máquina, un carro, un Chevrolet del 53. Me gusta el aire que circula entre ventana y ventana  abierto al mundo y a la nada.
Quisiera reparar los arañazos de sus viejas chapas, quisiera colocar las cuatro ruedas y poner en marcha el corazón de este país detenido en el tiempo. Coger velocidad, sentir nuevamente el viento en mi cara, disfrutar desde sus ventanas el paisaje verde y llegar a la orilla de mi playa.
Ahora tras el cristal de mi ventana, encuadro su posición, encajo su dibujo sobre el lienzo, comienzo a lanzar los primeros colores, reservo las zonas oxidadas utilizando el rojo inglés, un color elegante y sutil. En unos minutos sin darme cuenta avanza la composición por un camino de color, la trementina penetra entre los hilos, se hunde, quema la tela, la destruye y la construye al mismo tiempo, tengo ante mí el cuadro soñado.

Diario de un verano en la habana 6



Esta mañana nos fuimos sin desayunar, empezamos en una cola para pedir información sobre la prórroga del visado, tuvimos que ir a Desamparados entre Habana y Compostela, llegamos pero era demasiado tarde, además faltaban documentos que todavía no llevaba, aprovechamos para coger toda la información para venir al día siguiente.
Una chica mulata sale del Banco Metropolitano, pasa ante nosotros, su imagen es impecable, limpia, ilumina su cabello negro recogido atrás, va muy recta. Sale unos minutos para fumar un cigarrillo, se apoya en el pilar envejecido y desconchado mirando hacia la calle. Lleva una  camisa blanca, un pantalón azul, zapatos negros de fino tacón, en la otra mano lleva su celular, ahora escribe un mensaje  mientras su cinta atada al cuello se desplaza entre sus pechos de un lugar para otro, como la ropa tendida en los balcones de las casas vecinas. Observo la sensualidad de sus caladas, su mirada anclada ante la pequeña pantalla, de repente fuma rápidamente, su tiempo  se acaba, entre sus lazos de humo paso un carro, un bici-taxi, un ciclista, otro carro, apura la última calada de estos minutos de gloria y descanso.
Después de hacer la cola como dos horas, no había sellos y fuimos para otro banco que había en Prado. Una nueva cola, ese día cerraban más tarde, al final tuvimos suerte porque nos metieron a todos dentro y cerraron la puerta. El aire acondicionado no funcionaba, imagínate en un lugar cerrado, en pleno verano en La Habana, con tantas personas esperando su turno, aquello se iba pareciendo a un pequeño infierno, había ancianos esperando su paga mensual, ellos ocupaban los asientos libres mientras los demás permanecíamos inmóviles en una barrera humana infranqueable, quietos al paso de los minutos y las horas, nadie se movía, nadie quería perder su turno e irse pronto para seguir disfrutando fuera el resto del día. Dos empleadas empezaron a calentarse, hablaban sin parar, sin control y su conversación se fue elevando por momentos, al final  una de ellas dio por concluida su jornada laboral, recogió sus papeles, cerró como en  una pequeña caja fuerte todas las herramientas de su  buró,  lo introdujo en uno de sus cajones, recogió sus cosas personales metiéndolas en su bolso de piel canela,  con una leve sonrisa acabó por hoy. Compré los sellos, por lo menos algo hicimos en esta mañana de colas. Volvimos a casa para descansar, luego fuimos a “Los Nardos” para cenar o mejor dicho comer nuestra primera comida del día.
Esta vez madrugué un poco más, he cogido sin colas y sin espera el P4, muy pronto me encontraba en la oficina esperando para arreglar el visado. Al lado había un hombre con un brazo tatuado en el que había dibujado una gitana vestida de sevillana y sobre ella había un nombre en árabe, la mezcla de  España y Marruecos me recordó buenos momentos, ahora todos esos unidos al presente en tierras caribeñas, me hizo pensar en una armonía perfecta de culturas diferentes pero con muchas cosas en común. Terminé de arreglar mis papeles y cogí nuevamente la guagua, pasé a comprar dos yogurt naturales con azúcar, dos pastelitos de guayaba y cinco trencitas de azúcar. Cuando llegué a casa estaba mi chico esperándome tumbado desnudo sobre las blancas sábanas y pude apreciar nuevamente la grandeza y el tesoro de la persona que te ama y te espera.




Diario de un verano en la habana 5



Estoy sentado en el tren camino de Murcia, este viaje tenía que hacerlo pero en el sentido contrario Murcia-Madrid para coger un vuelo a La Habana pero el destino ha querido que me reuniera ésta noche con mi familia. Llevo varios años sin cenar con ellos en la Nochebuena, volveré a encender la chimenea como antes había hecho, es un ritual que siempre se hacía cuando vivían mis padres, se convirtió en una tradición que disfrutaba mucho, primero preparaba las ramas finas y secas para prenderle fuego e ir echando los troncos cada vez más grandes. El calor del hogar y la luz que nos hipnotizaba es lo que ahora recuerdo. Reunidos entorno al fuego, el centro, el núcleo, la esencia de una casa, lugar de reunión, de diálogo, de escuchar las  historias, los sentimientos, las opiniones de un hermano, de una hermana, sus sueños, sus lágrimas, sus alegrías a la luz de la candela, miro ahora al fuego y me elevo en los recuerdos de las personas que quiero.
Desde el lunes por la noche mi ilusión se desinfló al ver en las noticias que la compañía con la que volaba echaba el cierre definitivo. Por unos momentos pareciera que tus sueños se hundieran en el océano. Miraba continuamente en Google todos los comentarios y noticias sobre el tema, parecía que la situación empeoraba conforme pasaban los segundos. Fui a la agencia y la única solución que vimos era ir a Madrid para unirme a los que ya se quejaban en el aeropuerto sobre  las primeras cancelaciones de los vuelos. Se podían leer carteles improvisados sobre cartones donde decían: “CUBA EXISTE”, “LOS CUBANOS QUEREMOS VOLAR”,”CUBANOS MARGINADOS”. Después de un día intenso arrastrando la maleta bajo la lluvia y el frío de Madrid, recorro el metro, escalera infinitas, subidas y bajadas, mi desasosiego se va calmando cuando escucho palabras de ánimo y esperanza porque al final siempre las cosas van cambiando, sin olvidar a los amigos y personas que te ayudan a que todo vaya mejorando. Ahora acabo de ver un graffiti azul desde la ventana del tren que destaca del día gris. Busca el color a los días, busca la felicidad que en nosotros está.
Está lloviendo en La Habana, sentado veo como las gotas se escurren por la lona amarilla del café, el paisaje es diferente a los otros viajes de invierno, espero a que me traigan algo para comer, es mediodía y es el momento en que el hambre te sube por la garganta. Son días de nubes, frío, vuelve una fina lluvia de manera intermitente. Aclara el día, un poco de sol aprieta sobre nuestras cabezas sentados en el banco que hay ante la “Tumba del amor”, estamos visitando el cementerio de Colón, hemos parado unos minutos para descansar y leer el epitafio donde los difuntos te dan las gracias desde lo eterno por dedicarle un pensamiento de amor y paz.
El espectáculo de las olas convirtiéndose en espuma contra el muro del malecón, el mar se agarra al cemento viejo destrozado, un incesante batallón de olas nos come la tarde. Las luces de los carros sobre nuestras pupilas nos anuncian la noche que nuevamente anuncia fría y húmeda.
Veo incesantemente postales de enamorados, parejas que se arriman, caras que hablan de amor, miradas de complicidad, la ternura que transmite uno de ellos mientras el otro habla, explica o describe, mientras el otro mira, no se cansa de ese paisaje infinito de la persona amada. La mirada, el brillo, la luminosidad y el resplandor de los que se aman. Amantes disfrutando de la tarde, del mar, de las olas, de las horas. El mar es testigo de sus palabras, sigue expectante en sus movimientos, en sus revuelos, adorna con su aroma la tarde y es el testigo de sus deseos. Días sin sol, sin cielos y sin playa. Días de amor, de comidas, de paseos por oscuros callejones sin alma.


Diario de un verano en la habana 4



“El jardín de Minerva”
Todas las mañanas nos levantamos tarde, la voz de Minerva abre la puerta, una ducha, un desayuno rico en frutas, mango, guayaba, piña, papaya, plátano, jugo de naranja, pan, queso, café y té. Todo sobre  un mantel de cuadros de colores en una mesa metálica, pintada varias veces de blanco y muy pesada. Mirando hacia el jardín compartimos este ritual cada día. Le preside un enorme árbol de aguacate que ya empiezan a asomar sus brillantes frutos ovalados pero hasta septiembre no maduran. Habitan en su viejo tronco hueco un ejército de abejas que planean por todo el jardín. La planta ha sido ya azotada por más de un huracán, la última vez fue el verano pasado con el Gustav, cortó su copa y algunas ramas, fui testigo de su mutilación, todavía recuerdo el sonido de su desgarro, no paraba de agitarse y estremecerse abatido por el viento, una fortísima  lluvia lo balanceaba a un lado y otro del jardín. Es una planta muy vieja pero sigue luchando por ser el jefe del jardín, quiere seguir acompañando durante muchos veranos. Al fondo unas figuras delgadas que representan a unos flamencos rosados, parecen agazapadas  tras unas matas verdes. En  mitad del jardín un camino de cemento comienza y acaba, parece un paseo sin sentido, sin rumbo, sólo sirve para pasear entre las flores que lo aguardan. Las plantas se encuentran por todos los rincones, con sus flores blancas, rosas, rojas. Hay colgadas desde el árbol, otras enterradas en terracota, ocupan cada rincón, se van apoderando del  espacio que lo va convirtiendo en un enorme jardín de gran belleza, no sigue un orden, ni una regla, ni el diseño de un jardín francés, tiene un estilo propio, salvaje, espontáneo, que va cambiando con el paso del tiempo. Los muros están cubiertos de unas enormes enredaderas con flores rojas, formando  un manto verde que van cubriendo las estructuras viejas y oxidadas del vecino. Las cuerdas desnudas donde Berta tiende la ropa, dibuja ligeros trazos negros sobre el fondo verde del suelo.
A lo lejos, en la plaza de la revolución, vuelan centenares de auras alrededor del monumento a José Martí, como si de un obelisco se tratara, el alzado de una enorme estrella en mármol, perpetuo en el horizonte que ni las abundantes nubes de estos días intentan camuflar.
Lagartijas que se entrelazan haciendo el amor por la columna de madera de la repisa, juguetean, en continuos movimientos donde no paran de buscarse y amarse. El macho aparece pasivo mientras la hembra se remueve, en una danza como si de una odalisca se tratara, como una presa que no puede huir de ese momento, atrapada entre las patas del dominante.
Terminamos el desayuno y nos sentamos en los sillones rojos junto a los dos loros enjaulados, ahí pasan su tiempo, su vida, muy mimados por Minerva. Aparece Yanko en nuestros pies, es cariñoso, tiene un elegante estilo y cruza las patas cuando se tumba en el suelo adquiriendo un aire muy burgués.
Terminamos el día con un paseo, comprando frutas en el mercado de Tulipán, comimos un poco de pan recién hecho, visitamos a Brian y vuelta a casa. Ha sido un día sencillo pero feliz, de esos en que todo es armonía, que nada nos inquieta ni nada rompe el suave ritmo de las horas.







Diario de un verano en la habana 3



Ésta mañana madrugamos para coger el tren para Alquízar, fuimos en guagua hasta la parada de Ciénaga, sentados en el suelo junto a la vías, esperamos el tren, entre moscas, humedad, hierba. Desayunamos unos palitroques de pan tostado con un zumo de fruta tropical. El tren en que viajamos tenía dos hileras de asientos a ambos lados y de espaldas a las ventanas acristaladas. Un espacio grande, ruidoso, con tuberías que servían de agarradera, nuestro vagón pertenecía a un antiguo tren de azúcar. Nuestros esqueletos no paraban de agitarse con la marcha del tren, un baile continuo acompañado de un paisaje engalanado en el horizonte con palmeras reales. Disfrutar del viaje como hace tiempo que no sentía, movimientos continuos, los sonidos metálicos, la velocidad, el sosiego de un viaje, respirar el tiempo y el paisaje que pasa antes nuestros ojos ya despiertos. Llegamos a Alquízar, al bajar del tren,  pude sentir que entraba en un escenario, parecía un personaje que se movía en un entorno que pertenece al pasado, mirar a un lado y ver las letras “FERROCARRILES DE CUBA”, con su colores desconchados, las paredes derruidas de la vieja estación, la gente, su ropa, sus caras… Ahora recordaba el tren casi nuevo y limpio de Murcia. Fuimos en bicitaxi, el hombre llevaba desde las cinco de la madrugada dándole vida a la catalina. Llegamos a casa de la hermana de Yuri, pasamos la tarde arreglando los problemas del ordenador. Desde la ventana miro el aguacate que sólo cuelga en lo alto del jardín del vecino, parece que sus horas están contadas, a que pase cualquier niño y lo alcance en un suspiro.

Nos levantamos muy temprano, es un placer caminar por las calles de Vedado porque no hay calor, sólo una suave brisa de la mañana. Cogemos la primera guagua hasta Santiago, la estación de ómnibus, buscamos un carro hasta San Antonio de los Baños. Se escapan de mis manos algunas fotografías que podría haber hecho si llevara la cámara. Ha llovido y la calle en la que esperan los taxis está llena de efímeros espejos en los que aparecen los carros reflejados. Subimos en un viejo carro azul, cinco asientos a la derecha y otros cinco a la izquierda. El camino está lleno de baches y carreteras mal asfaltadas, van subiendo y bajando algunos pasajeros. Llegamos a San Antonio, un lindo cartel anuncia la Bienal de Cómic, el pueblo parece llamativo por su arquitectura, algunas esculturas repartidas por su plazas y calles, abundan intensos colores en las fachadas de las casas. Cogemos rápidamente otro carro para Alquízar y pronto llegamos. Un bicitaxi aparece justo al lado del carro que nos dejó, lo cogemos cruzando un laberinto de charcos de barro, de tierra roja por doquier, mis pantalones ya tienen ese color, parece que de ésta manera formas parte de la identidad de la zona, porque todo es rojo a mi alrededor. Después de estar en casa de Yurileisis arreglando la computadora, volvimos para la Habana. Encontramos pronto un carro para San Antonio, con nosotros venían  dos travestis, una morena con vestido corto rojo, pelo repeinado y unas enormes gafas de sol rojizas. La otra iba de blanco, rubia, muy seria, la expresión de la cara manifestaba preocupación o quizás dolor. Me gusta éste carro verde. Estoy con un brazo apoyado en la ventanilla. Me da el aire en la cara, me siento cómodo, veo una hilera de palmeras en el horizonte, el suave olor de la hierba recién cortada, el suave frescor de la tarde. Me siento bien contemplando ese paisaje verde lleno de palmeras infinitas. Disfruto del trayecto como si fuera un niño que sólo tiene en ese momento el oxígeno para vivir el presente, con la mirada se disfruta, la carretera está en mejor estado que las anteriores, soy feliz por unos momentos y Yuri a mi lado. Llegamos a San Antonio, por suerte llega un camello, la primera vez que monto en él, vamos en los últimos asientos, el viaje se hace incómodo porque tu cuerpo bota sobre el asiento constantemente. Llegamos a casa, una ducha y una cena frente al cementerio de Colón.

Diario de un verano en la habana 2



31 de Julio de 2009
Estuvimos todo el día en casa, Yuri frente al ordenador viendo “Roma” y yo dibujando en el bloc. Esperando a Yurileisis para comer se hicieron la seis de la tarde. Por la noche, salimos con David para ver el carnaval o lo que queda del carnaval de la Habana. Bajamos por 23, por el camino tomamos un refresco, David uno de cola en peso cubano y nosotros en cuc porque no encontramos el refresco de limón en peso cubano. Llegamos al malecón, pero antes, en la esquina del cine Yara, vimos a chicos muy jóvenes con sus pelos recién peinados, sus camisetas ajustadas marcando cada rincón de su anatomía prieta, morena, bronceada y linda.
A lo lejos se escuchaba la música pero no demasiado animada ni alta. Observamos tres comparsas muy dispersas entre si. Nos acercamos a las vallas custodiadas por una hilera de policías que jamás yo haya visto. No se podía poner una mano encima de esa cárcel efímera de hierro oxidado. Me llamó la atención las miradas del policía hacia un grupo de gente que estaban mirando a una mujer que desfilaba, eran sus amigos que le gritaban, dándole todo el apoyo y el ánimo para seguir bailando, pero el policía no paraba de fijarse en sus admiradores, sus gestos eran de no aguantar ni un segundo más los movimientos de esa mujer que gritaba y mucho menos de las  voces de la otra gente. El policía manifestaba  en su mirada un odio a la humanidad, a las personas, parecíamos escoria para él, por su trato, su mirada de asesino. Seguimos andando entre la gente para encontrar un baile más encantador o un ritmo diferente al anterior, alguna sorpresa, pero nada, aquello que veía,  representaba la decadencia de un sistema que se iba al carajo, que se iba desmenuzando poco a poco pero que iba destruyendo cada adorno de aquellos que intentaban llevar el alma del carnaval. Qué triste ver un desfile que en otras décadas era todo una obra de arte, qué triste la mirada asesina del policía. Bordeamos todo el cerco o la frontera metálica hasta llegar al filo del malecón. Sentados de espaldas al mar, pudimos seguir el desfile  pero ya alejados del tumulto de gente que se agolpaba a la valla. Después de comprar unos canutillos de maní, a una de las mujeres  que arrastran cada noche enormes sacos de plástico hasta el amanecer, esas mujeres que adornan sus manos con un abanico blanco de chicharritas. David miró hacia la izquierda, a lo lejos, en la oscuridad del carnaval se observaba  como una nube de lluvia se desplazaba hacia aquí, veíamos gente corriendo en estampida. De repente unas pequeñas gotas sobre el cartucho vacío de maní, una avalancha de gente, la lluvia comienza a ser más fuerte, las vallas impiden el acceso al otro lado de la calle, el policía impide el paso pero la enorme masa de gente tumba las vallas, la gente se abarrota en los soportales que hay frente al malecón, la lluvia sigue cada vez más fuerte y de costado, aunque estamos a cubierto, nos empapamos, niños, madres con sus bebés en el pecho, jóvenes, parejas...Todos nos agolpamos unidos bajo el mismo techo. La lluvia nos refresca, alguna persona pasa frío, pero poco a poco la lluvia afloja, parece ya una danza de bello terciopelo suelto. Volvemos sobre el asfalto mojado, las vallas por el suelo.
 Cómo la naturaleza puede cambiarlo todo en unos instantes. Ahora todos mojados, andamos por donde desfilaban antes los enmascarados, las vallas en el suelo y todos los policías empapados. La lluvia les ha cambiado la expresión, les ha devuelto una leve sonrisa. Una nube cambió, nos transformó, del espectador al espectáculo, de estar fuera a estar desfilando, de ver a un policía serio, idiota, a verlo mojado, con todo su uniforme azul empapado. ¿Un hombre disfrazado de policía?, un policía mojado, un triste desfile y acabó el espectáculo.

Diario de un verano en la habana 1


Salgo de mi casa, ahora la casa de mi hermana, destino La Habana. Es mi octavo viaje a la isla, todo por un amor, por tenerle más tiempo a mi lado, para saborear la vida que me ha tocado vivir junto a él. Anoche hubiera dado la vida por todo lo que sentí, la esencia de estar vivo, las emociones que nacieron en nuestro lecho. Los impulsos agitados, emocionados que se entrelazaron en cada paso que acariciamos cuando iba llegando la madrugada. Caricias de ternura se repartían por su piel oscura, brillos de la noche iluminada, luces de pantalla sobre su cuerpo.

Nos reciben en el aeropuerto con sus bocas blancas disfrazadas, atravesando el túnel metálico hacia la entrada. Tras el cristal gente que espera su regreso, su primer vuelo, su partida definitiva, quizás una ida sin retorno, una huida a medianoche, una escapada de una realidad adormecida, amada, muchas veces rechazada y odiada. No puedo olvidar a la bloguera cubana Yoanis Sánchez como describe la sociedad y el paisaje  habanero de estos precisos instantes. Nadie puede contra sus letras, nadie puede parar el ritmo de sus dedos sobre el teclado que cada día cuida como a su mascota. La blogosfera, un mundo virtual pero conectado a los sentimientos, a las reflexiones diarias, a nuestras miradas por el paso de los días y de las calles sin habla, calles sin dueño, calles abandonadas.

De nuevo en La Habana, ese sonido que nos acompaña, que nos acaricia en el bello paseo de la mañana. Un lindo paseo en este segundo día de mis vacaciones. A mi lado se sientan tres hombres de camisa, pantalón vaquero y zapatos cerrados. Uno de ellos habla mientras que los otros permanecen pegados a sus palabras. Apenas escuchas el sonido de sus letras, tú sabes, aquí apenas  expresan en voz alta sus opiniones. Siguen sus voces en un susurro, en una suave caricia que atraviesa nuestras mesas. Un billete sobre el metal, unas gafas de sol lo sujetan para que no vuele, unos personajes ilustres saludan a sus compañeros. El billete se ha convertido en unas ruedas sobre plástico chino. Monedas que no se quedan que se van por un agujero, por manos a pantalón vaquero. El ritmo de las personas te marca las horas, ahora que miro, que acaban el almuerzo de los señores con vaqueros, me doy cuenta que es mediodía. Los señores se separan, cada uno toma su rumbo de vuelta al trabajo.

Amor me siento muy cerca de ti en estos momentos, siento que no puedo vivir sin ti, sin verte ni olerte. Amor te quiero a mi lado al despertar, amor quiero caminar contigo todos los desiertos. Amor te quiero. Vuelvo a construirte una coraza con mis besos para que te proteja y te cuiden en mi ausencia. Amor ten paciencia que algún día estaremos juntos. Amor estoy  pasando un verano inolvidable a tu lado, tardes bellas de teatro, risas en la orilla de la playa, nuestras manos atadas en noches de cine. He sentido el sabor de tu lejanía, eres como una cometa que vuela siempre anclada  en la misma orilla. Tu paciencia adorna mi vida, tus miradas, tus  brillos y tus sonrisas hacen que la espera sea más cómoda, más fácil y alegre. Espérame amor al otro lado del río, entre paredes pintadas, coches olvidados, puertas oxidadas.Por las sombras de la calle A pasean dos amados, un pequeño recorrido que sube hasta la casa y tu  mirada.


















Nina

El origen de este blog fue a partir de una serie de fotografías de mis paseos por la habana durante cuatro veranos. Intentaba captar todo lo que estaba a mi alrededor, encerrado en mi universo, en mi paraiso de color, sueños y amor. Atrás quedaron esos paseos, esos días, pero la esencia permanece cuando miro de nuevo estos retales de mi vida.

Una calle de la Habana, 2008.


Coche azul


Coche amarillo


Niño de Muralla


Mujer I


Yoanis


domingo, 19 de octubre de 2014

Halloween

Trabajos de los alumnos de 1º ESO para Halloween

El hombre del otoño


El hombre del otoño se prepara para una nueva etapa, sueña con viajes a la Polinesia, con pinturas de marineros que rescatan algún sireno, pasea en días llenos de sol, de azul, de tranquilidad y sosiego.
El hombre del otoño habla con la luna, pasea los domingos por el campo, responde a los pájaros en su vuelo fugaz, mira a las gaviotas enganchadas por sus picos de locas enamoradas.
El hombre del otoño sigue pensando en sus sueños.

Dibujando en la pared


Libertad


domingo, 10 de agosto de 2014

San Juan de Nicaragua o GREYTOWN.

Como de costumbre me levante temprano, fui al muelle a esperar la panga rápida para ir a San Juan de Nicaragua, ya en el caribe. Nuevamente toca esperar, mientras espero observo todo lo que hay alrededor.  Hay un abuelo dando  hachazos a unos troncos junto al muelle. Cuando llevaba un buen rato que el sudor corría por toda su espina dorsal, se acerco ligeramente un joven descamisado con un bonito torso aunque ya anunciaba una barriga que pareciera haber comido sin parar en hoteles de luna de miel. Rápidamente deshizo el tronco en mil astillas que volaban cerca de nuestras cabezas, hasta el río. El muchacho se fue para luego sentarse sobre el inacabado muro de cemento frente a su casa. El abuelo continuaba lento pero a su ritmo, sus hachazos contenían sabiduría, daba uno solo golpe pero era acertado, era exacto y profundo. Luego llegó un niño que debía de tener once años, al principio no controlaba el peso de su larga y pesada hacha, no apuntaba bien en la zona de la corteza, dibujaba lineas en el centro que no llegaban a acariciar la madera, iba recorriendo el muelle de un sitio para otro, no podía controlar, al final su tozudez logró que avanzara en ir astillando poco a poco, pero cuando llegó al corazón del tronco, ya estaba empapado, no tenia ni la fuerza ni la resistencia para continuar, se marchó con su poquita leña entre sus brazos como el trofeo de su gran esfuerzo, mientras el abuelito continuaba, terminó con los troncos que tenia preparados para hoy, barrió todo su alrededor sin dejar ni un palillo. Construyó dos pilares con el montón de leña.
Una vez en la panga pude disfrutar del cambio de vegetación con palmeras ya próximo al mar, el bote no iba tan lleno como otras veces, hizo una parada para ir al baño, todavía nos quedaría un par de horas. Antes de llegar a un nuevo lugar, nos lo imaginamos diferente a lo que luego encontramos, me sorprende por un lado porque idealizo los lugares y luego son diferentes a como son, pero la realidad también nos descubre lugares y espacios que nunca habíamos pensado, ni visto. Sobre todo cuando hablas con la gente del lugar, todo es mas cercano, en este caso con Fish, un indio Rama, que me agarró apenas comenzaba a descubrir el pueblo de San Juan de Nicaragua. Fue rápido para seducirme, atraparme, me gustaba su sonrisa eterna y perpetua, me dijo que era guía legal, no dudaba de su palabra. Me acompañó sigilosamente por el pueblo, yo tenia hambre, le dije que me acompañara al Lolito's, un local familiar de comidas. Esperó a que terminara para explicarme los tours y precios. Me dijo que a las 6:30 se pasaría por las cabañas de Edgar, donde me alojaba. Al mismo tiempo que yo entraba al pueblo, a lo lejos con su piel blanca y su rubia cabellera,  había otra turista, era Sara, danesa, que  junto a mi eramos los unicos turistas. Asi que mi guia y yo  tendriamos que contar con ella para que las excursiones nos salieran a un buen precio.
Fish llamó a mi puerta, ya era de noche, detrás de mi sombra cerré rápidamente para que no entrara ningún mosquito en la habitación. Se sentó en el suelo para hablarme de los tour, le dije que el precio era elevado, que todavía me quedaban lugares por visitar. Al final decidí una excursión, me preguntó si había venido Sara para hablar conmigo, le dije que no, mas tarde ella llegaría hasta mi puerta. Le dije que había entregado 60$ por una excursión, que había sido confiado, nunca habia pagado por adelantado, pero era mucha la gente que lo conocia mientras paseabamos por el pueblo, eso me tranquilizaba, que si quería unirse viniera al muelle a las 8 de la mañana, después de pasar un rato agradable con ella, me fui a la cama.

Un hombre de Corn Island.



sábado, 9 de agosto de 2014

Por el rio San Juan.

Ya estoy navegando en pleno río San Juan, en la orilla hay mucha gente pescando, aparecen apartados casi en la sombra del río, por su pose creo que se van a pasar todo el día con el hilo entre sus manos, curtidas, amarradas, subidos en su canoa de madera y esperando el primer pez, o ninguno, paciencia, tiempo, disfrutar del momento mientras nos miramos unos a otros, observando como pasamos en ese preciso instante de calma que con la ola producida por la panga rápida donde voy rompe la tranquilidad de los angeles del camino acuático. El agua aparece marrón pero no es así todo el tiempo, ahora las lluvias arrastran todo el barro, no dejan que disfrutemos de sus transparencias. Llegar hasta este rincón de centroamerica es asombroso, toneladas de naturaleza salvaje y tener grandes dosis de calma para esperar un bote y otra barca para llegar a otro destino, sigue la corriente, siguen pasando las horas eternas, llenas de agua, de verde. En estos largos trayectos miro el paisaje, el reflejo, una garza, una tortuga toma el sol encima de un palo, los monos congo se escuchan a lo lejos. Puedo seguir mi lectura, hacer algún dibujo, jugar con una niña pequeña que viaja en los brazos de su mama todo el trayecto.
Llegamos a El Castillo, un pueblito de casas de madera con vivos colores, todo esta limpio, no hay motores solo los de la barca, aquí te mueves a pie o en bicicleta. Busco el Hotel Victoria, me paseo por el pueblo, es agradable, todo el mundo te saluda. Subo al castillo, una fortaleza clave en la época colonial de los ataques de los enemigos extranjeros. Me asalta un chico joven para ofrecerme diferentes tour, no estoy convencido en un principio, al final termino contratando un paseo por el río La Juana. Voy junto a Almudena y Marcos, una pareja de Madrid y Galicia, compartimos la belleza y sobre todo el silencio del paseo que solamente se rompe con la pala al  chocar con el agua mientras avanzamos a un lugar cada vez mas salvaje.
De regreso al Hotel, me detuve en una ceremonia de la iglesia católica donde estaban ordenando a un sacerdote, se casaba con Dios. Estuve mirando unos minutos, escuchando la musica, llegue justo en el momento de darse la paz, debajo de enormes parasoles de colores me fueron dando la paz al mismo tiempo que el sudor corría por la frente y todas las espaldas de los que estábamos allí.
Después de quitarme el barro, mientras me duchaba, también lavaba la ropa, agarrando las costumbres del país. 



viernes, 8 de agosto de 2014

En el muelle de Gracia.

Antes de mi marcha de la Hacienda de Mérida donde me alojaba,  pude compartir mon petit dejeuné con Valerie y Justine. Después de esperar una hora, llego mi desayuno, no si antes avisar a la recepción que llevaba tiempo esperando y tenia que irme pronto. Apenas pude hacer las mochilas porque el carro salia en diez minutos para dejarme en el cruce del Quino. El conductor y dueño del hotel era todo un personaje con su uniforme de explorador de la época colonial. La gente de aquí me decía que pertenecía  a Somoza, familia que  tuvo mucho poder, grandes fortunas, derrotada en la revolución sandinista. Me parecía un tipo ridículo, daba grandes zancadas  como un militar, tenia su negocio muy organizado, con mucha propaganda desde USA, con una fuerte e importante publicidad en los mapas de la isla de Ometepe que te repartian en el muelle de San Jorge dos jóvenes formados en inglés en Estados Unidos. Montamos las mochilas en la parte alta del súper jeep, en una especie de estructura metálica donde luego iríamos dentro de pie como monos araña enjaulados. Me dejaron en la parada, un chico se ofreció a ayudarme. 
Con el sol en todo el corazón del día, me puse a caminar, en cuarenta y cinco minutos llegaba al pueblo de Altagracia. Entre en el Hotel Central, reconocía su fachada porque era uno de los candidatos cuando estaba preparando el viaje, así muchos son los hoteles que antes de conocerlos en directo ya los había visto en booking, es curioso pero al mirarlo resultaba familiar. Le dije al señor si podía guardarme la mochila grande por unas cuantas horas que me cobrara por el servicio pero el me dijo que nada, así que para agradecérselo me tome un refresco. Visite el museo donde mostraban algunos petroglifos, maquetas, dibujos y cuadros de la isla con sus dos volcanes, el Maderas y el Concepción.
Me senté en el parque central alrededor de una mesa de piedra y adornos con azulejos azules con los asientos  formando tramos de  arcos rodeando el círculo. Había dos abuelitas hablando de religión, con la mirada complice de una de ellas fui entrando en la conversación, comencé a dar mi opinión respecto a la fe. La mujer que mas hablaba no paraba de mencionar a Jesús cuarenta veces por minuto. Contaba que un día un hombre estaba haciendo un pozo y que nunca sacaba agua hasta que menciono  su nombre, al día siguiente había agua en el pozo después de mencionar a Jesús. También me decía que las hojas que se movían sobre nuestras cabezas también las movía Jesús. Su nombre esta escrito en todos los lados, dentro y fuera de los carros, en carteles grandes en las entradas de algunos pueblos, en muros, incluso hay una emisora que se llama la voz de Jesucristo. Al poco llego una chica joven muy guapa vendiendo enchiladas, le compre una que estaba muy rica, con carne, arroz y vegetales. Ella se incorporó al grupo estuvo un rato hablando aunque parecía muy tímida, sabia que haría yo mas tarde, alomejor traería comida para que almorzara pero no me comprometia. Cansado de estar en el parque me marche a por la mochila donde conectado a la WiFi me puse al corriente de las novedades en mis redes, quedaba mucho tiempo para la noche y que el barco llegara.
Me fui andando al muelle de Gracia pero en el camino me perdí, creo que no comprobé bien el camino correcto y me lanzaba a la aventura. Pasaba un carro, le propuse que me llevara, me dijo que tendría que esperar porque acababa de pinchar la rueda y tenia que dejarla en el mecánico. En el camino se paro con un amigo para hacer un negocio a medias, consistía en comprar animales y descuartizarlos para vender carne  una vez por semana de madrugada al comienzo del pueblo. Cuando llegábamos al muelle mi sorpresa fue que la chica que vendía las empanadillas estaba allí esperandome, yo tan ingenuo en un principio pensando en serio que me había traído la comida pero la cosa iba mas allá. Entre en una sala de espera de pasajeros donde había una pareja de Malta, muy agradables, él era profesor en la universidad, me entregó su tarjeta, también había vivido en Almería en Roquetas de Mar. La joven vendedora entro a la sala, enseguidas me pregunto si estaba casado y si tenía hijos, me hizo de su vida un drama, la pareja en seguidas sabia de sus intenciones. Cada vez se acercaba a mi, me sentia incómodo, se aproximaba físicamente y con su batallón de preguntas sin respuesta. Me decía una y otra vez que iba a traerme la comida pero nunca la trajo, mentiras y mas mentiras, incluso me decía si quería dar una vuelta creyendo la lista que iba a dejar mi equipaje a su lado. Le dije que me estaba molestando que por favor se fuera que hasta ahora tenia un buen sabor de su país y no quería que ella estropeara este viaje que estaba siendo lindo para mi. Se marcho, me quede tranquilo, pienso que quería robarme, ella también sera una víctima de su entorno, de su ritmo de vida, pero quería alejar de mi la mentira, al ladrón y la mala energía.
Una vez en el muelle, me tumbe en el suelo para contemplar la luna, se veía perfectamente el volcán Concepción, una estampa maravillosa y romántica. Llegó el ferry, a las diez de la noche comenzamos a navegar por el lago Nicaragua, desde mi perezosa pude contemplar las estrellas, una fugaz, abrigado frente a un aparente mar me fui entregando al sueño y llegar a San Carlos en paz.

jueves, 7 de agosto de 2014

Hacienda Mérida

Me desperté varias veces de madrugada bajo la mosquitera, recibía un aire fresco, parecía increíble pero comenzaba a darme frío. Obligue a mis ojos a seguir cerrados porque todavía era demasiado temprano. Continúe en la cama insinuando que estaba durmiendo. Al rato me levante, toque la ropa que estaba tendida dentro de la habitación pero todavía le faltaba por secarse. Me tumbe en la enorme hamaca que  estaba delante de la puerta para leer un poco antes del desayuno. En esa hora con la primera luz con un libro en las manos es una buena sensación para seguir surfeando el día. Aunque me despertara temprano el día iba a ser tranquilo y relajado. Tome un café, fruta y dos pancake con miel, tenia que ser rápido porque las abejas venían en seguidas. Fui a caballito de mar para hacer un tour en kayac. Le di a la pala por un par de horas, tomando el sol por toda mi piel, con vistas al volcán Concepción. La ruta no estuvo mal pero el río que íbamos a visitar no tenía agua, la gente no paraba de decir que apenas había llovido este año, e incluso que el plátano apenas sacaría su flor para entregarnos ese platanito tan rico de Ometepe. El paseo fue una decepción, era lo que tocaba, no siempre los paseos son tan maravillosos, pero ya vendrán las inundaciones y entonces nos lamentaremos por las desgracias ajenas.
Mi guía era un estudiante de turismo en su tercer año de carrera. Fue muy amable explicando cada planta, cada palo como llaman aqui a los arboles, con su historia y para que se utilizan.
Rente una bici para hacer un recorrido por la isla, aunque el sol apretaba sobre mi cabeza y las piedras del camino se ponían pesadas, seguí adelante recorriendo cada camino, senderos por donde caminaban vacas, cerdos, pollitos con su mama, algún perro sin collar sin dueño. Visite algunos petroglifos con dibujos, formas femeninas, animales y diferentes trazos geométricos como líneas de cuerdas grabadas para la eternidad sobre la anciana y volcánica piedra.
De regreso a la Hacienda pude compartir una velada preciosa tomando unas cervezas con Valerie y Justine, hablamos en francés todo el rato, de nuestras vidas y nuestros sueños.

Caballito de mar

Se detiene el tiempo, mirando el lago con una Toña en mi mano. Suena la musica del cine clásico americano, un perro se acerca, unas botellas caen al suelo, rompiéndose alguna sobre el cemento apagado. Se respira un buen aire, cálido, sabroso, armonía, paz, sosiego, tranquilidad, felicidad que en muchos momentos en este viaje obtengo. La vida me esta regalando postales que nunca podre enviar, postales para el alma, sin sello, sin dirección, sin destino. Capto la buena energía del lugar, el dueño es Fernando, de Barcelona, con buena onda, lleva unos cuantos años aquí, me pasa información del río san Juan que sera mi proxima parada. Pasa una mujer con tres pescados frescos en una palangana de plástico rosa. Fernando le pide que le cocine uno de esos y me animo, apenas me cobra dos euros por un gran plato de comida y un refresco. Son muchos los momentos en los que me dejo llevar por la intuición, la improvisación y al final resulta ser una buena elección. Ahora suena la musica de Michael Bolton, la escuchaba sobre todo cuando estudiaba en la universidad. Los momentos como el de ahora, te hace viajar ligero, mas suelto, no puedo pedir nada mas. La calma llega a tu corazón y con unos grados de alcohol te vuelves mas vulnerable, frágil, sensible, receptivo a todo lo que vuela a tu alrededor.

jueves, 31 de julio de 2014

En el muelle perdido de Mérida.

Estoy sentado con los pies descalzos en el muelle de Hacienda Mérida, donde me alojo. Acabo de contemplar la puesta de sol a través del horizonte del lago. A mi lado unos jóvenes americanos comparten unas cuantas Toñas y mas tarde spray contra mosquitos. A las diez de la mañana comencé una caminata a la cascada San Ramón. Al principio era una ruta tranquila junto al lago, pasaba por las casas de la gente del campo que lavaban la ropa al mismo tiempo que se bañaban, parte de sus vidas esta en el agua. Veía las puertas de las casas abiertas de par en par, los cerdos caminaban por el patio de la escuela comiendo mangos y otras basuras. Gente en su hamaca durmiendo, descansando, otros con el móvil en las manos esperando cualquier respuesta de uno de sus amigos. Llegue a la entrada de la subida de la cascada, pague tres dolares y comencé una ruta que iría ampliando su inclinación, al principio recorría grandes caminos con arbolado y luego iba estrechándose hasta llegar a un hilo de tierra entre la gran masa de múltiples verdes. Cantaban los pájaros, las mariposas negra y roja siempre me acompañaba en el camino y algún mono cantaba.
 Después del esfuerzo, de las gotas de sudor corriendo por todo mi cuerpo, llegue a la cascada que se alzaba mas allá de cuarenta metros. Pareciera como si una gran refresco explotara a mi llegada y se abriera brindandome con todas sus burbujas. Una chica me hizo la primera foto del viaje. Disfrute del lugar reponiendo fuerzas con unas galletas que había guardado en el vuelo de Panamá. Sabia que las necesitaría en momentos como estos que la glucosa esta por los suelos. Bebia bastante agua y chupe cada migaja sobre la parte plateada del envoltorio. Baje suavemente disfrutando cada recorrido, cada sombra, no quería perder los detalles de las formas y del dibujo de las hojas, sus tonos, la luz sobre ellas.
Antes de llegar a mi hotel, pare en Caballito de Mar, un lugar que me había recomendado el taxista que me trajo. Pedí un pollo a la brasa, buenisimo, chupe cada rincón de esa pobre ave. Mientras tanto a mi derecha había un perro esperando con los ojos desorbitados y la lengua fuera, a que le enviara un boomerang en forma de alita de pollo. Estuve hablando con uno de los trabajadores o guías del lugar, sobre las excursiones que podría hacer a la mañana siguiente. Ya se me va la luz, llega la noche en este hermoso muelle desconocido, perdido, pero con mucho encanto. Mis pies desaparecen en la oscuridad del lago, apenas veo ya lo que escribí, creo que va siendo hora de cerrar este cuaderno, buenas noches.

lunes, 28 de julio de 2014

Ometepe, algo mas que una isla y dos volcanes.

Escribo desde la isla de Ometepe, dentro del lago Nicaragua. Ha sido un dia lleno de coger diferentes transportes. Comenzaba a las 8 de la mañana saliendo de Granada en un bus camino de Rivas. Cuando llevaba un rato, me di cuenta que era el mismo de ayer, a veces, cuando estamos de viaje y con cambio de horario te quedas off, despistado, no caes en algunos detalles, me daba cuenta, que tonto, que eran los mismos chofer de ayer. Uno de ellos conducía, vi su rostro familiar en el enorme espejo rectangular del retrovisor  lo rodeaba una infinidad de estampas religiosas y el nombre de Jesús por todos los lados, dentro y fuera del bus, en las casas, en la ropa, en los manteles y en la radio. Pienso que si el régimen de los Castro nos comía la cabeza con los carteles revolucionarios contra el capitalismo, creo que estos letreros de hermosas letras y frases bien hechas, a veces, endulzan demasiado a los creyentes que no aprecian ningun horizonte diferente y los ciega con un solo volcán.
En este viaje volvían a subir y bajar vendedores como los de ayer, pero esta vez caí en la tentación. Estaba el bus parado, mi ventana daba justo a una cocina que se resume en un puñado de leña, una plancha de metal y un par de tortitas cocinando  a fuego lento, la señora en seguidas le daba la vuelta a las caras doradas, lo hacia como algo mas de lo cotidiano en sus tareas, encima de ella un gran rotulo marcaba el nombre de un taller. Cuando luego mire al interior del bus, ya había una chica morena, joven, con un gran recipiente metálico lleno de tortitas, que luego repartía junto a una bolita de queso metiendo todo en bolsitas de plástico tan transparente y fino como la piel. Cuando llego a mi lado, le compre dos tortitas que fueron el sustento de la sesión maratoniana de buses. Llegue a Rivas después de dos horas, al bajar todo el mundo te ofrecía su carro para llevarte al paraíso que tu quisieras, siempre pensé en elegir al chofer mas tranquilo y así fue. Con 10 córdobas me llevo hasta el muelle de San Jorge donde en apenas diez minutos saldríamos rumbo a Ometepe. El ferry esta lleno de turistas nacionales y extranjeros, disfrutamos de una bella mañana soleada pero con un fuerte viento que hacia agitar la embarcación y mi pelo. Sobre el lago se dibujaban dos enormes pirámides que pertenecían al volcán Concepción y Maderas.

domingo, 27 de julio de 2014

Subida al volcán Mombacho

Desayune muy temprano, deje unos minutos para no ser tan puntual en la apertura del buffet, pensaba que era el primero pero ya había un señor que apenas me devolvía el saludo. Plato de fruta, gallo pinto y café con leche. Cogí la mochila pequeña, baje por Consulado a toda prisa entre calles de fachadas de colores. Antes que llegara a la estación, un hombre bien hermoso con un polo blanco gritaba ¡MOMBACHO, el blanco! Tenia que subir en el blanco, los otros dos eran amarillos con otros destinos. Estaba casi al completo, me senté al lado de otro joven hermoso que apoyaba una Biblia sobre su rodilla derecha. Al otro lado, a mi izquierda un señor, mostraba a un niño frondoso, las cabezas de dos patos que asomaban desde un saco de rafia carmín. El niño era discreto, no se acercaba demasiado pero con apenas unos sonidos le pedía que se los enseñara una y otra vez. El bus se fue llenando hasta en el pasillo. A parte de pasajeros, subió una mujer con un canasto en la cabeza vendiendo comida, antes de bajarse alguien le reclamó un par de bolsitas. Luego subió otro señor que vendía pastillas para problemas digestivos relacionados con la solitaria y otros parásitos. También ofrecía una crema para los dolores musculares y otros síntomas. La gente compraba y se interesaba por todo. Estos pasajeros sin viaje parecían salidos de una atracción circense, porque tal era su voz, su figura, su carisma que captaba la atención de toda la gente como si fuera el capitulo final de una telenovela. Cuando íbamos rumbo a la carretera principal, un señor iba por los asientos recogiendo el dinero según la distancia o el destino. Pague mis 8 córdobas y ya me avisaría cual era mi parada. Allí estaba esperando la moto taxi para apenas subir kilometro y medio, pero bueno hay que contribuir a que esta gente siga adelante. Me dejo en la recepción del Parque Natural del Volcán Mombache, después de pagar 16 $ para visitar la reserva natural, subimos a un enorme camión cargado de turistas y algunos guías que iban con su uniforme de pantalón marrón y polo blanco. Hice la ruta del cráter solo, sin guía, porque parecia muy sencillo el recorrido. Entraba en una masa enorme de vegetación, en un bosque lluvioso, me encantaba ese frescor que te abría los pulmones como dos alas de mariposa, la fina lluvia apenas te mojaba y la niebla no dejaba ver el paisaje,ni Granada, ni las isletas, ni el lago, ni el crater, solamente las fumerolas. Cuando termine mi circuito quise bajar andando hasta abajo pero me resbale por la lluvia sobre los adoquines, mi móvil se lleno de barro y en apenas un segundo estaba en el suelo como una hoja mas. Así que espere al camión que rápido bajo.

sábado, 26 de julio de 2014

Las isletas del Lago Cocibolca. Granada. Nicaragua.

Esta mañana no sabia a donde viajaria, tenia escrito un lugar pero no sabia si podria hacerlo. Estuve en una primera agencia TIERRATOURS pero no me ofrecían la ruta deseada, así que me fui a la competencia LEOTOURSCOMUNITARIOS. Allí había una salida en menos de una hora hacia las isletas, este seria mi destino. No lo pensé demasiado y el plan me gustaba, espere a que llegaran dos personas más, eran Valery y Justin, una pareja de Quebec. Comenzamos la ruta en bici con nuestro guía nica Gino, era muy agradable aunque se notaba el desgaste de hacer, hablar y repetir las mismas excursiones todas las semanas, pero fue muy simpático, nos alargo la estancia e hizo que nos sintieramos cómodos en todo momento. ``Lo que te da la tierra echalo a la tierra`` una frase que me gustó.  Llegamos a un embarcadero donde nos esperaba un bote para pasear por el lago en la parte mas calmada donde se encontraban las islas, aunque sea un lago hay olas impresionantes en el resto. Navegamos a veces parando el motor, sintiendo la naturaleza, la calma, las formas de las aves reflejadas entre infinidad de nenufares y otras plantas acuáticas. Observamos cada pájaro, cada flor o monos en sus ramas descansando. Llegamos a nuestra primera isla donde nos ofrecieron un plato rico en variedad de fruta, sobre todo, el rico platanito dulce típico del país. Tomamos también agua de coco con un chorrito de ron de caña, algo ligera fue mi copa para no caer en los brazos del sueño anticipado. Hablaba en francés con mis compañeros de viaje, en español con el guía y Eduardo un niño que nos ofrecía caramelos, mangos pequeños muy sabrosos y toda la clase de bellezas en flor. Visitamos otra isla donde habia una fortaleza de defensa con sus cañones largos y oscuros aplomados contra el suelo, cansados de combatir contra tanto pirata. Un pequeño y obligado descanso porque no funcionaba el arranque del motor de nuestra lancha. No nos importaba porque estabamos en un paraiso, donde no habia reloj, ni espera, solamente la luz de las miradas, de los que aman y respiran. Volvimos a coger las bicicletas de regreso a la calzada.

Granada. Nicaragua.

Ya amaneció, llevaba mas de catorce horas en la cama, se unieron la hora de la siesta con la hora del sueño, el cambio horario y el cansancio acumulado por los vuelos. Ahora soy un hombre nuevo, a las primeras luces de la mañana le siguió el canto de un pájaro que aun desconozco, en este momento sigue amenizando la mañana. Me di una ducha, lave la ropa del día anterior, cuando vuelvo a la habitación una lagartija recorre las sabanas blancas, en  un principio quería rechazar al invitado pero no hace daño no molesta soy yo quien esta en mitad de esta jungla coronada por un cocotero sobre mi cabeza. Queda poco para desayunar, los empleados del hotel pasan por el jardín delante de mi ventana para montar el escenario necesario para alimentarse. Ayer fui mi primera visita a la ciudad. Caminaba por calles con fachadas pintadas de color pistacho, violeta, amarillo limón, azul claro. Bajo un sol que te regalaba una cascada de  sudor, como si te cubriera de  terciopelo, es un calor al que me acostumbro y llevo ese traje de la mejor manera. Hoy esta por descubrir, dejare que el día se vaya haciendo despacio, sin prisa, disfrutando y observando todo lo nuevo de este horizonte salvaje, natural y humano.

miércoles, 19 de febrero de 2014

Dibuja sueños




El beso secreto de Elena,
Maria en un concierto,
la playa de Yolanda y 
el baile de Maria.

100 latas de amor para San Valentín

Los alumnos de 1º de ESO diseñaron sus latas con alguna frase para el dia de los enamorados.

Ad2H


Almendrón

La calle está desierta, vacía, nadie se cruza ante la mirada inocente que arrastra mi vida, me encuentro con un coche, parece anclado, agarrado al asfalto, le faltan las cuatro ruedas, algunos cristales, las cicatrices le rodean, el óxido le invade, le atrapa, muestra la belleza de su vida en movimiento, azotado por el viento, la lluvia, el rastro del roce de otros autos como uñas recién pintadas,  dibujan la expresión  de su verdadero rostro. Parece subido como en un podio, ocupando el primer lugar en la entrada de la calle, permanece en la sombra, estancando pero nadie lo puede mover, sigue ahí, continúa un camino sin ruedas, un camino que el tiempo lo irá modificando. Hombres apoyados conversando al atardecer, algún niño jugará en sus entrañas, alguien le quitará el polvo en una parada furtiva, refugio para los amigos de la calle, almas que caminan sin rumbo por aceras cercanas, para los viajeros sin maletas en noches de frío. Es como un señor, su presencia es solemne pero libre de cualquier ostentación, tiene una apariencia sencilla,  te impone respeto, admiración, sosiego. Cuantas historias habrá vivido en esos asientos traseros, cuantos besos, abrazos, te quiero, cuantas pensamientos, llantos, sorpresas, nervios, alegrías, desesperanzas. Que lejos está la velocidad que en una época acarició su carrocería, que bellos paseos por el malecón donde el aire movía los cabellos de los amantes agarrados de la mano, sin que el conductor se diera cuenta.  Miradas intermitentes tras el espejo delantero, muchos viajes soñados se hicieron, cumplieron el deseo de sus ocupantes, la gente que abrió sus puertas, manos que acariciaron sus curvas mientras despedías a un amigo, una espera, un punto de referencia en la cena de anoche. Admiro sus ricos colores,  miles de capas  cubren su piel oxidada, me embriaga la belleza de sus chapas, las formas redondas, adosadas, le dan un aire más sensual, delicado, es una máquina, un carro, un Chevrolet del 53. Me gusta el aire que circula entre ventana y ventana  abierto al mundo y a la nada.
Quisiera reparar los arañazos de sus viejas chapas, quisiera colocar las cuatro ruedas y poner en marcha el corazón de este país detenido en el tiempo. Coger velocidad, sentir nuevamente el viento en mi cara, disfrutar desde sus ventanas el paisaje verde y llegar a la orilla de mi playa.
Ahora tras el cristal de mi ventana, encuadro su posición, encajo su dibujo sobre el lienzo, comienzo a lanzar los primeros colores, reservo las zonas oxidadas utilizando el rojo inglés, un color elegante y sutil. En unos minutos sin darme cuenta avanza la composición por un camino de color, la trementina penetra entre los hilos, se hunde, quema la tela, la destruye y la construye al mismo tiempo, tengo ante mí el cuadro soñado.

Graffiti de Pigüo para el 25 aniversario del Bosco


Diario de un verano en la habana 8



Los muros de la calle aparecen despojados, destintados, en algunos quedan las huellas de los chorros del agua que corrieron por su fachada en tardes de primavera.  Transparentes quedaron los diseños que en  tiempos gloriosos brillaban como antorchas en  palacios celestiales en esta calle del olvido.  Sin color ni brío, casi desnudas, como un niño sin consuelo, nadie la cuida, nadie la mira. Son como grandes espejos que nos devuelven la esencia de sus vidas, de sus trazos, de sus colores, de sus desconchones.  Ahora reinan algunos graffiti en un nuevo universo de grandes trazos, palabras que salen de la pared, que te hablan al oído grabando en tu memoria frases que nunca olvidas, No vivas mi vida vive la tuya”.    Los mensajes que aparecen son como perros sin dueño que te ladran, que te acribillan, haciendo mucho ruido para que no los olvides.                                         
Aparece de repente el frío, un semáforo azul ha encendido nuestro camino, paramos en mitad de la calle, nos deslumbra su fachada blanca,  filtra en nuestro interior todo su resplandor tostando los recuerdos del ayer.
A veces volvemos a ellas para quitarnos el frío o resguardarnos de la lluvia, nos alimentamos de su calor cuando apoyamos la palma de la mano, nos alivia su contacto, protege todo el interior donde vivimos. Nos agarramos a ella en tarde de adiós y despedida. La lluvia labra su fachada, la moldea dejando miles de refugios a las golondrinas que siempre vuelven, que nunca olvidan su casa.
El viento no para de azotar su débil estructura, la brisa va penetrando suavemente entre capa y capa de pintura, oxida sus grandes ventanales, saca lo más viejo, hasta sus entrañas, el tiempo  las devora hasta llegar a la soledad de su esqueleto que hay en mis ojos. Aún queda algún vestigio de lo que fue, alguna mancha de color se resiste a huir. Pasamos a unos milímetros, acariciamos con nuestros paseos el límite entre lo urbano y lo sagrado. Acceder a ellas es entrar en el corazón de una familia, en el agujero de una tapia, en el pozo sin retorno ni salida. A veces nos lleva por una escalera hacia la azotea, para contemplar con los pies desnudos sobre el escombro el atardecer de nuestros días.
Multitud de sombras y luces en noches de fiesta se arrojan sobre ellas hasta que van desapareciendo para permanecer en la penumbra algún tiempo.
Ventanas que no se abrirán en décadas, puertas que se cerraron de la mano de sus dueños que ahora guardan la llave por si la vuelta fuera inmediata, lejos de esta isla ajenos a los relámpagos que iluminan estas ruinas.
Otros muros se romperán, desaparecerán de la tierra, volverán al polvo, a la montaña donde salieron. Amantes que miran sus sombras, que se dibujan, que se recuestan en un día que parece infinito.

Diario de un verano en la habana 7



La calle está desierta, vacía, nadie se cruza ante la mirada inocente que arrastra mi vida, me encuentro con un coche, parece anclado, agarrado al asfalto, le faltan las cuatro ruedas, algunos cristales, las cicatrices le rodean, el óxido le invade, le atrapa, muestra la belleza de su vida en movimiento, azotado por el viento, la lluvia, el rastro del roce de otros autos como uñas recién pintadas,  dibujan la expresión  de su verdadero rostro. Parece subido como en un podio, ocupando el primer lugar en la entrada de la calle, permanece en la sombra, estancando pero nadie lo puede mover, sigue ahí, continúa un camino sin ruedas, un camino que el tiempo lo irá modificando. Hombres apoyados conversando al atardecer, algún niño jugará en sus entrañas, alguien le quitará el polvo en una parada furtiva, refugio para los amigos de la calle, almas que caminan sin rumbo por aceras cercanas, para los viajeros sin maletas en noches de frío. Es como un señor, su presencia es solemne pero libre de cualquier ostentación, tiene una apariencia sencilla,  te impone respeto, admiración, sosiego. Cuantas historias habrá vivido en esos asientos traseros, cuantos besos, abrazos, te quiero, cuantas pensamientos, llantos, sorpresas, nervios, alegrías, desesperanzas. Que lejos está la velocidad que en una época acarició su carrocería, que bellos paseos por el malecón donde el aire movía los cabellos de los amantes agarrados de la mano, sin que el conductor se diera cuenta.  Miradas intermitentes tras el espejo delantero, muchos viajes soñados se hicieron, cumplieron el deseo de sus ocupantes, la gente que abrió sus puertas, manos que acariciaron sus curvas mientras despedías a un amigo, una espera, un punto de referencia en la cena de anoche. Admiro sus ricos colores,  miles de capas  cubren su piel oxidada, me embriaga la belleza de sus chapas, las formas redondas, adosadas, le dan un aire más sensual, delicado, es una máquina, un carro, un Chevrolet del 53. Me gusta el aire que circula entre ventana y ventana  abierto al mundo y a la nada.
Quisiera reparar los arañazos de sus viejas chapas, quisiera colocar las cuatro ruedas y poner en marcha el corazón de este país detenido en el tiempo. Coger velocidad, sentir nuevamente el viento en mi cara, disfrutar desde sus ventanas el paisaje verde y llegar a la orilla de mi playa.
Ahora tras el cristal de mi ventana, encuadro su posición, encajo su dibujo sobre el lienzo, comienzo a lanzar los primeros colores, reservo las zonas oxidadas utilizando el rojo inglés, un color elegante y sutil. En unos minutos sin darme cuenta avanza la composición por un camino de color, la trementina penetra entre los hilos, se hunde, quema la tela, la destruye y la construye al mismo tiempo, tengo ante mí el cuadro soñado.

Diario de un verano en la habana 6



Esta mañana nos fuimos sin desayunar, empezamos en una cola para pedir información sobre la prórroga del visado, tuvimos que ir a Desamparados entre Habana y Compostela, llegamos pero era demasiado tarde, además faltaban documentos que todavía no llevaba, aprovechamos para coger toda la información para venir al día siguiente.
Una chica mulata sale del Banco Metropolitano, pasa ante nosotros, su imagen es impecable, limpia, ilumina su cabello negro recogido atrás, va muy recta. Sale unos minutos para fumar un cigarrillo, se apoya en el pilar envejecido y desconchado mirando hacia la calle. Lleva una  camisa blanca, un pantalón azul, zapatos negros de fino tacón, en la otra mano lleva su celular, ahora escribe un mensaje  mientras su cinta atada al cuello se desplaza entre sus pechos de un lugar para otro, como la ropa tendida en los balcones de las casas vecinas. Observo la sensualidad de sus caladas, su mirada anclada ante la pequeña pantalla, de repente fuma rápidamente, su tiempo  se acaba, entre sus lazos de humo paso un carro, un bici-taxi, un ciclista, otro carro, apura la última calada de estos minutos de gloria y descanso.
Después de hacer la cola como dos horas, no había sellos y fuimos para otro banco que había en Prado. Una nueva cola, ese día cerraban más tarde, al final tuvimos suerte porque nos metieron a todos dentro y cerraron la puerta. El aire acondicionado no funcionaba, imagínate en un lugar cerrado, en pleno verano en La Habana, con tantas personas esperando su turno, aquello se iba pareciendo a un pequeño infierno, había ancianos esperando su paga mensual, ellos ocupaban los asientos libres mientras los demás permanecíamos inmóviles en una barrera humana infranqueable, quietos al paso de los minutos y las horas, nadie se movía, nadie quería perder su turno e irse pronto para seguir disfrutando fuera el resto del día. Dos empleadas empezaron a calentarse, hablaban sin parar, sin control y su conversación se fue elevando por momentos, al final  una de ellas dio por concluida su jornada laboral, recogió sus papeles, cerró como en  una pequeña caja fuerte todas las herramientas de su  buró,  lo introdujo en uno de sus cajones, recogió sus cosas personales metiéndolas en su bolso de piel canela,  con una leve sonrisa acabó por hoy. Compré los sellos, por lo menos algo hicimos en esta mañana de colas. Volvimos a casa para descansar, luego fuimos a “Los Nardos” para cenar o mejor dicho comer nuestra primera comida del día.
Esta vez madrugué un poco más, he cogido sin colas y sin espera el P4, muy pronto me encontraba en la oficina esperando para arreglar el visado. Al lado había un hombre con un brazo tatuado en el que había dibujado una gitana vestida de sevillana y sobre ella había un nombre en árabe, la mezcla de  España y Marruecos me recordó buenos momentos, ahora todos esos unidos al presente en tierras caribeñas, me hizo pensar en una armonía perfecta de culturas diferentes pero con muchas cosas en común. Terminé de arreglar mis papeles y cogí nuevamente la guagua, pasé a comprar dos yogurt naturales con azúcar, dos pastelitos de guayaba y cinco trencitas de azúcar. Cuando llegué a casa estaba mi chico esperándome tumbado desnudo sobre las blancas sábanas y pude apreciar nuevamente la grandeza y el tesoro de la persona que te ama y te espera.




Diario de un verano en la habana 5



Estoy sentado en el tren camino de Murcia, este viaje tenía que hacerlo pero en el sentido contrario Murcia-Madrid para coger un vuelo a La Habana pero el destino ha querido que me reuniera ésta noche con mi familia. Llevo varios años sin cenar con ellos en la Nochebuena, volveré a encender la chimenea como antes había hecho, es un ritual que siempre se hacía cuando vivían mis padres, se convirtió en una tradición que disfrutaba mucho, primero preparaba las ramas finas y secas para prenderle fuego e ir echando los troncos cada vez más grandes. El calor del hogar y la luz que nos hipnotizaba es lo que ahora recuerdo. Reunidos entorno al fuego, el centro, el núcleo, la esencia de una casa, lugar de reunión, de diálogo, de escuchar las  historias, los sentimientos, las opiniones de un hermano, de una hermana, sus sueños, sus lágrimas, sus alegrías a la luz de la candela, miro ahora al fuego y me elevo en los recuerdos de las personas que quiero.
Desde el lunes por la noche mi ilusión se desinfló al ver en las noticias que la compañía con la que volaba echaba el cierre definitivo. Por unos momentos pareciera que tus sueños se hundieran en el océano. Miraba continuamente en Google todos los comentarios y noticias sobre el tema, parecía que la situación empeoraba conforme pasaban los segundos. Fui a la agencia y la única solución que vimos era ir a Madrid para unirme a los que ya se quejaban en el aeropuerto sobre  las primeras cancelaciones de los vuelos. Se podían leer carteles improvisados sobre cartones donde decían: “CUBA EXISTE”, “LOS CUBANOS QUEREMOS VOLAR”,”CUBANOS MARGINADOS”. Después de un día intenso arrastrando la maleta bajo la lluvia y el frío de Madrid, recorro el metro, escalera infinitas, subidas y bajadas, mi desasosiego se va calmando cuando escucho palabras de ánimo y esperanza porque al final siempre las cosas van cambiando, sin olvidar a los amigos y personas que te ayudan a que todo vaya mejorando. Ahora acabo de ver un graffiti azul desde la ventana del tren que destaca del día gris. Busca el color a los días, busca la felicidad que en nosotros está.
Está lloviendo en La Habana, sentado veo como las gotas se escurren por la lona amarilla del café, el paisaje es diferente a los otros viajes de invierno, espero a que me traigan algo para comer, es mediodía y es el momento en que el hambre te sube por la garganta. Son días de nubes, frío, vuelve una fina lluvia de manera intermitente. Aclara el día, un poco de sol aprieta sobre nuestras cabezas sentados en el banco que hay ante la “Tumba del amor”, estamos visitando el cementerio de Colón, hemos parado unos minutos para descansar y leer el epitafio donde los difuntos te dan las gracias desde lo eterno por dedicarle un pensamiento de amor y paz.
El espectáculo de las olas convirtiéndose en espuma contra el muro del malecón, el mar se agarra al cemento viejo destrozado, un incesante batallón de olas nos come la tarde. Las luces de los carros sobre nuestras pupilas nos anuncian la noche que nuevamente anuncia fría y húmeda.
Veo incesantemente postales de enamorados, parejas que se arriman, caras que hablan de amor, miradas de complicidad, la ternura que transmite uno de ellos mientras el otro habla, explica o describe, mientras el otro mira, no se cansa de ese paisaje infinito de la persona amada. La mirada, el brillo, la luminosidad y el resplandor de los que se aman. Amantes disfrutando de la tarde, del mar, de las olas, de las horas. El mar es testigo de sus palabras, sigue expectante en sus movimientos, en sus revuelos, adorna con su aroma la tarde y es el testigo de sus deseos. Días sin sol, sin cielos y sin playa. Días de amor, de comidas, de paseos por oscuros callejones sin alma.


Diario de un verano en la habana 4



“El jardín de Minerva”
Todas las mañanas nos levantamos tarde, la voz de Minerva abre la puerta, una ducha, un desayuno rico en frutas, mango, guayaba, piña, papaya, plátano, jugo de naranja, pan, queso, café y té. Todo sobre  un mantel de cuadros de colores en una mesa metálica, pintada varias veces de blanco y muy pesada. Mirando hacia el jardín compartimos este ritual cada día. Le preside un enorme árbol de aguacate que ya empiezan a asomar sus brillantes frutos ovalados pero hasta septiembre no maduran. Habitan en su viejo tronco hueco un ejército de abejas que planean por todo el jardín. La planta ha sido ya azotada por más de un huracán, la última vez fue el verano pasado con el Gustav, cortó su copa y algunas ramas, fui testigo de su mutilación, todavía recuerdo el sonido de su desgarro, no paraba de agitarse y estremecerse abatido por el viento, una fortísima  lluvia lo balanceaba a un lado y otro del jardín. Es una planta muy vieja pero sigue luchando por ser el jefe del jardín, quiere seguir acompañando durante muchos veranos. Al fondo unas figuras delgadas que representan a unos flamencos rosados, parecen agazapadas  tras unas matas verdes. En  mitad del jardín un camino de cemento comienza y acaba, parece un paseo sin sentido, sin rumbo, sólo sirve para pasear entre las flores que lo aguardan. Las plantas se encuentran por todos los rincones, con sus flores blancas, rosas, rojas. Hay colgadas desde el árbol, otras enterradas en terracota, ocupan cada rincón, se van apoderando del  espacio que lo va convirtiendo en un enorme jardín de gran belleza, no sigue un orden, ni una regla, ni el diseño de un jardín francés, tiene un estilo propio, salvaje, espontáneo, que va cambiando con el paso del tiempo. Los muros están cubiertos de unas enormes enredaderas con flores rojas, formando  un manto verde que van cubriendo las estructuras viejas y oxidadas del vecino. Las cuerdas desnudas donde Berta tiende la ropa, dibuja ligeros trazos negros sobre el fondo verde del suelo.
A lo lejos, en la plaza de la revolución, vuelan centenares de auras alrededor del monumento a José Martí, como si de un obelisco se tratara, el alzado de una enorme estrella en mármol, perpetuo en el horizonte que ni las abundantes nubes de estos días intentan camuflar.
Lagartijas que se entrelazan haciendo el amor por la columna de madera de la repisa, juguetean, en continuos movimientos donde no paran de buscarse y amarse. El macho aparece pasivo mientras la hembra se remueve, en una danza como si de una odalisca se tratara, como una presa que no puede huir de ese momento, atrapada entre las patas del dominante.
Terminamos el desayuno y nos sentamos en los sillones rojos junto a los dos loros enjaulados, ahí pasan su tiempo, su vida, muy mimados por Minerva. Aparece Yanko en nuestros pies, es cariñoso, tiene un elegante estilo y cruza las patas cuando se tumba en el suelo adquiriendo un aire muy burgués.
Terminamos el día con un paseo, comprando frutas en el mercado de Tulipán, comimos un poco de pan recién hecho, visitamos a Brian y vuelta a casa. Ha sido un día sencillo pero feliz, de esos en que todo es armonía, que nada nos inquieta ni nada rompe el suave ritmo de las horas.







Diario de un verano en la habana 3



Ésta mañana madrugamos para coger el tren para Alquízar, fuimos en guagua hasta la parada de Ciénaga, sentados en el suelo junto a la vías, esperamos el tren, entre moscas, humedad, hierba. Desayunamos unos palitroques de pan tostado con un zumo de fruta tropical. El tren en que viajamos tenía dos hileras de asientos a ambos lados y de espaldas a las ventanas acristaladas. Un espacio grande, ruidoso, con tuberías que servían de agarradera, nuestro vagón pertenecía a un antiguo tren de azúcar. Nuestros esqueletos no paraban de agitarse con la marcha del tren, un baile continuo acompañado de un paisaje engalanado en el horizonte con palmeras reales. Disfrutar del viaje como hace tiempo que no sentía, movimientos continuos, los sonidos metálicos, la velocidad, el sosiego de un viaje, respirar el tiempo y el paisaje que pasa antes nuestros ojos ya despiertos. Llegamos a Alquízar, al bajar del tren,  pude sentir que entraba en un escenario, parecía un personaje que se movía en un entorno que pertenece al pasado, mirar a un lado y ver las letras “FERROCARRILES DE CUBA”, con su colores desconchados, las paredes derruidas de la vieja estación, la gente, su ropa, sus caras… Ahora recordaba el tren casi nuevo y limpio de Murcia. Fuimos en bicitaxi, el hombre llevaba desde las cinco de la madrugada dándole vida a la catalina. Llegamos a casa de la hermana de Yuri, pasamos la tarde arreglando los problemas del ordenador. Desde la ventana miro el aguacate que sólo cuelga en lo alto del jardín del vecino, parece que sus horas están contadas, a que pase cualquier niño y lo alcance en un suspiro.

Nos levantamos muy temprano, es un placer caminar por las calles de Vedado porque no hay calor, sólo una suave brisa de la mañana. Cogemos la primera guagua hasta Santiago, la estación de ómnibus, buscamos un carro hasta San Antonio de los Baños. Se escapan de mis manos algunas fotografías que podría haber hecho si llevara la cámara. Ha llovido y la calle en la que esperan los taxis está llena de efímeros espejos en los que aparecen los carros reflejados. Subimos en un viejo carro azul, cinco asientos a la derecha y otros cinco a la izquierda. El camino está lleno de baches y carreteras mal asfaltadas, van subiendo y bajando algunos pasajeros. Llegamos a San Antonio, un lindo cartel anuncia la Bienal de Cómic, el pueblo parece llamativo por su arquitectura, algunas esculturas repartidas por su plazas y calles, abundan intensos colores en las fachadas de las casas. Cogemos rápidamente otro carro para Alquízar y pronto llegamos. Un bicitaxi aparece justo al lado del carro que nos dejó, lo cogemos cruzando un laberinto de charcos de barro, de tierra roja por doquier, mis pantalones ya tienen ese color, parece que de ésta manera formas parte de la identidad de la zona, porque todo es rojo a mi alrededor. Después de estar en casa de Yurileisis arreglando la computadora, volvimos para la Habana. Encontramos pronto un carro para San Antonio, con nosotros venían  dos travestis, una morena con vestido corto rojo, pelo repeinado y unas enormes gafas de sol rojizas. La otra iba de blanco, rubia, muy seria, la expresión de la cara manifestaba preocupación o quizás dolor. Me gusta éste carro verde. Estoy con un brazo apoyado en la ventanilla. Me da el aire en la cara, me siento cómodo, veo una hilera de palmeras en el horizonte, el suave olor de la hierba recién cortada, el suave frescor de la tarde. Me siento bien contemplando ese paisaje verde lleno de palmeras infinitas. Disfruto del trayecto como si fuera un niño que sólo tiene en ese momento el oxígeno para vivir el presente, con la mirada se disfruta, la carretera está en mejor estado que las anteriores, soy feliz por unos momentos y Yuri a mi lado. Llegamos a San Antonio, por suerte llega un camello, la primera vez que monto en él, vamos en los últimos asientos, el viaje se hace incómodo porque tu cuerpo bota sobre el asiento constantemente. Llegamos a casa, una ducha y una cena frente al cementerio de Colón.

Diario de un verano en la habana 2



31 de Julio de 2009
Estuvimos todo el día en casa, Yuri frente al ordenador viendo “Roma” y yo dibujando en el bloc. Esperando a Yurileisis para comer se hicieron la seis de la tarde. Por la noche, salimos con David para ver el carnaval o lo que queda del carnaval de la Habana. Bajamos por 23, por el camino tomamos un refresco, David uno de cola en peso cubano y nosotros en cuc porque no encontramos el refresco de limón en peso cubano. Llegamos al malecón, pero antes, en la esquina del cine Yara, vimos a chicos muy jóvenes con sus pelos recién peinados, sus camisetas ajustadas marcando cada rincón de su anatomía prieta, morena, bronceada y linda.
A lo lejos se escuchaba la música pero no demasiado animada ni alta. Observamos tres comparsas muy dispersas entre si. Nos acercamos a las vallas custodiadas por una hilera de policías que jamás yo haya visto. No se podía poner una mano encima de esa cárcel efímera de hierro oxidado. Me llamó la atención las miradas del policía hacia un grupo de gente que estaban mirando a una mujer que desfilaba, eran sus amigos que le gritaban, dándole todo el apoyo y el ánimo para seguir bailando, pero el policía no paraba de fijarse en sus admiradores, sus gestos eran de no aguantar ni un segundo más los movimientos de esa mujer que gritaba y mucho menos de las  voces de la otra gente. El policía manifestaba  en su mirada un odio a la humanidad, a las personas, parecíamos escoria para él, por su trato, su mirada de asesino. Seguimos andando entre la gente para encontrar un baile más encantador o un ritmo diferente al anterior, alguna sorpresa, pero nada, aquello que veía,  representaba la decadencia de un sistema que se iba al carajo, que se iba desmenuzando poco a poco pero que iba destruyendo cada adorno de aquellos que intentaban llevar el alma del carnaval. Qué triste ver un desfile que en otras décadas era todo una obra de arte, qué triste la mirada asesina del policía. Bordeamos todo el cerco o la frontera metálica hasta llegar al filo del malecón. Sentados de espaldas al mar, pudimos seguir el desfile  pero ya alejados del tumulto de gente que se agolpaba a la valla. Después de comprar unos canutillos de maní, a una de las mujeres  que arrastran cada noche enormes sacos de plástico hasta el amanecer, esas mujeres que adornan sus manos con un abanico blanco de chicharritas. David miró hacia la izquierda, a lo lejos, en la oscuridad del carnaval se observaba  como una nube de lluvia se desplazaba hacia aquí, veíamos gente corriendo en estampida. De repente unas pequeñas gotas sobre el cartucho vacío de maní, una avalancha de gente, la lluvia comienza a ser más fuerte, las vallas impiden el acceso al otro lado de la calle, el policía impide el paso pero la enorme masa de gente tumba las vallas, la gente se abarrota en los soportales que hay frente al malecón, la lluvia sigue cada vez más fuerte y de costado, aunque estamos a cubierto, nos empapamos, niños, madres con sus bebés en el pecho, jóvenes, parejas...Todos nos agolpamos unidos bajo el mismo techo. La lluvia nos refresca, alguna persona pasa frío, pero poco a poco la lluvia afloja, parece ya una danza de bello terciopelo suelto. Volvemos sobre el asfalto mojado, las vallas por el suelo.
 Cómo la naturaleza puede cambiarlo todo en unos instantes. Ahora todos mojados, andamos por donde desfilaban antes los enmascarados, las vallas en el suelo y todos los policías empapados. La lluvia les ha cambiado la expresión, les ha devuelto una leve sonrisa. Una nube cambió, nos transformó, del espectador al espectáculo, de estar fuera a estar desfilando, de ver a un policía serio, idiota, a verlo mojado, con todo su uniforme azul empapado. ¿Un hombre disfrazado de policía?, un policía mojado, un triste desfile y acabó el espectáculo.

Diario de un verano en la habana 1


Salgo de mi casa, ahora la casa de mi hermana, destino La Habana. Es mi octavo viaje a la isla, todo por un amor, por tenerle más tiempo a mi lado, para saborear la vida que me ha tocado vivir junto a él. Anoche hubiera dado la vida por todo lo que sentí, la esencia de estar vivo, las emociones que nacieron en nuestro lecho. Los impulsos agitados, emocionados que se entrelazaron en cada paso que acariciamos cuando iba llegando la madrugada. Caricias de ternura se repartían por su piel oscura, brillos de la noche iluminada, luces de pantalla sobre su cuerpo.

Nos reciben en el aeropuerto con sus bocas blancas disfrazadas, atravesando el túnel metálico hacia la entrada. Tras el cristal gente que espera su regreso, su primer vuelo, su partida definitiva, quizás una ida sin retorno, una huida a medianoche, una escapada de una realidad adormecida, amada, muchas veces rechazada y odiada. No puedo olvidar a la bloguera cubana Yoanis Sánchez como describe la sociedad y el paisaje  habanero de estos precisos instantes. Nadie puede contra sus letras, nadie puede parar el ritmo de sus dedos sobre el teclado que cada día cuida como a su mascota. La blogosfera, un mundo virtual pero conectado a los sentimientos, a las reflexiones diarias, a nuestras miradas por el paso de los días y de las calles sin habla, calles sin dueño, calles abandonadas.

De nuevo en La Habana, ese sonido que nos acompaña, que nos acaricia en el bello paseo de la mañana. Un lindo paseo en este segundo día de mis vacaciones. A mi lado se sientan tres hombres de camisa, pantalón vaquero y zapatos cerrados. Uno de ellos habla mientras que los otros permanecen pegados a sus palabras. Apenas escuchas el sonido de sus letras, tú sabes, aquí apenas  expresan en voz alta sus opiniones. Siguen sus voces en un susurro, en una suave caricia que atraviesa nuestras mesas. Un billete sobre el metal, unas gafas de sol lo sujetan para que no vuele, unos personajes ilustres saludan a sus compañeros. El billete se ha convertido en unas ruedas sobre plástico chino. Monedas que no se quedan que se van por un agujero, por manos a pantalón vaquero. El ritmo de las personas te marca las horas, ahora que miro, que acaban el almuerzo de los señores con vaqueros, me doy cuenta que es mediodía. Los señores se separan, cada uno toma su rumbo de vuelta al trabajo.

Amor me siento muy cerca de ti en estos momentos, siento que no puedo vivir sin ti, sin verte ni olerte. Amor te quiero a mi lado al despertar, amor quiero caminar contigo todos los desiertos. Amor te quiero. Vuelvo a construirte una coraza con mis besos para que te proteja y te cuiden en mi ausencia. Amor ten paciencia que algún día estaremos juntos. Amor estoy  pasando un verano inolvidable a tu lado, tardes bellas de teatro, risas en la orilla de la playa, nuestras manos atadas en noches de cine. He sentido el sabor de tu lejanía, eres como una cometa que vuela siempre anclada  en la misma orilla. Tu paciencia adorna mi vida, tus miradas, tus  brillos y tus sonrisas hacen que la espera sea más cómoda, más fácil y alegre. Espérame amor al otro lado del río, entre paredes pintadas, coches olvidados, puertas oxidadas.Por las sombras de la calle A pasean dos amados, un pequeño recorrido que sube hasta la casa y tu  mirada.


















Nina

El origen de este blog fue a partir de una serie de fotografías de mis paseos por la habana durante cuatro veranos. Intentaba captar todo lo que estaba a mi alrededor, encerrado en mi universo, en mi paraiso de color, sueños y amor. Atrás quedaron esos paseos, esos días, pero la esencia permanece cuando miro de nuevo estos retales de mi vida.

Una calle de la Habana, 2008.


Coche azul


Coche amarillo


Niño de Muralla


Mujer I


Yoanis